9.10.09

Simplificaciones



Por Ricardo Gutman


El país se mece al ritmo de una canción popular, harto conocida. Un elefante se columpia sobre la tela de una araña y como ve que resiste llama a otro elefante que acude en su ayuda. Ambos ven que la tela continúa resistiendo y llaman a un tercero pero como no pueden cortarla hacen la más fácil, llaman a otro elefante para ver si ahora pueden cortarla pero como sigue resistiendo vuelven a llamar a otro elefante y así hasta el infinito. Yo no sé que tiene esa tela de araña pero los elefantes no pueden vencerla por más elefantes que llamen.

Podemos seguir contando y cantando hasta que nos cansemos, hasta el infinito mismo si se quiere. No culpemos a los elefantes, son elefantes y piensan como elefantes, tienen mucha memoria, mucho archivo pero piensan como elefantes. Juntan peso, cada vez más, pero la tela hace lo posible por resistir. La incertidumbre pasa porque nunca se sabe cuántos elefantes puede soportar la tela de araña, o bien porque nos cansamos de cantar y porque el infinito es infinito y no hay vuelta que darle.

Ser políticamente correcto es necesario, necesario para la convivencia, para la democracia, para la vida. Pensemos en las dificultades que nos acarrearía no serlo, los conflictos permanentes, los disgustos, si no fuera por la tan mentada hipocresía rutinaria. Un mínimo es necesario. Pero el hecho de que todo el mundo quiera ser políticamente correcto aburre. Y enerva. Y se convierte en otra cosa, en una exacerbación de la mentira como herramienta de cohesión, la hipocresía como vehículo social. De vez en cuando es necesaria una dosis de sinceridad brutal para sacudirnos la modorra y pensar un poco del otro lado. Y tratar de comprender, en resumidas cuentas.

Actualmente existen al menos treinta conflictos sindicales en el territorio argentino, es decir, al menos uno por cada provincia, todos por reclamos salariales o mejoras en sus condiciones laborales. No importa lo que pase en las provincias, importa lo que pasa en Capital Federal. Ya estamos acostumbrados, y eso que venimos alterados por una nueva Ley de Medios.

Debe ser que el país está explotando. Por lo menos eso dicen los medios. O quizás la mecha está empezando a consumirse y lentamente se acerca al barril. Quizás explotó hace mucho pero no nos habíamos dado cuenta porque no lo dijo la televisión. Quizás no nos importa porque no nos toca directamente, por creer que nos pasa por al lado, que le pasa a otro. Quizás las cosas estén cambiando, pero no nos damos cuenta.

Es una cuestión de óptica; usted decide. El problema del país no son los reclamos salariales, por lo visto; el problema son los cortes de tránsito que impiden la normal movilización de la gran masa de porteños que necesitan hacerlo por esta gente que reclama salario, becas, planes sociales o piquetes porque en el mejor de los casos el sueldo no les alcanza para llegar a fin de mes sin importar el derecho del otro a circular libremente. Así de simple. Usted decide por donde pasa el eje de la cuestión.

Correr el eje de la información desvirtúa a priori el análisis de la situación, desenfocando núcleo de la cuestión. Pero como información es interpretación y por lo tanto construcción, es válido desde un punto de vista editorial; la configuración del mundo de un cronista no es ajena a su ideología, por lo tanto es otra construcción del mundo válida como cualquier otra. El valor radica en decirlo, en decir desde donde se dice lo que se dice. Hasta ahí estamos de acuerdo.

Pero parece que nadie quisiese decir lo que piensa. Por ser políticamente correcto, demasiado correcto. Porque hay que comprender. Y comprender es ponerse en el lugar del otro. Y negarse a comprender es negarse a la otra realidad, es, simplemente, individualismo. Piden a los cuatro vientos que se solucionen los problemas de tránsito como si eso fuera la gran preocupación.

La “legitimidad” de la cámara, el poder de manejarla, de darle a la voz a quien yo quiero, parece otorgar la razón. Y si repetimos muchas veces la misma opinión la sensación de unanimidad es abrumadora. Pero no lo dicen. Lo dicen solapadamente, entre los pliegues del discurso, de la corrección política. Le hacen decir al otro, a la gente común, lo que ellos no quieren decir.

Probablemente peque de ingenuo y el hecho de creer que el problema es otro, que pasa por otro lado quizás lo demuestre. Creer que alguien que corta el tránsito o participa de un piquete tiene un motivo para hacerlo quizás sea una demostración. No niego que existen presiones políticas e intereses creados de por medio, pero a la hora de preguntarme qué haría yo si no pudiese darle de comer a mi hijo, no tengo mucho en que pensar.

Ocurre que del otro lado no me ofrecen soluciones sino reducciones, simplificaciones que no alcanzan para abordar el problema ni medidas que lo solucionen más allá de llamar al orden, una actitud represiva de los conflictos sociales que no pretende su solución sino que simplemente no estorben, que se queden ahí, que no jodan y que si joden que los lleve la policía.

Es que el corte de tránsito es sólo coyuntural, por más que afecte a muchos, no es central. El centro pasa por otro lado. Pasa por trabajo digno, vivienda, educación, seguridad social, salud pública; pasa por los problemas de fondo hasta ahora no resueltos. La gente que protesta lo hace por sus derechos. No simplifiquemos porque sino terminaremos razonando como elefantes. Y si terminamos pensando como elefantes aunque no tengamos nada en común con ellos devendremos en funcionales.

Lo cierto es que los elefantes están empecinados en cortar la tela de araña. Eso me preocupa un poco porque hasta donde cuento yo la tela siempre soporta. El problema es que si se sigue contando el número de elefantes es infinito. Pero tengo fe en la tela. Siempre resiste. No sé porque.

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