Blanco.
Últimamente todo se está poniendo
blanco.
Cómo el anuncio de una lluvia.
De un tiempo a esta parte se me olvida
todo. Al parecer no soy el único. Hago como si no ocurriera pero me
pasa al igual que muchos. Algunos me lo dicen, a otros se les nota.
Yo hago como si todo siguiese la misma rutina. Compré un llavero con
un gancho cromado que llevo religiosamente en todos los pasadores
traseros derechos de todos los jeans. Los fines de semana, cuando
estoy de entrecasa, es fija que pierdo la llave. Debe ser un síntoma,
cómo si estuviésemos dentro de un vapor medio viscoso. No es
necesario que nadie nos diga que estamos bajo el efecto de algún
sopor cósmico que nos distrae de lo real. Lo sabemos, lo real es lo
que se ignora. No hacen falta trompetas celestiales que anuncien la
verdad. No nos importa. De hecho hemos inventado más de un recurso
para reforzar esa situación. Todos los recursos posibles. Porque nos
gusta soñar. O nos gusta estar dormidos.
Soñar no cuesta nada. En mi caso,
aprender a leer fue más que suficiente. La identificación cuasi
patológica con la necesidad de lectura compulsiva produce una
paulatina y progresiva identificación con el mundo de las ideas.
Quisiera decir que eso es bueno pero sé que no. Hay una separación,
un defasaje ahí que no se cierra. Todo se vuelve onírico, no hay
nada de acá. Lo que tiene de placentero lo tiene de peligroso. Con
el correr del tiempo la memoria me ha hecho tropezar en más de una
oportunidad. Al día de hoy la seguidilla de traiciones hace que no
pueda recordar acontecimientos que hice la semana pasada, más allá
de aquellas cosas que tenga previamente planificadas. No recuerdo lo
que dije ni los compromisos que asumí. Olvido contraseñas. Por eso
anoto todo. Y en ciertos momentos varios recuerdos que creí
inmutables para siempre se doblan y se pegan, se estiran en el
tiempo, se borran las fechas y las horas, poniendo en duda la esencia
misma de un sentimiento. Por que el recuerdo es eso, una imagen más
una emoción de un tiempo que pasó donde la emoción es la que fija
la imagen.
Blanco. Todo blanco.
Como un recién nacido.
De mi cumpleaños de seis me queda una
foto en la sección sociales de febrero de 1987 de un diario que ya
no existe más y una camioneta Duravit que todavía anda por ahí y
que no tuve la valentía de jubilar. La foto es cada vez más
amarilla y la camioneta sigue con el frente roto, encastrada en
alguna esquina de esta casa cada vez más chica. Me acuerdo incluso
de cuando se rompió pero no puedo acordarme de la voz de mi viejo
¿Fue el último beso de mi padre el último que registró mi memoria
o se despidió antes de irse a dormir, por última vez, mientras yo
dormía acurrucado en mi cucheta nueva? ¿Porqué no recuerdo las
voces?. Era una noche oscura, neblinosa, con cierta bruma blanca en
el aire. Alguien me cargó a los hombros y me fui a dormir del
vecino. Ese día fue normal, lo pasé jugando. Llegada la tarde llegó
mi madre, se sentó en la mesa y azotó su cabeza contra el mueble.
En su mano derecha un cigarrillo llenaba de humo el comedor. Yo seguí
jugando. Alguien me informó lo que pasó pero no asimilé la noticia
sino hasta varios días después.
Blanco.
Todo blanco.
Como la nieve que nunca vi.
La incertidumbre hace que la vida
parezca una película que otro proyecta. Incluso a veces suele ser
una mentira. No le digo nada a nadie para que no se preocupen ni
opinen pero el riesgo de esquizofrenia se vuelve cada día más real
y amenazante. No todos pueden ser John Nash. Y yo soporto cada vez
menos a la gente. La encontré de casualidad, sin esperar nada,
fumando en la cocina, un día que volví de trabajar. ¿Eran tan
morenos sus cabellos? Me fui acercando poco a poco, día a día. Ella
también. No recuerdo el tiempo que estuve pero si sé que fui feliz.
Me olvidé de contar y de los aniversarios. Mis días con ella fueron
como un domingo a la mañana. Yo creía que esas cosas no podían
desvanecerse. Hoy me cuesta recordar su cara. Creo que alguna vez más
la volví a ver pero no sé si fue así o si todo eso que viví fue
nada más que otro sueño, que otra historia. Todo los planos se
entrecruzan y es todo tan confuso que tiendo a creer que todo pasó
en realidad, para no andar pensando demasiado. ¿Qué diferencia
existe si sólo es una cuestión de tiempo? ¿Fue tan dramática esa
despedida? Yo.... la verdad...... no sé si soy real. Sólo recuerdo
que era una tarde blanca. Una calle llena de polvo. Y que no quería
llorar.