25.3.10

24 de marzo


Cada vez que llegue la fecha, cada inexorable 24 de marzo del año que fuese, será imposible no hablar del tema. No se podrá obviar nunca más. Y estará por siempre en la memoria. Gracias a Dios. Gracias a la democracia. Gracias a las Madres. Gracias a las Abuelas. 
De un tiempo a esta parte, digamos desde hace cuatro años atrás, desde el "aniversario" número 30, cada 24 de marzo se convierte en una fecha urticante para la opinión pública. No es que nunca lo haya sido, los años de lucha solitaria y silenciosa de las Madres, Abuelas y organismos de Derechos Humanos así lo confirman pero se ha convertido en urticante porque nadie parece querer hablar sobre eso y porque al parecer los grandes medios de comunicación se pelean por ser quien más desinforme o tergiverse sobre el día. 
No por lo que pasó, que a estas alturas de las cosas es imposible negarlo, sino por todo lo que acarrea el día en si. La exposición cada vez más grande del tema como la visibilidad de los organismo vinculados a la lucha y sus representantes está teniendo sus frutos. La creciente cantidad de gente (sobre todo jóvenes) que año a año moviliza es una espina que duele cada vez más, la obligación de hablar del tema aunque no se quiera, las poses políticamente correctas en los programas serios y los análisis sesudos que evitan nombrar no a los responsables, que son archiconocidos, sino a los cómplices civiles, a los que se beneficiaron, a los anónimos funcionarios serviles de aquel momento que hoy deambulan como señores por nuestras calles así lo demuestran. El 24 de marzo molesta. Y está bien que así sea.
Por que hablar del 24 de marzo implica necesariamente hablar de la vida. Es simple: se mató gente por pensar distinto. Para personas como quien suscribe eso no admite discusión. Se mató gente, se mataron personas, es humanamente injustificable, no existen argumentos que valgan al caso. ¿Qué vas a discutir? Es perder tiempo. Ni siquiera es necesario tomar posición, es absurdo decir que alguien está en contra de la vida. Un nene de cinco años lo entiende sin necesidad de explicarle. Pero por más que a gente de bien eso no le entre en la cabeza existe gente que está en contra de la vida. Si no no habría pasado lo que pasó.
Y por más que moleste es necesario hablarlo, debatirlo, analizarlo, explicarlo, recordarlo. Porque si no se convierte en un feriado más, otro día sin clase, otro día que no se trabaja y se pierde el significado intrínseco de una fecha clave en la historia argentina. 

Deformar la realidad    
El papel de los medios en un día como el de ayer dejó mucho que desear. Al decir de Dolina, con argumentos que no admiten la menor réplica ni producen la menor convicción -y por lo tanto vacíos- y semblantes preocupados, ahora la onda parece que viene por la desmovilización (siempre hay algún violento suelto que te quiere hacer percha), la tergiversación manifiesta de hechos aislados como excluyentes y la exaltación de -pido perdón por el buen romance- pelotudeces grandes como una casa como si el acto del 24 de marzo era un acto partidario o no. 
Dentro de esa lógica prácticamente binaria de análisis y debate externo (o estás a favor o estás en contra) flaco favor hacen los adalides de la libertad de prensa a la democracia nuestra que parimos todos los días. Con la lógica de la profecía autocumplida como cabeza de proa, los prestidigitadores de la comunicación exponen la fragmentación social que denuncian todos los días fogueándola a cada momento. Y los entiendo. Es que algo tienen que hacer. Tienen intereses creados y muertos en el placard. Cien mil personas en la plaza es una cifra contundente. Hay que pararlo de alguna manera. Como sea. Y operan a cara descubierta. Porque deformar la realidad también es mentir. 
Este 24 de marzo mostró no solo la creciente convocatoria de la juventud a reivindicaciones por la Memoria, la Verdad y la Justicia sino también el constante proceso de fragmentación y división de la sociedad argentina. La plaza de Mayo fue disputada por tres fracciones sociopolíticas; sin contar aquellos que faltaron a la convocatoria. Si bien veintiséis años de democracia no son suficientes, simplemente son el inicio de una vida cívica, las antinomias políticas azuzadas por los funcionales de siempre que nunca faltan desdibujan un reclamo popular unívoco. Plantear que si el acto del 24 de marzo es un acto partidario o no, "propiedad" del kirchnerismo, tanto como darle entidad a las declaraciones de dirigentes políticos venidos a menos, es restarle valor a una fecha histórica y hacerle el juego a esos que diariamente fogonean sin tapujos la fragmentación, la división y el olvido. Todavía hay cosas que no entendemos.

¿Y por casa cómo andamos?
Al parecer, igual que siempre. Mas allá de algunos actos aislados en las escuelas fue otro feriado más. Algunos grupos de sancristobalenses se movilizaron a Plaza de Mayo en este día tan especial pero en la ciudad no pasó nada. Duele. Porque es culpa de todos. Quien escribe debiese haber hecho algo. Pero sólo no se puede hacer nada. Y la pregunta me sigue sonando cada vez que se acerca la fecha. ¿Cuánta gente habría asistido a un acto del 24 de marzo en San Cristóbal? La verdad, no sé. Pero algún día me voy a sacar la duda.  

13.3.10

Segunda encuesta: ¿Porqué cree usted que conocen a San Cristóbal en el país?

Pro Ricardo Gutman
Nobleza obliga, aquí está el resultado de la encuesta activa hasta ayer. Por lo visto no es mucha la participación 
pero es deber publicar los resultados, si alguien se le ocurre otro tema puede sugerirlo en los comentarios. La otra opción pensada para mejorar el blog es insertar un foro en la página en el corto plazo. Veremos que pasa. 
Saludos y buena vida.


5.3.10

Los alcances de un aniversario

Por Ricardo Gutman. Fotos: Archivo Osvaldo Giussani. Gentileza: Enrique Giussani


Ya sé, ya sé, ya sé, ésta nota debiese haberse escrito y publicado el lunes, como para atenerse a cierto rigor profesional  ya que la fecha lo amerita. A lo sumo el domingo, anticipándose a la cosa. Pero llegado el caso no importa si lo que se quiere contar o comentar prescinde de lo temporal, por así decirlo. San Cristóbal cumplió el pasado lunes su 51º aniversario de declaratoria de ciudad, una fecha que generalmente pasa desapercibida sino fuera porque de enseñarse se enseña en la escuela y si a eso le sumamos que los docentes están de paro podemos afirmar que el aniversario de mayoría de edad de nuestra ciudad gozó de poca popularidad. De hecho estamos a las puertas de nuestro 120º aniversario de la fundación de la ciudad (en octubre) y hasta el momento no me he enterado de ningún tipo de festejos. Quizás no haya nada que festejar. La verdad, no sé.




Pero atengámonos al rigor y supongamos que éste artículo se publicó el lunes 1 de marzo de 2010. Lo primero que se me ocurrió fue comenzar diciendo una frase usada hasta el hastío, ya parte de la cursilería. Se me había ocurrido comenzar escribiendo “un día como hoy pero hace 51 años…” cuando me detuve incluso mucho antes de rozar el teclado. ¿Cómo podría afirmar semejante cosa? Sería cuanto menos poco serio, no puedo jamás afirmar que exactamente un día como ese, si hubiese caído lunes digamos, sería exactamente igual al lunes 1 de marzo de 2010. Toda una aberración, como si pudiese volver en el tiempo. Una estupidez absoluta.
Vayamos al caso. No tengo un almanaque a mano pero lo más probable es que no haya sido lunes, desde el inicio la cosa no estaría en sus cabales. Y si afirmo un día como hoy ya es ser demasiado específico, es creer que hace 51 años San Cristóbal era igual a hoy. Grueso error. Pensemos en lo mínimo: ¿hacía el calor del lunes 1 de marzo de 2010 el 1 de marzo de 1959? No me atrevo a afirmarlo. Seguro que la ciudad no era la misma. Calles de tierra, más árboles que ahora, un poco menos de gente, bulevares, otros apellidos, menos autos, menos casas, más baldíos, más barriletes, cines y el ferrocarril funcionando. Eso sólo por nombrar lo primero que viene a la cabeza. Pero es innegable que hay muchas cosas más que nos diferencian de esa ciudad declarada hace 51 años.
Quizás el dato sirva más para la anécdota que como hecho histórico si se quiere, pero el primer Intendente de San Cristóbal y el primer Presidente del Concejo Municipal pertenecían al Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Hoy el MID es un lindo recuerdo que sobrevive en algunos aislados comités del país y que seguramente le servirá a más de uno para darse chapa pero conviene traerlo aquí para graficar, al menos en la intención, lo que quería el sancristobalense de ese entonces.
Por esa época mis abuelos ya estaban instalados en San Cristóbal. Si bien llegaron al por entonces pueblo por vías diferentes (literalmente y en todos los sentidos) ambos venían en busca de trabajo. En Santa Fe el ferrocarril francés no disponía de lugares y Gutman tomaba algún reemplazo cada vez más esporádicamente. Mi bisabuelo Ferrer llegó mucho antes, salió de Sauce Viejo y se vino para acá, mi abuelo Antonio  peregrinó por Santiago del Estero y Tucumán arriba de una locomotora haciendo viáticos para poder casarse después de enamorarse de la Elba. Ambos decidieron quedarse en San Cristóbal porque acá se podía vivir. Aquí hay una diferencia sustancial: la ciudad tenía, por ese entonces, proyección a futuro.
Se decía por todos lados. A diferencia de la actualidad, en la que nos hemos transformado en un centro de expulsión demográfica, San Cristóbal atraía gente. Gente joven. Porque había posibilidades.
















Había trabajo. Quizás sea esa la diferencia fundamental, porque eso determina lo demás. Si el trabajo es una forma de organización social eso también define las expectativas de una sociedad, que es lo que quiere de sí misma, su identidad, sus sueños y su proyección. En ese entonces eso no se discutía: éramos una ciudad ferroviaria. ¿Qué discusión podía haber si era tan lógico lo que se era? Todo se organizaba en base a eso. Basta revisar el archivo de don Osvaldo Giussani sobre el ferrocarril en la ciudad para darse cuenta. No me quiero imaginar todo lo que no se publicó. Quizás lo que era una fortaleza se volvió una debilidad. Quizás nos acostumbramos. Y ya no estamos tan seguros de lo que somos. Y lo que éramos ya no cuenta. Hay que reconocerlo. Sin olvidarlo.
Imagino los desafíos de una comunidad declarada ciudad en la provincia de Santa Fe allá por 1959, con un nombre en la provincia y en el país ampliamente referenciado, decididamente pujante, con un movimiento creciente, orgullosa de sí, cabecera departamental. Todo un futuro. Pero de la misma manera en que yo no puedo ver para atrás en el tiempo y afirmar que un día como hoy… etc, etc en ese entonces nadie podía prever lo que vino después. De hecho ¿quién se lo hubiera imaginado?
El mundo cambió y no nos dimos cuenta. O recién nos estamos levantando de la siesta. El mundo cambió y nos agarró mal parados, nos pegó en los tobillos y todavía no sabemos qué hacer para recuperarnos de la lesión. Y se nota. Porque todavía no nos acomodamos, todavía no reaccionamos. El mundo previsible en el que se criaron nuestros padres y abuelos no es el mismo que el que vivimos. Ese mundo donde acá no trabaja el que no quiere no existe. La tensión se nota. Por eso es posible que mucha gente crea, sobre todo para los que pisamos los treinta, que esa ciudad forma parte de algún relato mítico, porque ese lugar del que nos hablan no es el que conocimos. Ni el que conocemos. Somos la generación que se crió en los 90´, arrasada por el innombrable, época de la que sólo saco como positivo al grunge de Seatlle, Nirvana, los amigos que conservo hasta el día de hoy y la colección de literatura del Página 12 que hoy puebla gran parte de mi biblioteca.
Somos la generación que ha tenido que soportar la ignomiosa tarea de explicar a cualquier persona de dónde somos. No hablo de la zona. Hablo de algunos kilómetros más. Digamos de la mitad de la provincia para abajo. Y ni que hablar de provincias aledañas. Odio tener que hacerlo. Odio tener que explicar donde vivo, cómo llegar, tratar de buscar algún  tipo de referencia para que el otro entienda más a o menos, a grandes rasgos, de donde soy.
Creo que unos 50 años atrás eso no pasaba. Odio que no sepan dónde está mi ciudad. Pero lo hago igual, aunque la sensación sea horrible. Es saber, tomar conciencia de que nadie conoce nada de vos, ni siquiera tu lugar. Todavía recuerdo el día en que el entonces candidato y hoy gobernador de la provincia en su primera conferencia de prensa en la ciudad en plena campaña  declaró que estaba muy contento de estar en San Francisco. Pavada de furcio. 
Es triste. Lo digo como sancristobalense, gentilicio que más de una vez tuve que explicar y siempre tengo que corregir en el procesador de texto. No nos conocen.  Nos dejamos olvidar.
No trato de hacer una evaluación sino de compartir inquisiciones propias, simplemente las preguntas van surgiendo a medida que el texto avanza, preguntas que yo sólo no puedo responder. ¿Qué somos hoy? ¿Sómos lo que pensaron de nosotros cincuenta años atrás? ¿Qué tenemos hoy que no teníamos antes? ¿Alcanza? ¿Cómo estamos? ¿Qué necesitamos? ¿Cómo lograrlo? Sé que hay otros que arrastran cruces iguales o peores que la nuestra. ¿Cuál es el destino de San Cristóbal? ¿Alguien lo sabe? O lo peor: ¿San Cristóbal tiene destino? ¿A dónde vamos?
Difícil responder cuando no se sabe. Difícil hacerlo cuando parece no haber discusión al respecto. Nadie discute la ciudad que queremos. Yo a veces sueño,  aún a riesgo de parecer ingenuo. Pero no creo que a alguien le importe,  parece que cada uno está en la suya y así no vamos a ningún lado. Hace unos días publiqué una nota en Sancris que hasta el momento no deja de impresionarme: mil sancristobalenses son beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo. No voy a discutir la Asignación, de hecho no pienso poner eso en discusión pero el número todavía me sigue sobresaltando. Solamente beneficiarios, sin incluir al grupo familiar. Semejante cifra bastaría para empezar a poner las cosas en acción. Pero todo sigue demasiado tranquilo.  Acá todo es demasiado tranquilo.
Si usted leyó este escrito hasta aquí pueden pasar dos cosas: que esté de acuerdo o en desacuerdo. Quizás suene pesimista. Puede ser. Pero yo amo así y eso no lo negocio. Quizás la percepción de este cronista esté equivocada, levemente alterada o sea totalmente errónea. Es muy posible. Lo cierto es que no puedo decir que un día como hoy pero hace 51 años atrás sea una afirmación correcta.

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