8.11.10

Como nos traicionó la vida Negro



Ricardo Gutman 
La vida avanza. La vida avanza y poco a poco te muestra las cartas. Puta madre. Tres tipos en una mesa de un bar gritando a más no poder, solos en la madrugada. Otra madrugada más. Otra madrugada igual, o casi igual.  “Como nos traicionó la vida” pregona el Tano a eso de las cinco de la mañana. Los envases se acumulan en la mesa redonda, incómoda, y cada vez hay menos espacio. Nunca la pegaron estos tipos con los muebles. Ya no es posible ser como antes. Ya no da el cuero. Si para ser Bukowski habría que llevar una vida acorde voy muerto antes de jugar. No nacimos para rockstar. Gardel hay uno solo muchachos. Uno solo. El resto es perrada. El camino del exceso es sólo para los elegidos. Y acá estamos, el Negro, el Tano y yo, a las cinco de la mañana, haciendo como que no importa, acumulando envases que en cualquier momento se van a caer, sabiendo lo que espera una vez que nos vayamos de acá, intentando dormir o algo parecido, yéndote un rato.  Y recién es martes. Y a ésta hora está todo cerrado. La mesa baila entre el desnivel del piso, cubierto de colillas de cigarrillo. Estamo frito angelito. A esta altura ya no es triste. Es patético. Hace rato que tendría que estar durmiendo, mañana está el trabajo que pedí durante tanto tiempo y que ya no aguanto. Me he vuelto predecible, tan predecible que ya podría afirmar a que hora me atacará la tos de la mañana. Pero acá estamos, a las cinco de la mañana, riéndonos para no llorar, sabiendo que todos fuimos un deseo, una posibilidad, otra cosa, pero riéndonos al fin. Y creo que por ahí se nos cuela la rebeldía que nos queda. El Tano parece haber encontrado un axioma y lo repite tanto, hasta el cansancio, que la verdad revelada ya no es más que un tic, ya no es más que otra frase articulada por tres borrachos contagiados en el filo de la madrugada de algo más grande que no entienden y que se pierde en el aire. Mañana la olvidaremos o quizás la recordemos y nos dará vergüenza saber que hemos llegado al quid de la cuestión por casualidad, por error, porque la cosa pasa por otro lado. Pero ahora la gritamos a voz de cuello porque en el bar no hay más nadie que nosotros. Estamos jugados. Y a los gritos el Tano va a buscar otra cerveza al freezer. “Como nos traicionó la vida Negro, como nos traicionó la vida” grita el Tano mientras yo no digo nada, como siempre, sin nada interesante que decir. El Negro se ríe. El gas se escapa de la botella. Afuera no pasa nadie. No esperamos que nadie llegue. Y un silencio inesperado se sienta entre nosotros. “Sin espuma para mí” le digo al Tano rompiendo la quietud, recostado en el espaldar de la silla, fumando el cigarrillo número cien de la noche que empezó temprano, allá por las nueve. El Negro le dice al Tano que cambie la música, que ponga algo más movido. Yo ya estoy enteramente entregado. Ellos se irán a dormir en un rato y controlarán sus vidas, sus horas, sus responsabilidades. Yo he llegado a la casilla en la que las responsabilidades lo controlan a uno. Yo ya no voy a dormir porque sé que no me levanto. Las horas se me han ido. El Tano sabe lo que dice cuando dice que la vida nos traicionó. Nos hace un favor a todos porque sabe que no es así. Creo que lo dice a propósito, como mantrándola. Pero igual la gritamos una vez más, total que más da, nada va a cambiar en estas horas que nos quedan hasta que salga el sol. Podríamos haber sido lo que quisiéramos pero somos lo que somos y los tres sabemos por qué. La noche nos hace precio. Un perro pasa por la vereda y se nos queda mirándonos por los ventanales. Los tres nos reímos y el perro se echa al lado del ventanal que eligió para mirarnos, se da vuelta y queda como vigilando la vereda. “Tenemos seguridad” digo yo. El Tano sale a la vereda y le dice al perro que pase. El perro ni se mosquea. “Éste está más acompañado que nosotros” dice el Tano desde la puerta mientras se lleva el filtro del cigarrillo a la boca. El perro tiene mirada de perro, esa mirada que tienen los perros como pidiendo algo, esa mirada que tienen los pibes y las personas tristes y los borrachos crónicos que se pueden ver acodados en las barras de los bolichones. Pero este perro no suplica y en cierta medida tiene más dignidad que nosotros a esta altura de la noche que se va de a poco. Afuera está fresco dice el Tano pero nadie hace el más mínimo esfuerzo por salir del calor de adentro. El Tano nos increpa desde fuera y el viento le hace flamear la remera. Está más flaco de lo que parece. Salimos. Dos viajes para llevar el envase y tres vasos. Nos sentamos en el ventanal, al lado del perro, con cuidado de no romper el vidrio ya roto mil veces. Un móvil de la policía pasa por la calle y nos miran desde adentro. El viento está hermoso y nos despabila la cabeza y los pulmones. El sol empezó a despuntar a nuestras espaldas pero hemos jurado no movernos hasta que el perro se levante.

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