18.5.09

Respuestas

Por Ricardo Gutman
I
El libro dice:”Así cómo el giro copernicano revolucionó nuestra comprensión del espacio, Einstein hace que el tiempo ocupe un lugar distinto en nuestra imagen del mundo, volviéndolo a relacionar más estrechamente con el espacio y convirtiéndolo en la cuarta dimensión (después de la línea, el punto y el cuerpo).
La clave para comprender esta revolución está en la posición del observador. Antes de Einstein, el observador había sido excluido de la ciencia para impedir que la objetividad de los datos científicos se viese alterada por factores y puntos de vista subjetivos. Einstein reintroduce al observador en la ciencia y observa como observa el observador- en cierto modo Einstein es el Kant de las ciencias-.
Para él, la condición esencial de la observación es la velocidad de la luz, que no puede superarse, pues de lo contrario los fenómenos ocurrirían antes de que pudiésemos observarlos. En otras palabras: la observación de cualquier objeto requiere tiempo, tanto cuanto más alejado esté de nosotros. Cuando miro una estrella situada a un año luz (la distancia que recorre la luz a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo), la veo como era hace un año, es decir, no puedo verla como es “ahora”. O dicho de otro modo: cuando la veo, estoy mirando al pasado, lo que desbarata la idea de simultaneidad. Esta es sumamente extraña. Imaginemos que estoy sentado en una estrella situada exactamente a medio camino entre dos estrellas gemelas, en cada una de las cuales una bomba atómica hará explosión en cuanto yo dé la señal. Si pulso el botón, dentro de diez minutos veré una explosión en las dos estrellas, de este modo contemplo fenómenos simultáneos, pero solamente desde esta posición. Si yo programase la explosión para dentro de dos horas y me dirigiese con una nave espacial hacia una de las estrellas gemelas, después de dos horas de viajar vería una explosión antes que la otra, aunque tuvieran lugar “al mismo tiempo”. La expresión “simultaneo” es, pues, relativa al punto de vista del observador. Sin esta referencia al que observa, esta expresión carece de sentido”.
La verdad, una pinturita. Una explicación cómo la que todo maestro busca. Clara, sencilla, oceánica, aprehensible, simple y general. Un maestro el alemán este. La verdad que sí.
No sé si es verdad pero podría serlo. Uno me dirá que en verdad es un hecho, yo prefiero, cuanto menos, desconfiar, por eso de los paradigmas, por eso de que lo que hoy es verdad es lo aceptado por la mayoría con autoridad para reconocerlo y que cualquier día (léase centurias) la cosa cambia y la verdad es otra y entonces resulta que lo que creíamos estaba un poco equivocado. Pero la explicación es buenísima o lo suficientemente buena para que un absoluto orate como yo que reconoce que cuando mira el cielo le da vértigo entienda que lo que en realidad miramos, en este caso una estrella, no es la estrella que creemos que es sino la que vemos. Algo así como la fe.
II
Siempre lo sentí o siempre lo supuse, no sé bien que fue primero. Siempre creí que las cosas eran un poco más complicadas de lo que realmente son y que cuando miraba algo estaba mirando algo más que, oculto, no se me daba a conocer o que no sabía que era.
Eso me ocurría con mis árboles. Yo he tenido mis árboles, en otro tiempo, mis árboles de pibe pero un buen día alguien los arrancó dejando una molesta claridad a toda hora. El árbol del frente de mi casa tenía una particularidad: en ciertos días, a ciertas horas, la luna se encuadraba entre las ramas más gruesas, convirtiéndose en todo un espectáculo. Recuerdo esperarla, reloj en mano, los mismos días en distintos meses, como si ella me visitara sólo para mostrarse, como hacen ciertas mujeres, para que sólo la mirara yo y en un diálogo sordo pensáramos en las distancias, en el espacio, en la deslumbrante comprensión de saberse testigo de algo más allá de lo evidente, algo mucho más grande de lo que podía imaginar pero que mis ojos de joven no podían alcanzar.
En las noches en que la luna no venía me sentaba a mirar por el recuadro de las ramas, simplemente por hacerlo, y la pregunta de qué era lo que estaba mirando me asaltaba cada vez que lo hacía, perdiéndose en una respuesta oscura. Ahora sé que la única persona capaz de adjetivar esa mezcla de duda e inmensidad era Borges.
En ese entonces no lo sabía, pero había noches en que el recuadro mostraba estrellas que a la noche siguiente no aparecían. Era muy pibe para saber que estaba viendo la muerte de una estrella, si lo hubiera sabido quizás nunca más hubiera mirado por el recuadro de ramas.
Sabía que nunca encontraría la respuesta a lo que estaba mirando pero era la promesa de algo, una promesa, pero los municipales cortaron el árbol un mediodía de enero y desde ese día ya no recuerdo donde se encuadraba la luna y vivo con dolor de cabeza producto de las insolaciones. Esta noche la luna está detrás de mí y no puedo evitar sentirme vigilado, ya no existen marcos de madera y esa costumbre de mirar lo insondable sin saber qué es lo que hay más que pánico me reduce a la conciencia de lo mínimo que soy.
III
Un paradigma es el marco de referencia en el cual se estructura una época. Algo es verdad porque las personas capacitadas para decir que es verdad dicen que lo es, es decir, el corpus de respuestas aceptadas como tales, no por puro capricho sino por una serie de consensos en la que la comunidad científica se pone de acuerdo. Por más didáctica que sea la explicación del alemán, no llega a convencerme. El problema es el punto de vista. Si todo depende del punto de vista hay cosas que pasan y cosas que no pasan simplemente porque el espectador está o no está en el lugar donde pasan las cosas, como sí las cosas ocurriesen en la medida en que uno las presencie o no; entonces como un nene malcriado puedo desechar las cosas en la medida que las vea, las presencie, las viva, y lo demás no existe. Puede que no me convenza pero es una respuesta. Al fin y al cabo todos buscamos nuestras respuestas de la manera que queremos. O que nos conviene.
IV
La tarde se me pasó sin darme cuenta entre las páginas de este libro que, básicamente, trata de recorrer lo que es la cultura occidental y cómo se ha estructurado con el correr de los tiempos. Un solo repaso de su índice alcanza para cansarse. El mensaje me llegó en el momento en que llegaba a hastiarme del libro, unas cincuenta páginas después de la relatividad, y me avisaba que esta noche había asado en la casa de M. a las 22, que lleve carne.
Llegué temprano, tipo 21.30, sabiendo que el asado se demoraría como siempre y que la previa no tardaría en comenzar. Fui demasiado puntual. En la casa sólo estaba el anfitrión preparando el fuego, nos saludamos y el amigo fue para la cocina a buscar una cerveza. Cuando volvió yo estaba mirando una estrella. “¿Qué te pasa?”, preguntó, mientras llenaba el vaso. Tuve que responderle: “¿Alguna vez te pusiste a pensar qué esa estrella que estamos viendo en realidad no es la estrella que creemos, qué es una imagen retrasada que nos llega después de recorrer años luz hasta llegar a nosotros? Si esto fuera así en realidad estaríamos viendo el pasado y si de todas las posibilidades existentes fuera así entonces ¿qué somos?, ¿el futuro de esa estrella o el pasado de otros que no podemos ver y qué viéndonos no saben que somos su pasado y que ellos son el futuro nuestro?”.
Durante unos segundos eternos M. no dijo nada mientras yo seguía con la mirada fija en el punto cada vez más brillante del espacio y esperaba su respuesta. “¡Dejá de joder, Ricón, y tomate un porrón!” me respondió, mientras me acercaba el vaso. Yo le acepté el convite y me prendí un pucho, cómo suelo hacer en esos casos.

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