30.8.10

La juventud está perdida


Ricardo Gutman

Hacía mucho que no salía. No soy de los boliches, soy de los bares. En los boliches hay mucha gente junta, prefiero Pekos, donde me dejan programar la música, o Picasso cuando el negro se pone las pilas y pasa esas selecciones de los 80 y los  90. Sí, me quedé en el tiempo, del 2000 a esta parte no conozco mucho, del 2000 para atrás tampoco. Es que hay tanto y tan bueno que todavía no llegué, musicalmente hablando, hasta esos tiempos. Podrán decir lo que quieran, que el 80 fue una década peleada con la estética y que los 90 fueron medio down, para abajo, entre tanto grunge y neoliberalismo y desocupación y la comadreja. Pero los que ya estamos pisando los treinta años y algunos que ya los pasaron por poco tenemos algo en común si hablamos de música: nosotros tuvimos educación musical, tuvimos la suerte de escuchar buenas bandas, una época plagada de buenas bandas y de músicos legendarios. Y eso es mucho. También estaba Jazzy Mel, pero bueno, son cosas que pasan.

Recuerdo una anécdota particular: como fue costumbre en mucho tiempo, yo trabajaba de noche en el kiosco 25, ese que estaba abajo de la pasarela, que funcionaba veinticuatro horas. Mi turno era el más feo de todos salvo por los sábados hasta las dos de la mañana en que las chicas pasaban a comprar puchos y chicles de paso al boliche. Todos los días de 22 a 6, salía del instituto y me iba para el laburo. Fue una buena época, llevaba la carrera al día y cuando terminaba las cosas que tenía que hacer escuchaba al Negro Dolina que todavía estaba en Continental, costumbre que me quedó de Santa Fe gracias al Chino y a Hernán Boggino, amantes del metal y fanáticos de Metallica. De Santa Fe también me traje Héroes. Pero el Negro se terminaba y había que esperar hasta el otro día para volver a escucharlo, eso si se tenía suerte y los vientos me dejaban captar la señal de la radio, bastante débil por esta zona.
Trabajar de noche te cambia todo y te tenés que acostumbrar, en el caso del kiosco, a trabajar solo; entonces, por obligación si se quiere, hay que llenar el tiempo. Una vez que Dolina se iba quedaba un horrible espacio vacío que había que llenar. Estaban los libros, que siempre acudieron en mi ayuda, y después un programa de AM Ciudad de Buenos Aires de un tipo que leía libros durante la madrugada. Una semana leyendo un libro por radio, si eso no es resistencia no sé que es. Porque hay que hacerlo, no cualquiera se anima.
Después de las 12 la noche se hace más lenta, por más que estén los libros al lado las horas, que dicen tener sesenta minutos al igual que las otras, duran el doble por lo menos. Las tres de la mañana es la peor de las horas, la mitad de la madrugada, allí las horas no corren nunca. Mientras tanto hay que llenar la madrugada.
Como después de las 2 de la mañana no iba nadie al kiosco varias veces ponía la FM del Pablo, la Full, que pasaba una excelente selección de rock and roll y me ponía a cantar con mi voz de ganso a más no poder, no sé si para despertarme o para darme el gusto. Una noche como esas yo me encontraba cantando en un inglés más patético que el de Roberto Kennedy Dulce niña mía, de los Guns (parece que no pero es necesario aclarar), absorto en tratar de imitar el tono de Axel y tratando de emular en el aire sin el más mínimo atisbo de acierto el punteo de Slash, de espaldas a la ventanilla. En unos de esos movimientos ondulatorios que hacía al ritmo de la guitarra descubro a un pibe que miraba desde afuera, medio confundido y medio tentado de ver a semejante estúpido ofreciendo ese espectáculo a las tres de la mañana. En medio de mi bochorno pedí disculpas y pregunté que quería. El vago quería puchos. Me cargó un poco por mi espectáculo y me sorprendió cuando me preguntó qué estaba escuchando. Yo creí que me seguía cargando pero el tipo no sabía que estaba escuchando. Me llamó la atención porque tenía una remera de La 25. No conocía a los Guns. No podes no conocer a los Guns, pueden no gustarte si querés, te lo respeto, pero de ahí a no conocerlos o ni siquiera saber que canción es Dulce niña mía…. Pocas veces en mi vida me enervé tanto. Empecé a nombrar bandas para saber si el vago las conocía y nada, es decir, estuve hablando una media hora de bandas que me gustaban, yo que no sé nada, que no puedo pasar de decir que me gustan, con floja argumentación si se quiere, recomendando trabajos, canciones y videos. El pibe me escuchó. Después no supe que fue de él, si me hizo caso o si siguió poniéndose remeras de rock. La noche se acortó un rato, pero todavía me quedaban dos horas. La juventud está perdida, señores, está perdida.
Pero volviendo al tema, el sábado salí. La noche empezó temprano, en Pekos, donde uno puede encontrarse con gente especializada en música. Hay expertos en todo, solo es cuestión de preguntar. Desde el dueño que es una autoridad en Miguel Mateos pasando por Germán y su conocimiento de Sumo y Las Pelotas, Cóndor y su sapiencia en Sabina, el Chino Avila, enfermo de Soda, cuando va con el Puchi, experto en Cacho Castaña, Dyango y Cali, el Viru y la música electrónica, todo eso sin contarlo al gordo Mariano, que hace mucho que no lo veo. Diversidad garantizada. Después fuimos a la casa del Puchi a comer un asado, una pequeña previa y salimos con Martín para Picasso. Afuera nos recibieron el Tito y Joselo, nos dijeron que los esperásemos, que Joselo le iba a mostrar la casa al Tito que no la había conocido porque había estado en Salta el último tiempo. Nos sentamos en la barra. De pasada la vi, de reojo, y me pareció muy parecida.
Nos acomodamos en la barra, el Rolo nos trajo una cerveza, yo serví los vasos y para mal mío me senté de frente a la barra, dándole la espalda a todo el bar. La piba estaba sentada en una mesa con otra chica, tomando unos tragos. Yo no dejaba de girar la cabeza y creo que ella se dio cuenta. Era muy parecida, que querés que te diga. No sé quien era pero si me hubieran puesto un chumbo en la cabeza hubiera asegurado que era ella. Pero no era, de eso estoy seguro.
Era igual a ella. No importa si era ella pero le tendría que haber dicho gracias, agradecerle haberme hecho recordar todo aquello que había olvidado. Fue un rato no más, lo que duró sentada en esa mesa mientras yo giraba la cabeza para volver a mirarla y los lentos minutos posteriores a los que se fue, los vasos sucios sin terminar, los cigarrillos en el cenicero. Por unos momentos estuve unos quince años atrás y empecé a recordar, a recordarme. De Kurt, de nuestros pantalones rotos, del gusto por las camisas leñadoras que hasta el día de hoy conservo, de las tardes eternas en la casa de Gonzalo escuchando La Renga, de Fabio y del Chapi con los Red Hot, del Kuta y los Les Luthiers en ese TDK negro que ya es leyenda, del Chano y del Che y de ese poster de Charly que le conseguí en Santa Fe en medio de una pegatina, de los viajes a La Verde, del laguito, de Miriam, de Jorge y del kiosco, de las siestas, de ese amor platónico de toda la secundaria, de las primeras pequeñas traiciones, de Los Tero Di Carlo, de las miles de estupideces que nunca me arrepentiré, de mi constante afirmación de que sería abogado y de cómo eso me marcó para el resto del viaje, de mi extraña capacidad para tomar las decisiones equivocadas, de Gogol y todos mis miedos, de esa eterna pregunta sin responder de porqué siempre que piden en la radio  un tema de Nirvana te pasan El hombre que vendió el mundo habiendo tantas otras canciones hermosas del trío de Seattle. Era tan parecida.
Todo se me cruzó y entre medio de eso me vino esa noche de tertulia, noche de estrellas, de ella ahí y yo bajando las escaleras, del mástil que hoy no está, de mi primer beso, torpe e inexperto pero beso al fin, de mi incrédula certeza de no creer si lo que me estaba pasando era verdad, de la mínima confirmación de que alguien podía querer besarme. Era tan linda. Pucha che, era hermosa. Y después me dejó, lo bien que hizo, porque yo siempre fui un boludo. Y comprendí que desde ese tiempo hasta esta parte los errores siempre fueron míos. Hay cosas que no cambian por más que pasen los años.
Se nos hizo tarde con Martín, decididamente no llegaríamos al boliche. Cruzamos la avenida con la versión unplugged de La ciudad de la furia. Apenas unos minutos pero algo es algo. Hacía frío. Lo saludé corto, sin más protocolo y me metí en la cama lo más rápido que pude. Quien sabe por qué me vino a la cabeza los primeros versos de Where did you sleep last night y no la pude imaginar sin el timbre de Kurt. Me pregunté dónde dormiría mi chica esa noche. Siempre que escucho esa canción me largo a llorar. No sé por qué. Pero lo hago. Estoy hecho un viejo choto.



29.8.10

Fibertel o porque llegado el caso la culpa no es del chancho




Ricardo Gutman

A primera instancia, ni siquiera tendría que tener la intención de escribir sobre esto. Como ya sabrán los lectores, siempre llego tarde a los grandes momentos dignos de ser analizados. Es que soy de razonamiento tardío. Mala suerte. De hecho no tendría que escribir porque no me afecta, al menos directamente. Nunca tuve Fibertel porque Fibertel no llega hasta acá. Ninguna de esas empresas llega hasta acá, ni las telefónicas con sus nuevos productos ni los supermega módems esos que se llevan a cualquier lado. En el interior del interior esas cosas todavía no llegaron. Y hay que arreglársela con lo que hay. Hasta ahora la conexión del Walter se la banca. Hasta por ahí no más. Lo suficiente como para subir este texto. No debería escribir pero igual voy a escribir, que importa.

El gobierno decidió quitarle la licencia a FiberTel por estar floja de papeles. No, no lograrán que quien suscribe caiga en la trampa de la manipulación de la opinión pública. Pero la cosa no es simple. De hecho no sé si la puedo analizar. Pero haré el intento. ¿Qué querés que te diga? No puedo obviar el contexto, hay una pelea, existe, es pública, ambos bandos juegan y, personalmente, en esa confrontación, me tiro para el bando de Cristina. No me pidan que juegue para el lado oscuro de la Fuerza.
La decisión no es criticable. Ni siquiera desde el punto de vista de los usuarios. Existe una ley (sí, fuera de joda, existe una ley) que fue aplicada. Listo el pollo cocinada la gallina. A otra cosa mariposa. En un país donde el ciudadano medio critica el hecho de que no se cumplan las leyes que se aplique el peso de una ley sobre alguien que la corrompe (recuerdo que no es cualquiera el que la corrompe sino el grupo económico de más peso en la Argentina) no debería generar ningún tipo de réplicas. No admite discusión. ¿No vivimos bajo la égida del capitalismo? La libre competencia es inherente al capitalismo. Es así. Y al que no le gusta que se joda.
Es una medida. Por un lado el gobierno la implementa y por otro los diputados salen a defender los intereses de un privado. Los privados accionan. Horror. Pánico. Emiten supuestas encuestas y sondeos de opinión en Facebook y en Twitter donde supuestamente una jauría de ciudadanos alborotados que pagan sus impuestos al grito de ¡¡¡¡¡¡¡Renuncie Yegua Montonera!!!!!!! se oponen a la medida, arman grupos en Facebook y se creen re locos. Clarín, que solo refleja la realidad, les da prensa en su edición electrónica. Sin querer se cola el video de Moreno en Papel Prensa. El resto de los medios replican la medida pero no emiten opinión, por lo bajo disfrutan esta debacle del grupo. Pino Solanas se deschaba y empieza a articular senilidades. Alberto Fernandez publica las explicaciones en su blog. Los tuiteros y blogueros que apoyan al gobierno salen al cruce del tema. Cientos de twits inundan mi timeline con los hagstag #fibertel y #esdelgrupoclarin. Los diputados dan lástima por los programas de cable, dicen defender a los usuarios. Todos hablan del tema, parece que ahora es un ataque a la libertad de expresión. Mucho mucho ruido. Ya han pasado varios días y yo tengo la impresión de que hay algo que tapa el bosque.
Políticamente esta jugada del gobierno se inserta dentro de la lucha declarada y pública que mantiene con Clarín. Es, más que un ataque, un mensaje directo e indirecto a otros jugadores para que vean que es lo que pasa si no cumplís y busca aislar empresarialmente a Clarín. El que quiera oír que oiga. Y está bien que así ocurra. Afirma posiciones, marca la cancha, algo absolutamente necesario si se está haciendo política. De allí la necesidad de las fotos de Magnetto. Pero llegado el caso no es nada más que una medida aislada que al situarse como objeto de discusión tapa el bosque de las deudas. Ojalá fuese parte de un todo. Como me gustaría.
Planteada como está, la discusión de los monopolios no alcanzará la dimensión que tienen que alcanzar porque, entre otras cosas, el kirchnerismo no traslada la discusión a otros actores; aunque todavía le falta unos días el caso FiberTel perderá su relevancia y más allá del grupo Clarín la cosa no prosperará. Clarín no es el único monopolio, es el único que acciona movidas desestabilizantes de manera ya pública y nada sutiles. Ante esta situación, el gobierno reacciona y de un tiempo a esta parte viene capitalizando esa lucha, no por aciertos propios sino por inducir a un enemigo como Magnetto y Cía a cometer errores, que llegado el caso no es lo mismo pero es igual. A esta altura de las cosas, y esto es mérito del gobierno y de la Presidenta, la cresta de la ola en la que se manejaba Clarín al final de la 125 ha sido revertida de manera clara y hoy el grado de credibilidad del medio es cada vez menor salvo por esos grupos, no sé si menores pero sí cada vez más expuestos, que le otorgan a Clarín la representatividad de su gorilismo.
Pero las formas son importantes. No es cuestión de pose, son importantes y Martín Zariello plantea el tema muy bien en este artículo. No está mal que una empresa que no está en condiciones de operar sea dada de baja o no autorizada, es la forma en que implementa las medidas lo que da de comer a los chanchos y les permite salir en cadena nacional a posicionarse; hay que recordar que por más que Clarín pierda su credibilidad día a día todavía sigue siendo el grupo mediático más poderoso del país con una estructura replicativa impresionante.
Sin ánimo de comparar, porque las dos situaciones no lo ameritan, la táctica empleada es la misma y es la táctica en sí, no la estrategia, la que desnuda las falencias del kirchnerismo. Es que la táctica puede arruinar la estrategia, como el caso de la 125. En estos casos la táctica es la forma. Anunciar que Fibertel no está autorizada para operar por estar incumpliendo el reglamento no es incorrecto, lo incorrecto es anunciar la medida solo tocando a Fibertel. El sólo hecho de aislar la medida da pasto a los chanchos que no tienen ningún empacho en salir a comer, en este caso a replicar. ¿No hay acaso otras empresas en las mismas condiciones que Fibertel? Digo, ¿no se puede armar un paquete con empresas en la misma infracción? Dudo que en este país Fibertel sea la única, de hecho el gobierno informa que en lo que va del año se dieron de baja tres licencias por el mismo caso, pero pongamos el caso de que lo sea ¿por qué hacer las cosas de manera tan desprolija? ¿No se puede contextualizar la medida? Porque todo bien, existen en el país más de 500 empresas en condiciones de suplir a Fibertel pero salir un día después con solicitadas en los principales diarios del país explicando eso es volver a mostrar que el árbol tapó el bosque y que la medida no fue otra cosa que un ataque en una guerra.
Es un error recurrente y me parece que ya es hora de empezar a pulir esas impurezas porque no es cuestión de darle de comer a los chanchos. Porque cada vez queda menos tiempo para el 2011. El problema radica en que cuando se cometen esos errores se cae el decorado, salta a relucir eso que se espera que un gobierno que se tilda de progresista haga y no hace, eso que varios estamos esperando del kirchnerismo y no ocurre. Si se van a meter con los monopolios háganlo de verdad; no estos tiros aislados. Ya es hora de empezar a discutir las cosas importantes porque por más que parezca lo contrario tiempo no es lo que sobra.

Esta vez le toca al Angel

Ricardo Gutman

Pido disculpas por la demora en la publicación, me dormí y tuve que prestarle atención a otras cosas, todo junto, demasiado para mí. En esta oportunidad le toca al Angelito, que relatará un cuento de Jorge Luis Borges y una poesía hermosa denominada Sueño Nuevo. Espero que lo disfruten.




Cuento: Historia de los dos que soñaron.
Autor: Jorge Luis Borges.
Relatos: Angel Alassia.
Grabación: Tete Díaz




Poesía: Sueño Nuevo.
Autoría y relato: Angel Alassia.
Grabación: Tete Díaz

23.8.10

Se va la segunda

Ricardo Gutman



He aquí la segunda entrega de cuentos y poesías. En esta oportunidad lee Verónica Capellino un poema y un cuento suyo a La Fortaleza, esa casa tan sancristobalense tan venida a menos. Espero que lo disfruten.

Obra: Poema y cuento a La Fortaleza.
Autoría y Relatos: Verónica Capellino.
Grabación: Tete Díaz.

22.8.10

Y un buen día empezamos a grabar

Ricardo Gutman 


Lo único que faltaba. Para ser sincero la idea me venía rodando desde hace rato y como siempre hay un roto para un descosido alguien me prestó atención y lo empezamos, como quien dice. Lo empezamos digo porque la idea es seguir, de ahora en más este blog publicará cuentos narrados y poesías recitadas tanto de autores locales como de los dioses del olimpo literario, los de los ilustres desconocidos y de los que se nos ocurra. Uno por día, para que no te empaches, lo bueno de estas cosas es que cuando juntás a la gente las cosas empiezan a salir; un día de grabación y ya salieron propuestas buenísimas. La verdad, no sé en lo que va a terminar. Por lo pronto, y como soy buen anfitrión, publicaré un cuento de Javier Villafañe titulado El metal y la madera narrado en la voz de Rodolfo Costa y un back de fotos de lo que fue la tarde de grabación. De más está decir pero igual lo voy a decir, que agradezco infinitamente el apoyo de esas maravillosas personas que son Verónica Capellino, Angel Alassia, Nilda Moraz, Rodolfo Costa y Tete Díaz , sin ellas no podríamos haber empezado. Bueno, basta de palabras escritas, acá va el primer post, aviso que la puerta está abierta para cualquiera que tenga ganas de contar un cuento así que toque timbre no más, no se haga problema. Para eso estamos. 

Cuento: El metal y la madera. 
Autor: Javier Villafañe. 
Relato: Rodolfo Costa . 
Grabación: Tete Díaz


Así fue el backstage

19.8.10

Ahora me entero que soy cool


Ricardo Gutman

Vemos en Infobae está "noticia" hecha para hacerle la onda a unos amigos que alquilan vestidos de novia  y que no tienen plata para pautar pero lo hacemos pasar en una nota (cosa que jamás hice ni volveré a hacer). Bueno, eso hasta se puede entender, una manito no se le niega a nadie (cuando te piden de nuevo "otra manito" ya te están tomando de boludo)  pero esta nota nunca explica, ni siquiera en el copete este, porque es cool alquilar un vestido de novia. Simplemente dice que es cool y que alquilarlos cuestan tres veces menos.
Como supondrán, me fui de cabeza a leer esta nota en la que lo menos que podía esperar era un estudio sociológico sobre el cambio de conductas en el compromiso. Me encontré con esto, lo cual me lleva a pensar que: a) Usar un vestido de novia usado es cool porque usar vestidos de novias usados es cool, o sea, como una tautología si se me permite. b) Ser más o menos rata es ser cool. c) Andar seco de guita es cool. d) Ser ecologista es cool. Pero en ningún momento me dice porqué Ahora usar un vestido de novia es cool. A juzgar por el copete me quedó con la opción C, entonces hasta yo soy cool sin haber nunca alquilado un vestido de novia usada. Y de última le hago la onda a los amigos, cumplo con el trabajo, hago una nota de color y la cuelgo en internet, total nadie la va a leer.  

Segundo reporte absolutamente personal del Congreso de la Creatividad Juvenil en Ciencia y Tecnología

Ricardo Gutman


Disculpen la demora pero este reporte tardó en salir porque cuando salí de la conferencia de Supercomputadoras me pegué una vuelta por Pekos y bueno, volví tarde. La tarde de ayer fue bastante tranquila para mí. Lo digo desde la perspectiva que lo que verdaderamente me importaba pasaba a la mañana en el congreso. La charla era sobre la protección y la difusión del  patrimonio arqueológico de la provincia de Santa Fe a cargo del Licenciado Gabriel Cocco. Tempranito, a las 8.30, como para desayunarse. El problema es que yo entro a las 9 a trabajar y encima me tuve que comer bastantes minutos para sacar plata del cajero y pagar las cuentas del teléfono e Internet, que vencían hoy. No entiendo para que están los cajeros si hay que esperar un huevo cada vez que se junta gente. Eso cuando tienen plata y no se rompen. Encima me olvidé el celular en casa. Cuando llegué y miré en los avisos estaba el clásico llamado de remitente desconocido y uno nunca sabe si se perdió la oportunidad de su vida o zafó de un intento de fraude telefónico.

Digo la verdad, me hubiera gustado ir pero se me hizo imposible, todavía tengo que trabajar, esto del periodismo no da la plata que creía que daba. Mirando el programa me doy cuenta de que mañana volveré a perderme las charlas de energías renovables dispuestas en horario matutino, tema que últimamente me vienen comiendo la cabeza  básicamente por el hecho de que nadie se haya puesto media pila para que estas cosas tengan un desarrollo a escala considerable, digamos… a ver… provincial (como verán, me conformo con poco).
Lo cierto es que  charlas como “Los bovinos y las bacterias, amigos inseparables” y “Huesos, dientes, uñas y garras. Historias de animales” no son muy atractivas para un tipo como yo, menos que menos una conferencia titulada “Deficiencias minerales en vacunos, suelo, agua y pasto detectadas en el departamento San Cristóbal, Provincia de Santa Fe. Enfermedades nutricionales, carenciales y tóxicas”. Todo bien pero no es de mi agrado ese tipo de temas y menos otra deficiencia más en el departamento San Cristóbal.
Se me puso fea entre las 18 y las 19, porque en el Liceo Municipal Liliana Giupponi y Daniel Racca presentaban su a estas alturas clásico taller de matemáticas orientado a volver a mirar la resolución de problemas en la matemática. Digo se me puso fea porque a las 19 estaba en Picasso el Café Científico (para vos Gutman, que solo creías que existían cafeces literarios) sobre Supercomputadoras que organizaba el Gobierno de la Provincia de Santa Fe por intermedio de la Subsecretaría de Apropiación Social (cuac!, esa no la conocía todavía). Tuve que elegir y fui a la de Supercomputadoras (chicos, hay que estudiar computación porque la computación es el futuro) porque no sabía si iba a llegar a tiempo a una una vez que culminara la otra. Desgraciadamente tuve que elegir. Y digo desgraciadamente por Liliana y Daniel hacen muy buenas propuestas en los congresos y ya he participado en algunos de sus talleres cuando era estudiante del Profesorado de EGB. Sin desperdicio.
Bueno, el tema es que me pasé la tarde en la computadora dejando pasar el tiempo hasta las 19 y me instalé en Picassito con la intención de ver si Gonzalo, el dueño del lugar, me explicaba un poco la exposición que iba a hacer al otro día sobre el aprovechamiento del guano en al producción de biogas. Cabe aclarar que además de ser el dueño del Pub Gonzalo Caula es estudiante de la Lic. en Organización Industrial de la UTN Rafaela y que junto a Darío Dalmas van a presentar el tema en el congreso.
Bueno, creí que iba a llegar tarde y de hecho llegué tarde pero como en San Cristóbal las cosas nunca empiezan horario, y esta no fue la excepción, tuve tiempo de pedir un café, cruzarme, hablar al cuete un rato con el Clever que estaba pintando un poste y recién cuando Anahí llegó volví al pub.
Bueno, la cosa es que empezó y, la verdad, el tema estaba bastante más bueno de lo que creía. Fue básicamente una charla de difusión sobre el trabajo del Ing. Storti, el encargado de la charla, en el CONICET y la aplicación práctica de la capacidad de cálculo de las supercomputadoras en obras civiles. Interesante,  hubiese querido que sea más dinámica y didáctica, pero estos temas son así. Calculo. Después me fui a dar una vuelta por Pekos, como ya expliqué, porque estaba lindo y hacía calorcito. La foto se las debo, me olvidé la cámara en el bar. Falla en la memoria.    

17.8.10

Primer reporte absolutamente personal del Congreso de la Creatividad Juvenil en Ciencia y Tecnología


Ricardo Gutman

Yo recomiendo a las autoridades que tomen nota de lo acontecido hoy por la tarde en la inauguración del Sexto Congreso de la Creatividad y que empiecen a estudiar estos temas con más detalle porque nadie tiene una agenda política que contenga la problemática medioambiental y energías renovables. Lástima que las altas esferas de la política nacional y provincial no hayan podido estar presentes en la inauguración del Congreso. Háganme caso, posta posta, si se quieren vender (si se quieren vender, ¿eh? no serlo, eso es otro cantar) de progresistas en la próxima década sin tener que repartir netbooks en los institutos de profesorado (¿qué otra gran noticia nos traerá Binner la próxima visita? ¿los cargos de los profesionales del hospital una vez que se hayan ido? ) van a tener que tomar estos temas de manera seria porque el futuro viene por ahí. Espero que las autoridades locales hayan hecho los deberes y pongan en marcha algunas de las experiencias que vienen en los próximos días. Digo, se me ocurre.

El marco de este Sexto Congreso de la Creatividad Juvenil en Ciencia y Tecnología es, además del Bicentenario, dentro del Año de la Diversidad Biológica y de la Juventud, cosa que me entero gracias al programa que me acercó Lidia. A la hora de presentar oficialmente el Congreso, Sergio Capovilla, Director de la Escuela Municipal de Ciencia y Tecnología (EMCyT) y Coordinador General del evento, dejó bien en claro que dentro de este marco la sexta edición del Congreso estará signado por esta temática. Este congreso estará destinado a promover iniciativas de cuidado ambiental y experiencias de energías renovables de menor porte si se quiere pero de posible puesta en práctica en lugares como el nuestro.
Después de las palabras la primer experiencia fue la casa ecológica de botellas Iguazú. Alfredo Santa Cruz explicó las técnicas de encastre y armado de  esta casa de botellas en conjunto con los chicos de la EMCyT y las variadas aplicaciones y utilidades de las botellas de PVC en distintos emprendimientos productivos. Cosas como esta confirman que lo que a primera vista parece la locura del otro no hace más que confirmar lo inútil que es uno.
Ya para las 16.30 comenzó la primer conferencia sobre residuos orgánicos domiciliarios con biodigestores a cargo del Ing. Químico Eduardo Groppelli, hombre de un currículo tan extenso en energías renovables que le hizo secar la garganta al Leo Tardivo cuando lo presentaba. Groppelli presentó una serie de experiencias con biodigestores en distintos lugares de Santa Fe y Entre Ríos como solución a l problema del tratamiento de los residuos domiciliarios, totalmente aplicable no solo a escala habitacional sino también en escuelas con comedor, por ejemplo. Sin desperdicio. (Lo único molesto de la charla fueron los alumnos de las escuelas primarias, realmente insoportables, que se levantaban de un lado a otro. Veo tres opciones: o no se los lleva a una exposición de esas características, o se les prepara un taller especial con experimentos para que los pibes, que en definitiva van a heredar el mundo, entiendan por donde viene la mano o los padres le enseñan a comportarse en público. Pobre maestra.)
La charla terminó como a las 17.30. Como me quedaba media hora hasta que el Prof. Rodolfo Palazzo del Instituto Superior del Profesorado de esta ciudad presentase su Taller N°1 ZOOM, cuyo objetivo era mostrar lo complejo y lo simple desde las propuestas de Morin, Lipovetsky, Hopenhayn y Narodowsky, me crucé a mi casa y me tomé unos mates. Mi abuela, que es un amor pero que todavía no entiende mi cocina ni mi pava, me cebó unos mates hervidos hasta que se hicieron las 18 horas y me volví al Liceo (porque yo vivo no enfrente pero sí en diagonal al Liceo por si no se dieron cuenta).
El taller estuvo bueno. Me encontré con compañeras del instituto que hacía rato no veía. Didáctico, bien explicado, pero como siempre me quedé con la sensación de que si encuentro a uno de esos posmodernos le voy a rajar un rosario de improperios, para empezar livianito, y que, ya en el plano personal, mi problema es que no busco respuestas (si buscase respuestas sería, que se yo … abogado) si no que hago preguntas. Y eso me complica. Por lo pronto creo que esto ha sido todo amigos, me pregunto qué voy a hacer mañana porque los horarios matutinos me están vedados y el congreso viene lindo. No importa, algo se me va a ocurrir. Tengo la tarde libre.

16.8.10

Era en la plaza Pueyrredón si mal no recuerdo



Ricardo Gutman

Era en Santa Fe, en la plaza Pueyrredón, vos me hablabas de miles de cosas y yo no escuchaba nada de lo que decías absorto en mirarte. Me gustaba escucharte cantar, me gustaba escucharte, y mirarte, acompañarte a tu casa cruzando el puente colgante o llegar de noche y dejarte un chocolate en tu buzón. Ya no hago esas cosas. Ya ni vergüenza paso.
Pero era en la plaza Pueyrredón te decía, que vos me hablabas de Morfología II si bien recuerdo y a mí me importaba un pito lo que me decías, yo solo repetía que el tipo era un hijo de puta, que te tendría que haber aprobado y fumaba un cigarrillo atrás de otro dándote la razón sin pensar en nada. No me importaba y por mí siempre tenías la razón chica del apellido limpio.

Hacía unos días no más había corrido unas treinta cuadras hasta Boulevard Gálvez para agarrar a tiempo un taxi que me llevase a tu casa y de ahí al Cine Auditorio de Ate, calculando la plata y el tiempo, todo sin avisarte. Quería que vieras El Pianista, y lo vimos, pero a mí casi me cuesta los pulmones.
Y después fuimos a comer unas hamburguesas y a tomar unas cervezas y vos te reías de mi torpeza porque cada vez que me movía se me caía algo. Yo estaba nervioso y vos te dabas cuenta y empecé a entender que entendías lo que pasaba y yo estuve al borde mismo de la peor borrachera de mi vida porque no dejaba de tomar cerveza mientras te miraba entre las burbujas que subían por tu cara. Y hablé de la película por el solo hecho de hablar de algo y porque siempre fui bueno hablando de películas. Tenía que hacer tiempo y entretenerte y hacía lo que podía. Y creo que después te besé pero no recuerdo bien porque no sé si pasó o me pareció a mí. Yo estuve en vigilia toda la noche. Sí, creo que te besé.
Pero volviendo, era en la plaza Pueyrredón, un domingo de otoño cuando Santa Fe no es tan insoportable y la plaza no estaba llena de los puestos de los hippies a los costados de los caminitos pero si llena de pendejos que jugaban en esos juegos estrafalarios que tienen las plazas ahora y de los vendedores ambulantes de pasta frola que te ofrecen una y mil veces la misma torta después de haberles comprado. Creo que compré una pasta frola y compramos agua caliente en la estación de servicio que estaba al frente porque a mí se me había destapado el termo que llevaba en la mochila y la mochila había quedado hecha un asco pero ni cuenta me di que me había quemado la espalda. No sé porqué pero los árboles del Boulevard eran muy verdes esa tarde.
Fue durante esos tiempos que aprendí a querer el Boulevard Gálvez, en esos trayectos nocturnos hasta tu casa que después quedaban en nada, esperando que bajes o que estés o que vuelvas de la facultad. Por ese entonces tenían la costumbre de prender las aguas danzantes y yo hacía tiempo hasta que vos llegases mirando como subía y bajaba el agua, tratando de encontrar la regularidad de los saltos y las combinaciones de los colores. Yo esperaba verte doblar por la esquina. A veces tenía suerte, otras iba directo a tu casa.
Yo no sé por qué era domingo y no estaba la feria de artesanos pero di gracias a esa ausencia. Yo creía que era el momento perfecto, ese que esperás y que armás en tu cabeza, ese donde todos los puntos se unen y tenés que poner lo que te queda, despojándote de esa dignidad y esa vergüenza y decir, decirlo sin mentir ni chamuyar.
Yo me reía para adentro porque pensé que estaba todo dado, todo configurado, y siempre me pasaba algo. Las oportunidades no se repiten mi reina, no se repiten, y eso lo aprendí muy bien. Y en busca de esa oportunidad fui a buscarte a lugares donde me sabía indeseable, como en La Llave, donde no me dejaban pasar por ser demasiado burgués, demasiado Franja, demasiado desubicado como para pedir un vaso en plena barra de un lugar donde se camina sobre envases de cerveza, toda la noche haciendo guardia en los bancos del Boulevard mientras las nenas de 15 años pasaban sin el menor escollo. No me arrepiento pero me cansé reina, que querés que haga. En ese entonces yo creía que el amor se merecía, que si hacías los méritos suficientes te quedabas con la chica, que todo sumaba, boludeces que se sumaban en algún lado y que a la hora de pesar pesan. Después me di cuenta que no era así, que las novelas existen en la tele y en la cabeza de los escritores que se animan a pensarlas, escribirlas, publicarlas y venderlas y que en realidad nadie lleva la cuenta y a nadie le importa. No es para dramatizar, simplemente es así.
Pero volviendo, te decía que era en la plaza Pueyrredón, que el día estaba hermoso, que abundaban los gorriones, los vendedores ambulantes y los pendejos en el arenero. Nos habíamos sentado en esos bancos del centro de la plaza donde las copas de los árboles no se juntan y dibujan en lo alto un círculo de cielo. Vos hablabas de Morfología II creo, yo me había bajado medio atado de cigarrillos dándote la razón sobre ese examen y sentía que se  me iba el tiempo.
No sé porqué dejaste de hablar y me preguntaste que me pasaba, por qué miraba para arriba y yo te señalé el círculo de cielo entre las copas de los árboles y te dije una gilada, algo como que no importase, que pasara lo que pasara ese gorrión parado en la punta de unos de esos árboles iba a ir todas las mañanas, estés en el lugar donde estés, a contarte las  maravillas de las cosas y a hacerte comprender que hay cosas mucho más importantes que un examen no aprobado y que ese gorrión iba a recordarte a mí y esa tarde en la plaza.
Y vos me miraste sin decir nada, te sonreíste y yo te besé. Era en la plaza Pueyrredón si mal no recuerdo pero no me prestes atención, es muy probable que esté mintiendo.  
        

14.8.10

Boys don´t cry

Ricardo Gutman

Hacía tiempo que venía así, con esa opresión en el pecho, esas ganas de llorar en plena calle que se desintegran apenas se llega a la casa, al trabajo, a las estaciones de colectivos. Porque no se puede llorar en la calle, no es ni siquiera meritorio, si se va a llorar hay que hacerlo bajo la ducha o en una silla, en el mismo patio de la casa si se quiere, pero siempre en casa. Nunca en la calle. No hay dignidad en eso. Los hombres también lloran, pero cuando nadie los ve. Eso dicen.
Todo empezó un lunes, en el baño del bar de Darío. Por primera vez en mucho tiempo se miró al espejo y no se reconoció. Directo a los ojos, que no eran los mismos de antes, abiertos, blancos y atentos. No era él con esos ojos amarillos y apagados, de párpados caídos, ojos rotos, astillados, hastiados de lo mismo repetido, ni siquiera conformes, ni siquiera tranquilos. Ojos vencidos era lo que veía. Y eran suyos.
Le gustaría haberse traído el taco de pool que hacía rato se encontraba tirado en el fondo ciego del ropero, ahí donde dejaba las cosas que pensaba no usar más, como la paleta de paddle o la colección de etiquetas de cigarrillos que había dejado de juntar. Nunca tuvo alma de coleccionista, las cosas y los intereses nunca le duraban mucho. Desde pibe le pasaba con los juguetes y esas cosas, de grande; con los lugares,  los trabajos y las carreras. Lo mismo le había pasado con el pool, lo que al principio fue una fiebre con compra de taco incluida hoy se había diluido en el fondo del ropero. Ya no jugaba. Se había convertido en los viejos esos que se acodan en la barra o en la mesa de la ventana y ven jugar en silencio y con la cabeza recostada en una mano a los demás o que escuchan el sonido de las bolas chocándose sin darse vuelta. Había envejecido sin quererlo y todavía no llegaba a los treinta años. Y en medio de ese silencio de viejo en la barra se le vino a oleadas las ganas de llorar.
 
“Quién diría” dijo en voz alta, y nadie escuchó. “Pero yo ya no soy yo ni mi casa ya es mi casa” se recitó para el mismo, mirándose al espejo y tomando un sorbo de cerveza a medio camino entre fría y caliente. Ya no podía reconocerse, no por lo menos lo que el recordaba de sí, él que se había jactado tantas veces de ser el que figuraba en el documento. La luz blanca del lavatorio lo hacía lucir realmente patético, rojas las mejillas, el ceño fruncido, ojos amarillos, mechones de cabellos buscando una posición definida, retazos de piel muerta en los bordes de las cejas. Se pasó la mano por el pelo tratando de dibujar un jopo y la caspa se posó en los hombros de la campera azul. Se rascó la barba a la altura del mentón mientras se miraba los ojos amarillos y la mezcla piel muerta y  mugre llovía sobre el pecho del pulóver. Tomó otro trago de cerveza sin sacarse los ojos de encima, se limpió el bigote con la manga de la campera y volvió a la barra con los ojos cargados de agua.
Las mesas de pool estaban todas ocupadas y la ronda era larga. El viejo Tito se dio cuenta. J. miró la hora, se dijo que ya era tarde. El viejo Tito lo invitó a ir a Salta un par de semanas. “Ojalá Tito”, le respondió J, “allá es otra cosa pibe” dijo el viejo que lo miraba con ojos de perro manso. “Me tengo que ir a la mierda Tito, me tengo que ir de acá” respondió el pibe mirando con los ojos clavados en el reloj que marcaba las una y media. Uno se coló diciendo que de vez en cuando unas vacaciones no vienen mal. J. sonrió y asintió la afirmación con indiferente cortesía. La conversación siguió entre el Tito y el otro, de lo lindo que es Salta para irse de vacaciones. De las fiestas, de las comidas, de los paisajes, de las mujeres.  La cerveza se había calentado. Calculando las horas de sueño, J. decidió que era hora de irse. Saludó a todos como de costumbre. Todos lo saludaron, como de costumbre. La voz del Tito fue la última en despedirse. La noche estaba fría y se subió el cuello de la campera para que el frío no le diese en la garganta. Había comenzado el tiempo de la bufanda.
El día siguiente comenzó como todos los días siguientes de últimamente, con esa pesadez en la cabeza que lo retrasaba más de la cuenta y ese tic de estar pendiente a cada momento del reloj para no llegar tarde al trabajo. Afuera hacía un frío antológico, se cerró todo lo que pudo, encogido en sí, y se encaminó a la oficina, como todas las mañanas de lunes a viernes. Había descubierto que el trabajo administrativo podía ser aburrido. Lo que un tiempo fue la panacea se había convertido en un lastre necesario. No había mucho que elegir. Y llegado el caso bastante que agradecer.  “Es lo que hay” se repetía todas las mañanas, como para darse fuerza. Otra mañana pasó sin nada que ofrecer entre los chillidos de teléfono y las quejas de siempre.
La casa estaba en penumbras por más que era mediodía. Primero entró el humo del cigarrillo y después él. La ventana hacía brillar una silueta en la mesa. Al prender luz del comedor la pistola estaba ahí, en el centro de la mesa y casi sin quererlo J. se fue acercando a ella con tímidos pasos de culpable.
J. la mira, tranquilo, sintiendo que nada es inevitable por más que se lo tenga enfrente, riéndose envuelto en la nube de humo que sale de su boca. Lentamente la pasa de una mano a otra, lentamente una mano se la pasa a la otra. Ninguna se atreve a sentirla, a pesarla, a empezar a reconocerla por más que J. se lo ordene por que solo él sabe de su miedo, ese miedo que recorre cada sinapsis desde su cerebro hasta sus manos temblorosas. Por eso J. las perdona, así, sin más, sin ninguna explicación estúpida fuera de lugar.
J. acuesta el arma sobre las palmas como quien toma un poco de tierra para luego dejarla escurrir entre los dedos, mezcla de ancestral rito milenario, misterio y cursi de foto de tapa del National Geographic; intentando convencerse de que el arma es sólo un terrón de tierra y no algo que queriendo o sin querer mata y te deja tirado, quieto en el piso. Piensa que ojalá se le desintegrara y solo tendría que ver unas míseras limaduras, una brillante montaña de polvo metálico borrándose en el aire, un algo lastimoso  que va pudriéndose pero que podrá tirar, limpiarse las manos y seguir fumando ese cigarrillo que sin pedir permiso se acaba en el cenicero. Pero el pedazo de metal sigue ahí, envuelto por el humo del cigarrillo que dibuja antorchas, candelabros y flamas grises en el aire. J. nunca tuvo un arma ni sabe como la que se mece en sus manos llegó hasta ahí. Pero no le importa, porque el arma está allí y justo en el momento menos indicado. El débil foco de cuarenta resalta el percutor. J. logró que las manos dejen de temblar un poco pero no el corazón, controlando lo que todavía puede controlar pero siempre hay algo, algún lugar siempre te llora y entonces.  Dicen que una bala siempre dice la verdad.
J. la mira, con la misma sorpresa inicial de verla en su mesa sin saber de dónde salió. No se siente en sí, no sabe muy bien porqué la tiene entre sus manos, bailando de palma en palma, mojándola con la transpiración. J. no controla sus movimientos, no los entiende, sus desplazamientos son toscos, duros, lentos e impredecibles, como un titiritero primerizo que no controla su marioneta salvo que la marioneta, en este momento, es él. Todo es mecánico, como si estuviese previsto, fijado, escrito. J. no sabe ni comprende como el caño de la pistola se va acercando a su ojo derecho, cada vez más cerca, cada vez más estable.
Los pensamientos se suceden veloces y sin lógica. El túnel negro que se posa en su ojo derecho parece querer decir algo. Su pulgar derecho lentamente recorre de arriba hacia abajo el gatillo de la pistola, acariciándolo. Un silencio seco se esparce a medida que el caño se acopla al ojo, acomodándose entre los músculos, frío al principio, cálido unos segundos después. El tiempo se expande. Quizás allá atrás haya algo. Alguna respuesta, una revelación. Agradece la invitación. El silencio se desgarra. Y allá atrás no hay nada. Salvo un fondo interminablemente  negro.
Ni un túnel, ni una luz, ni puertas, ni gente esperándote. Atrás no hay nada. J. ha dejado la pistola en el borde de la mesa, dormida en su sueño negro. Se ha secado la transpiración en el pantalón pero sus ojos no se han apartado de ella. Todavía no pueden. Paulatinamente se va alejando de la mesa sin dejar de mirar el arma y choca con la puerta del dormitorio que se abre sin oponerse y lo deja pasar. A medida que se aleja la perspectiva va escondiendo la pistola. Sin saber por qué llegó al frente del ropero y se zambulló en el mueble. El taco estaba como el primer día, dentro de su caja, con todos los accesorios. Lo miró un rato, lo armó, comprobó su rectitud y se quedó lustrándolo.      

12.8.10

Conducta en los congresos

Ricardo Gutman

Creo que en un post de hace un tiempo me explayé sobre algo parecido y como estamos cerca de la realización del sexto Congreso de la Creatividad en Ciencia y Tecnología Juvenil  creo cuanto menos un deber escribir sobre la conducta en los congresos.
La vorágine de la vida actual lleva a tomar todo como un espectáculo, banalizando cualquier cosa. Se ha tomado tan en serio esa práctica norteamericana de hacer de todo un show que nos parece aburrido cualquier cosa importante que no tenga al menos algo que llame la atención . Es que hay cosas que son importantes por el mismo hecho de llevarlas a cabo pero siempre parece que hay buscar una veta que entretenga al espectador sino no hay éxito ni repercusión posible.
Ejemplo burdo si se quiere, para ejemplificar esto que trato decir se me vienen a la mente las presentaciones de Chicago Bulls de local durante el reinado de Jordan, apoteóticas si se quiere, fabulosas, haciendo crecer día a día, partido a partido, el mito de Air pero, en definitiva, no eran nada más que la previa a un partido de básquet. Absolutamente innecesarias. Claro, usted me dirá que toda esa parafernalia está hecha para amedrentar el rival, está destinada a producir un efecto de derrumbe psicológico en el contrincante y se lo puedo aceptar pero enfrente está Miguelito, con el solo hecho de pagar la entrada para ver a ese monstruo en acción ya está bien paga. Sólo hacía la diferencia y si no pregúntenle a John Stark que sintió el día que tuvo que defenderlo en pleno Madison Square Garden y MJ le clavó 45 puntos. Eso que jugaba de visitante.

El show y toda la parafernalia no hacían falta porque MJ te producía todo ese derrumbe buscado pero toda esa pompa le brindaba cierta magia al ambiente y uno creía, por lo menos a la edad en la que vi jugar a Jordan, que era absolutamente necesario que existiese. Te desvía la atención. Y nos acostumbramos a todo eso. Algo tiene que llamarnos la atención para concurrir sino no tienen onda. Y nos comportamos de acuerdo al contexto.
Pero volviendo al tema que nos convoca, tratando de resumir, un congreso es un espacio donde la gente va a escuchar y a aprender. Se supone desde el vamos que el que va a exponer tiene cierto calibre intelectual que hace que esté allí y no en otro lugar. La persona que asiste a un congreso es un asistente, no un espectador, y se supone que va allí no desde una posición pasiva sino más bien proactiva. Una exposición nunca queda completa si no se repreguntan ciertas cosas que no han sido entendidas y para eso está el asistente que, de acuerdo a su competencia, puede ahondar sobre el tema o plantear una tangente que en el mejor de los casos genere un debate.
Lo expuesto nunca es un caso aislado sino más bien un proceso no exento de su contexto que lleva a una conclusión que en su momento será puesta a prueba y validada. Para llegar adonde se llegó fueron necesarios ciertos pasos, ciertos procesos, que lo configuran como hecho histórico. En un congreso no se entretiene a la gente, se la educa. Pero la predisposición del asistente es primordial, sino la exposición puede pasar sin pena ni gloria y en ese momento y en ese lugar no habrá sido valorada por lo que es.
Fue hace unos dos o tres años creo. Asistimos con mi curso de 2º del Profesorado de EGB al Congreso de la Creatividad con la profesora de Seminario de atención a la diversidad. La actividad era conocer el proceso de desarrollo de una escuela bilingüe de la comunidad mocoví de Recreo y como eso repercutió en la misma comunidad.
Sin temor a exagerar, la experiencia de conocer esta realidad fue buenísima. La alfabetización en las dos lenguas, la construcción de un diccionario propio, la recuperación de la lingüística y el papel del docente mocoví en la educación fueron experiencias sin desperdicio. Conocer una realidad que no estaba a mi alcance hizo que no sólo asistiese sino que me interese. Pero en definitiva no fue eso lo que más me llamó la atención sino algo que pasó después, casi en el final de la charla.
Como a manera de cierre, la delegación presentaba una grabación del coro mocoví. Pusieron el CD y todos comenzamos a escuchar la canción. Ninguno de los asistentes conocía el lenguaje, pero siempre es una buena experiencia para tratar de entender, a grandes rasgos y dentro de lo posible, que tipo de lengua es, como se estructura, como se busca la rima y por donde viene eso que yo llamo musicalidad, cosa que le sobraba a la canción que giraba en el CD. Recuerdo que me pareció que las rimas terminaban casi siempre en una a muy acentuada y también recuerdo haber tenido la sensación de que era una lengua muy vocálica. A mitad de la canción me doy vuelta y le digo a mi vecina de silla que una vez que terminase la canción todos iban a aplaudir. Mi vecina me contestó que eso no iba a pasar.
Cuando estalló el aplauso fue espantoso. Demasiado violento. No había ninguna necesidad de hacerlo. Fue como decir “que bien los indios, armaron un coro y grabaron un CD”. Fue horrible. Si hubiesen preguntado después la cosa hubiese sido diferente pero no así. Fue un aplauso despectivo, innecesario. La comunidad mocoví no necesita de un aplauso para afirmarse en sus raíces. Vinieron a mostrar lo que hicieron. A mostrarte a vos que están trabajando sin pensar en tu aplauso, en tu reconocimiento, quieren tu comprensión, que vos entiendas lo difícil que es armar la cosa si vos, como representante de un grupo cultural, sos el que constantemente pone trabas a la integración de la comunidad e impone su cultura, que vos no te integrás a la comunidad y que ellos hacen lo posible para integrarse sin perder su bagaje. Pero vos te quedaste en la canción; como si fuese un recital. Para eso sirven los congresos. Para compartir y aprender. Por eso no aplaudas por aplaudir, mejor pregunta, que hace mejor.

9.8.10

Ben Wade



Ricardo Gutman

A simple vista, Ben Wade no es el peor de todos. A primera impresión es Charlie Prince. Sádico, metódico, callado y efectivo, dueño de una puntería envidiable, fiel hasta la médula, Charlie Prince no necesita hacer demasiado para dejarte callado, simplemente mirarte a la cara con sus pequeños ojos claros sucios de tierra de Arizona. Es un soldado excelente. Nunca discute, nunca contradice. La vida para Charlie Prince es simple: obedecer órdenes, llevarlas a cabo. No es inteligente, es más bien astuto. Para Charlie Prince no hay medias tintas, no negocia. Y Ben Wade lo sabe.

Es seguro, de eso no hay dudas. No duda. Un hombre así siempre es peligroso si encima anda armado. Mata casi sin mirar, sus movimientos son tan mecánicos que no necesita enfocar para calibrar el destino de una bala. Es un asesino a sueldo convencido de que no nació para hacer otra cosa que no sea hacer lo que hace: robar y matar. Es lo más parecido a una máquina. Mata con las dos manos de igual manera, primero con la derecha y luego con la izquierda. Después carga las dos pero nunca está sin balas. Le gustan las armas cortas porque son más maleables.
Pareciera no tener ambición. Ser el segundo para muchos es nada más que una situación temporal, producto de un aprendizaje que se supone a la larga dará sus frutos para llegar a ser el número uno.  A medida que el tiempo corre la persona cree estar listo para ser el número uno y pelea por serlo reclamando su lugar. Cuando no llega o cuando no ocurre empiezan los problemas. Es así, a grandes rasgos, como se construye una traición. Hay gente que no entiende que en lo que se hace cada uno tiene su lugar en el mundo y que siempre hay alguien mejor que uno. El mundo está lleno de mejores, algunos duermen la siesta y otros ni se preocupan, tan conscientes de su superioridad. Son aquellos que resuelven las cosas rápido cuando el resto se atasca a mitad del problema.
Charlie Prince no se lo plantea. Ni siquiera se le pasa por la cabeza. No desea ni el caballo negro de su jefe ni su pistola. Piensa que no hay nadie mejor para conducir a la banda que Ben Wade. Y se encarga de que todos lo sepan. Ha entendido, no sé si con dolor, que no podría estar mejor que segundo en esa banda de asesinos. Ha preferido ser el segundo en Roma que el primero en su aldea y es una decisión razonable. El tiene que ir de un punto A a un punto B y conseguir su objetivo. En eso es el mejor y lo sabe.
El resto de la banda son soportes, relleno si se quiere, cada uno con su habilidad particular pero no tan certeros y efectivos como Charlie Prince, hombres prescindibles en su mayoría. Él lo sabe y los demás lo saben. Charlie cuenta con toda la confianza del jefe. Charlie reparte el dinero del botín. Charlie cabalga primero que ellos en la formación a caballo. Charlie entiende con sólo una mirada que es lo que quiere su jefe. Cuando Charlie habla, los demás se callan. Y así es cada vez que se encuentran.
Sinuoso y esmirriado como una víbora, tiene el pelo rubio y cara de niño bueno. Todo en él está predispuesto al engaño. Exige siempre respuestas directas y si no las obtiene las sigue exigiendo hasta llegar siempre al mismo resultado. Constantemente mueve su cabeza de un lado a otro, siempre alerta, desconfiando de cualquiera alrededor. Es un poco soberbio si se quiere pero no comete errores porque sabe que se pagan caro. Para Charlie el mundo no es más grande que la banda que integra; no se le conoce mujer ni se sabe si la necesita. No se inmuta ni se conmueve y cuando sonríe siempre parece burlarse del otro.
Para Charlie cada robo es una batalla, una guerra donde rapiña lo que tiene el otro solo por diversión o necesidad. Si las cosas se vuelven feas sólo sabe responder redoblando la apuesta. Si uno muere el enemigo lo paga triple. Y si tiene que matar por la espalda mata por la espalda. Tiene un único tic que llama la atención: cuando está arriba del caballo se prende por completo su chaqueta de doble botonera, cuando se baja del caballo se desprende los dos botones derechos. Para Charlie no existe el honor. Esa es, quizás, la única cosa que le puede reprochar a Ben Wade, quien no mata si no es en igualdad de condiciones. Si lo hubiesen dejado en sus manos todo el pueblo de Bisbee hubiera ardido en una sola noche.  
Cuando Charlie jura lo hace para siempre. Charlie Prince no es humano, por más que quisiera no podría serlo. Es una completa basura. Para Charlie Prince un ser humano no es nada más que una molestia. En él no existe el más mínimo atisbo de piedad, el más mínimo respeto por la vida. Duerme tranquilo por las noches. No tiene sentimientos más allá de su fidelidad inquebrantable a Ben Wade. Para Charlie Prince Dios es una palabra en la que cree su jefe, sin sentido, sin forma, sólo citas que repite cada vez que Wade se despide de alguien. Pero no es Charlie Prince a quien escoltamos. No. Charlie Prince es la nube de tierra que avanza a nuestras espaldas en busca de su jefe por el medio del desierto con su banda detrás. Nosotros escoltamos a Ben Wade, el peor de todos.  

Difundiendo

Nunca Más

Allí están,
descargando sus odios,
que el tiempo, ni la vida,
han podido acallar.
Allí están,
adustos, imperturbables,
defendiendo derechos
que se adjudicaron un día,
en nombre de una patria
que no les pertenecía.
Y cambiaron los destinos
con sus golpes de estado
y en nombre de un supuesta
Seguridad Nacional
se convirtieron en Dioses
custodios de un paraíso,
que la paranoia Mesiánica
les había legado.
Allí están,
configurados en nuevos,
dirigentes, legisladores,
periodistas, avenidos a escritores,
cipayos entregados
a la codicia extranjera,
con la explotada sangre
que por siglos hicieron
ricas a otras naciones
y pobre a la patria,
alimentada de los
grandes basurales
que los Imperios dejan,
al llenar sus alforjas
en pleno Wall Street.
Allí están, no los odiamos
la Historia y la Justicia
los habrán de juzgar,
al sentenciarlo el pueblo
con ese nunca más.

Víctor Hugo Vargas
Escritor- Periodista
Cel. 03408 – 15570890.
San Cristóbal - Santa Fe.
elpicaporte@hotmail.com


Este poema ha sido seleccionado para ser publicado en la revista del Centro de Estudios de política Argentina y Latinoamericana

8.8.10

Los domingos iguales

Ricardo Gutman 

Una voz sonó por atrás cargada de historia negra, fracaso y resignación. El domingo se había presentado con su traje depresivo, como todos los domingos en que llueve y la gente no soporta estar acorralada, presa en su casa, mirándose las caras; en los que uno puede elegir entre dormir o pelearse con la familia pero incluso hasta de dormir las personas se cansan. La madrugada había traído la lluvia y la siesta no se molestaba en llevársela;  a la hora en que escapé de casa –eso de las cinco de la tarde– la cuestión  parecía no tener ganas de cambiar.
La siesta se pasó rápido, en el piso,  tirado en una colcha, mirando películas infantiles y aburridas. Confieso que así y todo la cosa era bastante soportable pero cuando la casa se fue poblando después de la siesta larga el aire empezó a escasear. Un par de reproches después ya me encontraba en la calle, empezando a empaparme, ausente de rumbo pero con aire a discreción. Decidí tomar un café en cualquier lado (aquí cualquier lado es el centro) y me dirigí, sin pensarlo, a cualquier lado.

Una cortina gris cubría la ciudad. El viento se llevaba todas las intenciones. La lluvia, irregular y persistente, oscilaba en su intensidad. Luego de varias puertas cerradas y media hora de caminata entré en el único bar abierto.
Puertas, puertas, puertas. Adentro todo estaba inmóvil, quieto, como esperando a despertar. Los pliegues de los manteles se petrificaban a las patas de sus mesas planchados por el calor del ambiente, un color durazno dominaba el lugar y lo iluminaba todo. El aire, por costumbre, circulaba tranquilo empañando los bordes de los ventanales y el hogar crepitaba tímido, haciendo el aire más pesado de lo que estaba, marcando la diferencia entre el adentro y el afuera. Más por espectador que por exhibicionista me senté cerca de uno de los ventanales a mitad de distancia entre la puerta y el televisor. A mi izquierda se encontraba la barra que todavía estaba desierta. Afuera llovía con una porfía irreverente. El mozo llegó a mis espaldas justo cuando pasaba el primer auto de la tarde.
Pensándolo mejor, bien podría haber empezado esta historia unos instantes antes, en el momento en el que el mozo llega a la única mesa habitada del bar con el cortado espeso, humeante y orondo por mis espaldas; al fin y al cabo todos los domingos lluviosos terminan siendo siempre iguales.
Siguiendo la tendencia mecánica del día, todo se hizo automáticamente: la mano dejó el café y sus accesorios a la derecha del libro, tratando siempre de molestar lo menos posible, el libro se abrió al azar dibujando su página sobre el mantel. El bolso, deprimido, quedó a la vera de la silla, entre la silla y el ventanal. La lluvia empezó, lentamente, a empujar a las personas al lugar.
Los parroquianos, humedecidos, fueron entrando uno a uno, como arriados, hasta perderse detrás mío. Saludos conocidos y acostumbrados, cortos y efusivos, empezaron a invadir el ambiente, el ritual semanal de encontrarse y reconocerse, pensé, con una algarabía que no es tal: es difícil extrañarse aquí, en una ciudad tan pequeña.
El lugar fue hundiéndose sutilmente, un poco efecto del calor, un poco efecto de la gente. Preso de la inercia, yo también fui hundiéndome entre el humo del cigarrillo y el laberinto de la hoja; del ventanal solo quedaba un pequeño redondel,  bastante irregular, sin empañar. Todo se fue apagando. Las palabras que antes revoleteaban entre las lámparas fueron cubriendo el piso del bar. Una inmensa gelatinosidad se fue apoderando del local. El humo del café parecía un copo de nieve suspendido en el aire.
No sé decir como corrieron los minutos, habremos estado así un tiempo imposible de medir, acostumbrados a esa quietud, a ese lento evaporarse. El grupo ya ni se hablaba, después de los saludos parecía no haber mucho que decir; todos conocían las rutinas de los otros, tan parecidas a las de uno mismo. Embobados miraban el televisor: la voz del relator, antes estridente, era una cosa amorfa y grave que luchaba heroicamente por hacerse un lugar en medio de esa maraña. Hasta que despertamos.
Uno de los últimos que entró, supongo, olvidó cerrar la puerta y la ventisca que se coló descomprimió el lugar: los manteles volvieron a oscilar sus pliegues, los ventanales se desempañaron en un instante. El ambiente, por unos segundos, volvió a inspirar y los reclamos repentinos y fulminantes no se hicieron esperar.
El piloto gris se levantó tranquilo ante el acoso de los reproches. Manso, sin mayores preocupaciones, se dirigió a enmendar el descuido, como si poco importara la súbita inundación de ese diminuto rincón que hacía las veces de recibidor del bar
Nunca entenderé porque pasan ciertas cosas, ni siquiera porqué existen las sorpresas. Un ínfimo deseo puede cambiar el curso de la historia y su responsable, desgraciadamente, quizás nunca lo sepa.
El sujeto volvió, indiferente, a su silla, pero los reproches no menguaron. Alguien dijo algo que todo el mundo festejó y sonó como un preludio, como una entrada, como una invitación. Ahí fue cuando la voz tronó y el lugar súbitamente pareció presa de un espasmo. Una sensación de corriente contenida, como una erupción de años en vano, de tiempo tirado en alguna esquina anónima de la historia, llena de autoridad inapelable, sacudió el bar. El lugar entero vibró como si fuera a demolerse y las voces cesaron de festejar lo que antes había causado tanta gracia. Las copas que colgaban de la barra tintinearon en un escalofriante meneo y los vidrios de los ventanales sacudieron su modorra. Una nube de humo oscura y lúgubre pareció colgarse del cieloraso. Las luces de las dicroicas se congelaron y pude ver a través de los ventanales lo que ocurría en la calle, vidrios afuera.
Fue demasiado evidente. El gentío detrás de mí no pudo percatarse de lo que vi, absorto como estaba en reponerse de la parálisis. Tartamudeaban, confundidos, respiraban de manera entrecortada; con miedo a responder. No di crédito a lo que veía, parpadear fue inútil.
Seco. Afuera estaba seco. El día seguía nublado y triste pero seco; seco como si no hubiera caído una gota en años, como si un hacha hubiera cortado de raíz la fuente del diluvio que hasta unos segundos atrás había molestado todo el día. El asfalto había vuelto a su gris opaco, las hojas de los árboles se habían fosilizado. Todo pasó en apenas unos segundos, en una eterna lentitud. Pude ver como volvían las gotas a caer sobre el asfalto, una a una primero, millones después empapando todo lo posible. Las cucharas empezaron a tintinear sobre los pocillos del café. Quise tomar mi café pero tuve que pedir otro porque estaba frío. Los otros, los de mi espalda, hicieron lo mismo que yo, repitiendo mi pedido, después que llamé al mozo. Para hacer más corta la espera me prendí un pucho y el resto de la tarde siguió así, con  un cigarrillo atrás de otro y calculo que me habré tomado unos cuatro cafés. Adentro estaba lindo y no me quise mover porque afuera llovía como nunca. Los domingos lluviosos son siempre iguales.

6.8.10

Una invitación

Ricardo Gutman.

Me enteré del Congreso de la Creatividad bien temprano en la mañana, apenas salía de mi casa, en el kiosco, leyendo un afiche de promoción. Acto seguido entró Lidia, que supongo venía de la Escuela Municipal de Ciencia y Tecnología, y me dio un afiche del montón que estaba en el mostrador del kiosco. Le pedí el programa, Lidia me prometió que lo mandaría y hace unas horas llegó a mi bandeja de entrada el cronograma del próximo Congreso de la Creatividad Juvenil en Ciencia y Tecnología, el sexto. Si por una de esas casualidades lo tenés vas a tener que tomarte tu tiempo, es mucho, te cansas de solo mirar y según lo poco que sé no es todo lo que hay.
La verdad, quien lo diría. Llama la atención, es recién el sexto, no es mucho ni es poco, pero parece que hace ya tiempo que los congresos vienen realizándose, esa sensación de que siempre se hizo hace que uno se olvide fácilmente lo jovencito que es este encuentro que año a año se empeña por divulgar ciencia a los sancristobalenses. Los sancristobalenses son raros, al menos para mí.


Recuerdo cuando el Museo de Ciencias era un apéndice cultural relegado a un grupo minoritario de chicos en la ciudad, un espacio más bien outsider dentro de lo que se podría llamar “vida cultural” sancristobalense. Pasó mucha gente por el museo con el correr de los años, eso es verdad, pero la mayoría de los pibes no son apasionados por las ciencias naturales tanto como con los deportes, eso ya sabe, lo cual hace mucho más meritoria su permanencia en el tiempo. Hace unos días se encontraron para comer y festejar los 25 años de vida.  
Primero fue el Museo, diría la crónica. Un buen día la intendencia Martino decidió hacer una Escuela de Ciencia y Tecnología Juvenil y contrariamente a lo previsible el proyecto se transformó en quizás la única actividad cultural con desarrollo y proyección de la gestión radical que no sólo alcanzó el éxito sino que año a año se amplía. Tanto se amplió que la aulita y el laboratorio inicial tuvieron que ampliarse a tres grandes aulas donde dar clase ya que la matrícula crece año a año. Quién sabe qué santo estaba de turno pero lo cierto es que la cosa anduvo y a estas alturas está instalada, goza de buena salud y no creo que alguien asuma con el costo político de abandonar la EMCyTJ a la deriva. 
Y después vino el Congreso, una actividad nueva que en su momento causó sensación y hoy es una de esas cosas que uno espera que la municipalidad no deje de hacer. Y siempre atrás de todas estas cosas, peleándola aquí y allá, estuvo y está Sergio Capovilla, la persona que logró hacer de la alfabetización en ciencias una actividad cultural propia que crece sin hacer mucho bullo pero con sorprendente regularidad. Debe ser que el hombre sabe lo que quiere. Debe ser que el hombre sabe algo, ¿no?
Sergio no está solo, es verdad, pero es el motor de todo esto y lejos de emborracharse en su ego está bien conciente de los desafíos. Hace un tiempo me dijo, en una nota que hice para www.sancris.com.ar, que después de 25 años de trabajo estaba llegando la hora de dotar a toda esta movida de recursos humanos que continúen, en definitiva, el trabajo de una vida. Hay mucho esfuerzo puesto en todo esto como para dejarlo ir así porque sí. Es esa gente la que deberá encarar los desafíos que todavía le quedan por cumplir al Congreso de la Creatividad.
Una de esas cosas pendientes es, a mi criterio, hacerlo más masivo, más permeable a la gente. No sé si es un error nuestro como sociedad o de los organizadores del evento pero siempre me queda la sensación de que el congreso nunca llega a la población. Tiene todos los recursos para hacerlo, es de entrada gratuita, diverso, flexible en su organización, cuenta con difusión local, reconocimiento ministerial, infraestructura edilicia, exponentes reputados en sus disciplinas. Incluso hay gente que se llega hasta el norte santafesino para dictar conferencias gratuitas que en otros círculos son rentadas y que arma su agenda anual para poder participar de este encuentro. Eso no es casual, algo está diciendo.
Y la mayoría de las veces el Congreso pasa indiferente entre la gente de la ciudad. Esto alguna vez se lo he planteado a Sergio. Durante tres días la ciudad se vuelve un corrillo continuo de alumnos y docentes yendo de un lado a otro para tratar de aprovechar lo mejor posible el tiempo en conferencias y talleres. Pero si no fuera por los docentes y los alumnos muy poca gente asiste al Congreso. Y no es que sean disertaciones para legos y entendidos, son accesibles a todo el mundo pero es muy raro que algún particular fuera del medio educativo se llegue a las exposiciones.
No sé si es indiferencia o desinterés, no podría afirmarlo de manera taxativa; lo que sí puedo decir es que es una lástima porque es, al menos, no reconocer los esfuerzos y el tiempo puestos en la organización del evento. Es verdad que quien lo organiza, la EMCyTJ, es una institución educativa no formal que mediante el Congreso articula y arraiga la conexión con la educación formal, pero eso no quiere decir que sea solamente para educandos y docentes. De hecho está destinado pero la participación es abierta, si lo que se hace no es reconocido y valorado a la larga o a la corta se termina acabando por falta de motivación.
Este 16, 17 y 18 de agosto es una nueva oportunidad para conocer. Desde este humilde blog se hará lo posible para dar cobertura a la mayoría de las cosas que ocurran en la medida de los tiempos, es el humilde granito de arena que trataré de aportar para ayudar y a la vez saciar mi ansiosa curiosidad. Vos si querés también podes ir, nunca es malo volverse a sorprender.

5.8.10

Oferta laboral

Ricardo Gutman

Bueno, como pueden ver esto es una cerrada de jeta para aquellos que como yo dicen que no hay trabajo en San Cristóbal y que nos vivimos quejando de la falta de oferta laboral en una ciudad que se mantiene gracias al empleo público.
Es verdad que un trabajo es un trabajo y que no hay que hacerle asco a nada, pero hay trabajos y trabajos (eso ameritaría un post aparte ahora que lo pienso), trabajos que no cualquier cristiano puede hacer.
Yo, sin ir más lejos, soy horrible vendiendo algo. No puedo. No me sale, es más fuerte que yo. Pero para hacer el trabajo que figura en la foto hay que ser un muy buen vendedor. Para quien no conoce Sentir es una reconocida casa de sepelios de la provincia de Santa Fe y en San Cristóbal necesita promotores. La verdad que te la regalo salir a vender sepelios, hay que saberla lunga. ¿Cómo encarás a alguien para venderle un servicio así? tenés que tener cancha.
Yo por lo pronto cumplo con mi función, de alguna manera sigo siendo algo parecido a un comunicador social, y de paso te dejo los números de teléfono para que vayas llamando. Si conseguís el laburo avisame y desde ya va mi más sincera admiración para quien encare este trabajo. Quien te dice, por ahí si me lo vendés lindo hasta te lo compro.

4.8.10

Que no panda el cúnico: Ben 10 está bien

Ricardo Gutman

Ante la ola de preocupación desatada por el post anterior, tomé el compromiso de encontrar a Ben luego del cobarde ataque que sufriera en vidrieras sancristobalenses hace unos días y del cuál fui el único en percatarme y denunciarlo.
Llevo tranquilidad al informar que Ben está muy bien y que por lo visto ha estado realizando ejercicios físicos, le ha aflojado un poco a los postres y ha recuperado su tono y forma muscular. En la foto se lo puede ver muy tranquilo en una bicicleta que hace juego con su atuendo en horas nocturnas, si bien con rueditas de apoyatura porque recién está aprendiendo, desde el otro lado del vidrio pudo confirmarme que está todo más bien, que se está chamuyando a la Barbie trucha y que pudo vengarse de sus atacantes mediante uno de esos bichos en los que se transforma.
Espero que ahora todos estén tranquilos ya que el super héroe de los niños ha vuelto al ruedo. Que no vuelva a suceder ¿eh?.  

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