10.12.12

El 12



I
La noche es fresca, linda, hermosa, negra y con estrellas. Al costado aparecieron hace un tiempo un par de estrellas que desde rato me hacen compañía y se destacan porque no brillan, titilan. El 12 estaciona enfrente de mi casa pero yo no estoy ahí. El Puchi me viene a buscar media cuadra adelante, caminando. No lo dejo llegar porque si no tendría que presentarlo y siempre es tiempo perdido. Lo primereo y caminamos hacia el kiosco, compramos cerveza y cigarrillos. El Negro está adentro del 12, fumando con la ventanilla baja en una noche como esta. No debe andar muy cristiano. Apenas se lo ve, difuso dentro del halo gris. Ni siquiera saluda, ni siquiera nos ve. El 12 arranca con ese ruido de auto cansado y gastado, cruzando la avenida al ritmo del motor viejo que acelera como si gastase los últimos cartuchos. Atrás queda la nube negra de nafta mientras el auto avanza. El auto está hecho hilachas, ni radio tiene. La única música es la de la carrocería que se mueve. La tierra es asfixiante. Ningún médico debiese dejar que el 12 circule. Para entrar al 12 tenés que tener el certificado de vacunación con la antitetánica al día. No es para cualquiera. No es por nada en particular pero a ese auto no sube cualquiera. Los otros autos se corren al verlo llegar. Y uno aprende a querer cosas así, quien sabe por qué.
Tendría que haber escrito esto la noche del domingo, cuando la cerveza amenazaba con tumbarme. Tendría que haberlo escrito en estado de euforia, medio borracho, cuando me suele dar por filosofar. Y es que a veces salen cosas hermosas cuando uno anda así. Nunca fui muy guapo con el alcohol pero debo reconocer que antes resistía más. Eso no es nada para alardear, siempre tumbé la chata más temprano que tarde, y siempre me dio vergüenza tumbar la chata temprano aunque fuese más barato. Nunca me levanté bien al otro día, salvo este domingo. La noche ya me dejó, sabe que no me da más el cuero. Ya pasó el tiempo, me dice, y no sos más el mismo. Una nube de humo polariza el auto. Adentro, tres energúmenos de más de treinta años cantan a los gritos canciones de Sabina y los Stones con una Schneider en la mano. No son las nueve y media de la noche, el centro rebosa de gente con plata todavía fresca. En unos días ya no quedará más, solo las deudas. El 12 cruza los faroles y los carteles, en otro lugar, en otra dimensión.

II
Quizás es el tiempo, pero a todos nos cubre la misma sensación: las noches antes eran más largas. Todos tenemos la misma costumbre, esa de calcular cuanto tiempo dura algo en vez de vivirlo mientras es. Mentalmente todos estamos calculando cuando terminará esta recorrida y eso nos pone tristes. Lo veo en las miradas de los dos de adelante. Es que es tan lindo mientras dura. Es que mañana hay cosas que hacer, todos tenemos cosas que hacer. Hemos inventado millones de cosas para mantenernos ocupados, desde ruedas hasta el sistema financiero. Nosotros somos más simples en ese sentido, tenemos que ir a trabajar solamente. Pero es domingo a la noche y ya pesa.
Alguien toca el botón de la nostalgia y empiezan a salir cosas parecidas a los recuerdos, anécdotas entrecortadas que nunca terminan porque entre los tres nos interrumpimos. Una cosa lleva a la otra y nunca terminamos nada. Nadie deja terminar a nadie. Durante media hora nos reímos de la inmensa cantidad de pelotudeces que hicimos, de las vergüenzas que pasamos, de las corajeadas sin sentido. Hoy no hay nada de eso, solo tres tipos adentro de un auto desvencijado que recuerdan a medida que salen los recuerdos. Pero hay algo que falta en ese tarro con humo dentro, algo parecido a la verdad, y en ese preciso momento donde todo debiese ser sincero empiezan a saltar las justificaciones. No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio muchachos. Es hora de sincerarnos queridos míos, estamos en esta situación porque no tuvimos los huevos suficientes. Aprendimos a valorar las noches midiéndolas con cerveza porque hay noches que se da para tomar cervezas. Nos creímos el cuento de que había que ganarse la vida y lo leímos entero. Nos vendieron el buzón y lo compramos con gusto, nosotros que nos creíamos tan sagaces, tan astutos, tan piolas. Compramos que hay que levantarse temprano, no sé para qué. Compramos el verso ese que dice que si las cosas salen de acuerdo a tus expectativas está todo bien. Leímos de todo menos a Séneca, quizás nos hubiésemos avivado un poco. Nos hicimos adictos a la cerveza, al pucho y a los desengaños. Le echamos la culpa a la vida repitiendo lo que repiten todos por no tener la valentía suficiente de ir más allá, de romper el molde a mano limpia, sin martillos ni encargues. Nos entregamos poco a poco al contrareembolso, ni siquiera al boleta contra boleta, nunca pagamos por adelantado porque siempre quisimos obtener algo a cambio. Quisimos ser bohemios y no llegamos ni a la uña de Bukowski. Compramos el envoltorio, la cáscara de la bohemia. Nunca nos entregamos, nunca nos entregamos como debe ser, completos e inocentes, como niños.
Sé que la cagué muchachos, sé que no tendría que haberlo dicho pero fue más fuerte que yo. El silencio del auto me lo dijo. Pero tenía que hacerlo, porque las encrucijadas en las que hoy estamos no son mocos de pavo muchachos, se están definiendo cosas importantes y no podemos andar con chiquitas. No fue malo, para nada, pero ya pasó. Brindo por todo lo que pasó y lo que vivimos porque aprendimos, porque intuimos que hay algo que no funciona.  Y brindo por todo lo que nos queda por vivir. Pero ya fue vivir así. Y brindo por ustedes muchachos, porque todavía hay tiempo. Todavía queda un poco de tiempo.    

1 comentario:

Camila dijo...

Siempre he sido una amante de Cerati y por eso todo lo que encuentro de este cantante en internet hace que me quede viéndolo. Cuando vuelvo de trabajar a mi casa me la paso tirada escuchando su musica en mi equipo de audio.

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