3.10.11

Puertas


Ricardo Gutman
Para entrar a una casa es necesario abrir una puerta. Esto siempre es así. Cuando se entra a una casa se abre una puerta. Abrir una puerta siempre es una acción cargada de ansiedad, de misterio y sorpresa. Cualquier cosa puede pasar. En este caso, la puerta del pasillo fue casi siempre de chapa hasta hace algunos meses, donde decidió volverse de aluminio. Esa puerta siempre llevó a un pasillo y a un patio de luz. Pero nunca a mi casa. La puerta que lleva a mi casa está después de ese patio de luz y es de madera vieja, desde antes que yo nazca. Esa es la puerta que abre a otras puertas. De hecho es así. Cuando uno abre la puerta de madera, la de bienvenida, uno cree que entra a mi casa pero en realidad entra a otras puertas, cosa que vendría a ser lo mismo. Esa es, en definitiva, una puerta que abre. Porque también hay puertas que cierran y de hecho las tengo. Como todos. Como en cualquier casa. Pero en mi casa no es lo mismo porque apenas se abre la puerta de entrada uno se encuentra indefectiblemente con la puerta del baño. Mi casa es rara. O es como pudo ser. Pero así es. Es la primera puerta que se ve. Siempre creí que estuvo ahí por si uno está apurado. Que se yo. Pero está ahí y no se puede no verla.
Cuando la puerta de madera se cierra uno puede ver lo que el ángulo de abertura le estaba negando: otra puerta, al lado de la puerta del baño, que es la pieza de mi madre, que en otro tiempo fue un living donde nos sacábamos las fotos de cumpleaños pero que el tiempo y la muerte convirtió en dormitorio. Para el visitante desprevenido esto es todo un desafío, usualmente nadie sabe muy bien que hacer si uno no lo guía. Sobrados casos existen de confusiones al por mayor de gente que quiere hablar conmigo y termina en el baño, sin querer, sin pensarlo. Pero ahí no termina la cosa. El tema es que hay otra puerta del lado derecho de la puerta de madera, que vendría a ser la primer puerta cardinalmente hablando pero que mayoritariamente no es visible a primera impresión porque generalmente la gente entra de frente a las casas y en este caso la visual les muestra la puerta del baño, ignorando la primera. Es comprensible, básicamente un laberinto rectangular con cuatro puertas a los lados. Un laberinto exclusivamente de puertas.

Aquí entran a jugar otras cosas, la dimensión de  lo humano por así decirlo. El instinto lleva a la puerta del baño pero la lógica indica que la que hay que abrir es la de la derecha. Preso en un rectángulo de puertas primero juega el instinto y luego la lógica. Si no hay nadie en el baño no pasa de ser una sonrisa socarrona. Si no es así es lógico esperar un rosario de disculpas. Hecho esto, pasado lo pasado, uno abre la puerta de la derecha, entra al living y ve dos puertas, una enfrente y la otra a la derecha. Yo sé que una lleva a la cocina comedor y la otra a la habitación de mi hermana. No todos saben eso. Entrar a mi casa es tomar siempre una decisión, abrir una puerta y cerrar otra. Decidir lleva tiempo y no es casual que el living esté en ese lugar. Está, precisamente, para que la gente se tome su tiempo y decida cuál puerta es la correcta. Quizás sea la drástica disminución de cantidades de puertas, quizás sean los sillones o muy probablemente las habilidades auditivas las que llevan a los visitantes a tomar la decisión correcta. La de la cocina es siempre la más bulliciosa, en la que siempre hay gente, en la que el ruido de la vida contrasta con cualquier otra habitación del lugar. Es el lugar donde estamos todos. Incluso más puertas.
En la cocina hay dos puertas más, las de mi habitación y la que sale al patio. Llegado el caso son dos puertas meramente funcionales, es decir, se puede o no se puede abrirlas, puede o no puede suceder algo. No va a cambiar nada si uno no quiere que cambie. El problema radica cuando se deja al libre albedrío del visitante lo que hay que hacer. Digamos que yo le digo al visitante primerizo ”andá al patio y llevá el mate que voy al baño ”. La cosa se complica porque puede entrar a mi habitación, donde no hay ninguna otra puerta sino más bien una ventana con unas flores amarillas que me regala mi vecino para que no me entre tanto sol en el verano y los libros, pero es más posible que se pierda más allí que en el resto de la casa. Después quedan dos puertas más y una es la de la heladera pero para el caso no cuenta, por lo tanto elegirá la puerta blanca de aluminio que lleva al patio.
Allí no hay peligro que se pierda porque la fragancia del azarero hace de guía. Lo que puede suceder es que se encienda la curiosidad y pregunte, como de hecho lo hacen, ¿qué hay ahí? señalando alguna de las dos puertas que llevan a los dos depósitos. Porque en casa tenemos dos depósitos, uno que guarda retazos de mercadería de la mercería que alguna vez tuvimos y otro que es el depósito de la casa, donde van a parar los cachivaches, los lastres, las cosas que no sirven pero que uno no sabe porque las guarda. No sirve de nada explicar lo que hay adentro, usualmente la gente cree que ahí se guardan cosas de otros mundos que no se encuentran en otros lados y que no se pueden mostrar  al simple de los mortales por lo que a la larga o a la corta tenemos que abrir los depósitos para que la gente entienda que la Puerta de Tannhäuser no se esconde en nuestro depósito. De hecho la Puerta de Tannhäuser nunca estuvo en mi casa, aunque si bastante cerca.
No recibimos muchas visitas. Es comprensible que la población de mi casa se mantenga estable a través de los años; no somos gente reacia al contacto social pero son pocos los que llegan a visitarnos. A medida que pasa el tiempo el tema se complica porque yo me complico. La mayoría de los días las puertas de mi casa están abiertas pero me aburro. Entonces las cierro. Para divertirme.

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