28.10.09

Cansancio



Por Ricardo Gutman. Foto: Aldo Ojeda.

I
Pasan muchas cosas, es cierto, incluso en lugares cómo este, cómo el nuestro, lugares que parecen no pertenecer a ningún lugar, a ninguna provincia, a ningún país. Esa es la impresión: la provincia es un lugar que está al sur, comienza en Rafaela y termina en algún lugar cercano a Rosario; después de ahí no parece haber mucho más.
Nuestra extraña condición de ser parece condenarnos. Estamos tan atrasados que enerva de sólo pensarlo. ¿Se puede hablar con alguien qué no conoce mi realidad, qué no sabe dónde vivo, qué no se explica cómo hago para vivir como vivo? Entiendo hablar cómo compartir códigos, vivencias, cosas en común. A primera vista parece que no, es decir, no puedo hablar con alguien que no entiende cómo vivo, cómo hago para tomar agua si no tengo red domiciliaria de nada. Pero vivimos. Aprendimos a sobrevivir. Quizás ese es nuestro error.
Objetivamente creo que tengo más cosas en común con Santiago del Estero y con Chaco que con la provincia de Santa Fe. Y no es que esto se circunscriba solamente a San Cristóbal sino a una gran región olvidada. Otros lugares están peor que nosotros pero eso no es ningún consuelo, ni para mí ni para ellos.
Esa Santa Fe pujante y poderosa, la segunda economía del país, es una extraña criatura de soja que no reconozco, algo tan lejano para mí cómo para muchos otros; una Santa Fe que no puedo caminar porque aquí las rutas son un desastre, los caminos se abren y se mantienen cómo pueden y las maestras deben pagarse de su bolsillo el traslado hacia una escuela de campo a la que nadie llega si no fuera por ellas o dar clases en una plaza.
Yo conozco la Santa Fe de las promesas, la de los grandes augurios, las de las grandes esperanzas nunca cumplidas y de la de las grandes obras nunca realizadas. Conozco el patio trasero de la Santa Fe residencial, el depósito de esa casa donde se guardan los trastos viejos, los muebles rotos y las cocinas herrumbradas.
El señor gobernador ha dicho que Santa Fe es una provincia fragmentada y no se equivoca tanto; en realidad debería haber dicho que Santa Fe es una provincia descuartizada para ser más exacto. Es que llegado el caso las palabras disfrazan y confunden y necesitamos ser claros en estos temas: en esta provincia existen ciudadanos de primera, de segunda y de tercera. Lamentablemente.      
A veces creo que nadie parece saber en que país vive, en que lugar está parado. Parece que las cosas pasaran en otro lugar, en los grandes conglomerados. Yo vivo en el país de las deudas, ese que los grandes medios descubrieron gracias al dengue (miren lo que escribo: ¡gracias al dengue!). Esas cosas que no pasan también son noticia, la diferencia radica en la visibilidad, en la capacidad de ser visto, de llamar la atención.
Vivo en un país, en una provincia, invisible, que de vez en cuando llama la atención si pasa alguna catástrofe, alguna inundación, alguna sequía, algún brutal asesinato, algún caso en particular cómo el de este nene que no puede salir al sol. Con localidades de nombre particulares que algunos funcionarios no pueden nombrar pero que para mí son tan normales como nombrables. Vivo en un país que pocos conocen y muchos sufren. 

II
Estoy cansado, cansado de muchas cosas, pero más cansado estoy de que me ignoren. Que no te nombren. Que no sepan tu nombre. Que no sepan cómo se llama el lugar donde vivís, tener que explicar todo porque nadie sabe cómo llegar a tu pueblo, a tu ciudad, a tu comuna, a tu colonia, a tu paraje. Cansa; cansa mucho. Y enoja. Pero no es lo único.
Estoy cansado, entre otras cosas, de los razonamientos darwinianos, liberales, de muchos progresistas que parecen no haber ido más allá de La riqueza de las naciones. Estoy cansado de que me expliquen que estoy así porque debe ser así, porque estoy en un lugar no bendecido por el señor, sin agua y sin buenas tierras, cómo si eso fuera el condicionante de todo desarrollo. Que no puedo acceder a ciertas cosas que otros lugares poseen porque las estadísticas indican que cuantitativamente no conviene tenerlas, que es un gasto, y que por eso mi vida vale menos que la de cualquier otro.
Sospecho que el problema es que nos hemos acostumbrado, la historia misma, la aplastante lógica del pasado y del presente nos ha hecho ser lo que somos, aceptar lo que aceptamos y encima afirmar que la culpa siempre es de los otros. Aceptamos el saqueo o el abandono. Esa es nuestra parte de la responsabilidad y hay que hacerse cargo, algo habremos hecho.
Estoy cansado de tener la tentación de darle la razón a los derrotistas, a esos que andan por la vida diciendo que todo anda mal, que seguirá peor después y que no podemos esperar nada del futuro. Es que llegado el caso no se equivocan, es verdad, lo que ocurre es que siempre se centran en los aspectos descriptivos de la realidad y si es así a veces no queda otra que darle la derecha.
No hace falta mucho. Simple y apabullante, el razonamiento de estos profetas del pesimismo es tan obvio, tan pesado, que se pierde la fe en el futuro y en las palabras. ¿Qué se pude esperar cuando te dicen que recién en quince años se va a poder tener una red de agua potable? ¿Qué se puede esperar cuando el recorrido de un gasoducto cambia de un día para otro y nadie puede explicar el por qué? Lo decepcionante es que nadie se esfuerce por contradecirlos.
Después están los gurúes del cambio, esos sujetos que tienen las cosas tan claras que cuando uno le explica su realidad lo miran con esa cara de “pobre subdesarrollado, cuantas cosas le faltan y cuan atrasado está” y después se van a su casa a estudiar los problemas, discuten en grupo, organizan seminarios, realizan informes y conclusiones, reciben su paga y después forman otro grupo de estudio interdisciplinario de la complejidad social existente o solicitan alguna beca, si es en el extranjero mejor, para realizar algún posgrado que te tirarán por la cabeza en alguna conferencia para demostrar que en realidad el ignorante es uno. Y las cosas seguirán igual a pesar de los informes y las estadísticas.
Y por último están los locales, esos que siempre encuentran la justificación apropiada en la provincia, en la nación, en la situación económico financiera que aqueja al mundo, en la sequía, en las retenciones, en los sueldos, en el INDEC, en las desventajas regionales, en la poca capacidad de financiamiento y que se yo que otras yerbas; lo cierto es que siempre pasa algo y justo afecta por acá.         
Estoy cansado y soy relativamente joven. Tampoco los grandes centros están exentos de problemas, sería una estupidez obviarlos. No ignoro las desigualdades de las grandes ciudades, la pobreza de sus puertas de entrada y los problemas que tienen. Pero esos no son mis problemas. Mi problema es que no quiero que mi lugar termine así antes de tiempo.
La imaginación al poder rezaban los estudiantes parisinos del mayo francés, en ese año catalogado como la primavera del siglo. Imaginación por favor. Que a alguien se le caiga una idea. Mejor. Que a dos personas se le caigan dos ideas y que las lleven adelante.   
Sólo pido que alguien contradiga a la realidad con hechos y no con deseos. Sinceramente no sé cómo es vivir en la otra Santa Fe, la de los santafesinos, rafaelinos y rosarinos, la de las industrias, los campos y los tambos. No sé lo que es pertenecer a esa realidad. Perdonen mi ignorancia.

26.10.09

El viaje


Por Ricardo Gutman. Foto: Aldo Ojeda

Duro. Duro porque hay maneras y maneras de morir. Muertes propias, muertes lentas, sorpresivas, inesperadas, compartidas; muertes colectivas. Homicidios a gran escala. Quizás alguien todavía crea que morirse es dejar de respirar, encerrado en un cajón, mientras los demás lloran por un rato. No es necesario morirse para estar muerto. A veces te matan antes que te des cuenta. Asesinatos en masa. Genocidio. Quien sabe cuántos habrán pasado por esa situación no sólo en San Cristóbal, sino en el país. Cuántos han salido adelante y cuantos otros se han quedado en el camino. Y cuantos no sobrevivieron.


No sé cuántos San Cristóbal existieron, yo viví siempre en la misma ciudad. Yo era lo suficientemente chico, nací en 1981, pero los 90 quedaron en mi cabeza como un continuo día nublado. La San Cristóbal que conocí era una ciudad triste, poblada de quioscos y remises y con cada vez menos gente. Yo crecí en una ciudad que añoraba tiempos pasados, épocas donde indefectiblemente todo es mejor: Mercedes Sosa tenía razón: éramos tan felices y no nos dábamos cuenta.

Siempre me costó creerlo. Nunca conocí otra ciudad, esa de que hablaban mis abuelos, venidos desde otros lugares a forjar un futuro acá. Acá había trabajo. Había futuro. San Cristóbal y futuro, dos palabras que un momento se conjugaron, si bien los 90 pasaron sus efectos todavía persisten, ese lastre histórico que arrastramos del que no podemos liberarnos, esa piedra que todavía no podemos mover.

Supuestamente esto tendría que ser una crítica o un comentario, pero simplemente no puedo. No puedo porque no es posible hablar de la mierda con sutilezas, con neologismos, con frases hechas. Tengo en la garganta una lista interminable de insultos atragantados desde el sábado a la noche que no transcribiré en estas líneas, aunque no puedo asegurar que no se me escape alguno. Sé que puedo hacer algo mejor que putear, pero no garantizo nada.

Entre este párrafo y el anterior hay cuarenta y cinco minutos de diferencia. No pude resistir: blasfemo a todos los desgraciados que hicieron lo que nos hicieron, insultos a todos los que planificaron esto y a todos sus socios, los de allá y los de acá, los que estuvieron y los que siguen estando, desde el fondo más profundo de mi corazón les deseo la condena más execrable que cualquier humano puede tener, la que ustedes imaginen, la primera que se les venga a la cabeza. Memoria infinita para todos ustedes, vendepatrias, asesinos, lo que hicieron no caerá en el olvido; estén seguros que la van a pagar. De ida o de vuelta. En esta o en la otra vida. Pero la van a pagar.    

La propuesta del sábado a la noche no fue lo esperado. Nadie lo esperaba. No después de Julito, ese maravilloso cuento llevado a las tablas por el grupo de teatro independiente El Riel, hace ya casi dos años, con merecido éxito. Sospecho que la ciudad no esperaba que se le diga algo, más bien que se la entretenga. La opción podría haber sido claramente tomada y nadie hubiera dicho nada, es más, hasta se hubiera tomado como un elemento de desarrollo y afianzamiento del grupo pero Jorge Abba no sucumbió a la tentación; en su primer guión teatral confeccionó una historia fuerte, muy dura, como un vagón de frente.

El viaje narra la historia de la familia Bondacaro centrada en la figura de Tito, un ferroviario al que echaron del ferrocarril y desde entonces es presa de una profunda depresión. Una familia obligada a hacer lo imposible para sobrevivir en tiempos de crisis, una esposa sostén de familia gracias al tarot más preocupada por lo que pasa afuera de su casa que en contener a su entorno, una abuela con Alzheimer, un hijo adolescente alcohólico y una mucama con radar y GPS instalado para los chismes que dan de comer a la familia.

“La presente es ficción, cualquier parecido con la realidad, personas, lugares y/o nombres es mera casualidad” reza la aclaración y es necesario que así sea ya que esta historia, tan real, tan nuestra, puede ser la de cualquiera. La incertidumbre de haber sido y no saber qué se es, las culpas, las obsesiones, los problemas cotidianos, la impotencia de no poder salir, las pocas posibilidades de respuesta de un yo altamente violentado que crea sujetos desubjetivados, la confusión, la desesperación, los ensayos de soluciones, la negación, el traslado de la culpa, todo se muestra en cuatro actos de esta comedia dramática.

Una producción local en su totalidad que cuenta con el apoyo de un público que se fue de la sala mojando pañuelos, con lleno total en las dos funciones, tanto la del sábado como la del domingo. No seré yo el que señale los puntos flacos de la obra, sé que los integrantes de El Riel son lo suficientemente obsesivos y puntillosos como para detectar y reparar las fisuras del conjunto; en todo caso si tengo algo que decir se lo diré a ellos. En todo caso, las limitaciones no provienen del grupo, sí del lugar. San Cristóbal cuenta con un lugar para este tipo de presentaciones. No se olviden de la Casa de Cultura.

20.10.09

Cuando algo alcanza

Por Ricardo Gutman

Me levanté como desubicado, a lo Proust. La sensación de que me había perdido algo despés de una siesta de cuatro horas no dejaba de rondarme mientras mi cabeza se acomodaba. Siempre me pasa lo mismo cuando me quedo dormido por la tarde; nunca sé que hora és, que pasó, la posibilidad de un ataque nuclear mientras dormía, cosas por el estilo. No me hace bien, pero de vez en cuando no viene mal descansar, desenchufarse un poco, desentenderse de las cosas; aunque confieso que cada vez que me ocurre siento que se me fue la mano.

Después descubro que se me pasaron muchas cosas, que tendría que haber hecho un millón de trámites, que tendría que haber ido a tal o cual lugar, que tendría que haber visto a tal o cual persona. Que tendría que haber ido a clases, sin ir más lejos. Sé que más que un descanso necesario estuve rondando los límites del pecado, como quien dice. Llegado el caso hago lo mismo que todo el mundo: dejo para mañana lo que tendría que haber hecho hoy, me prometo no volver a dormirme pero sé que ya llegaré tarde a todo. A veces no pasa nada y las cosas siguen iguales, como siempre. Pero no siempre. 

Parece que nos despertamos de la siesta. La aprobación por parte de la Secretaría de Medio Ambiente de la provincia del estudio de impacto ambiental que habilitaba la instalación de una planta de tratamiento de residuos patológicos en la ciudad de San Cristóbal parece haber conmovido a una alicaída opinión pública, poco caracterizada por inmiscuirse en asuntos urticantes, menos que menos políticos. Esto generó una ola de reclamos que recorrió una nutrido espectro de los medios radiales, televisivos y gráficos de la ciudad, que se hicieron eco de una protesta protagonizada por los profesionales de la salud locales, preocupados por la poca información disponible.

Hay cosas que nos faltan, de hecho son muchas más de las que tenemos, y el tratamiento de los residuos patológicos es una de ellas, si de política ambiental hablamos. Ni hablar de las otras. Pero es significativo destacar que las repercusiones de esta aprobación tuvo eco en la dirigencia política que obligada por los tiempos tuvo que convocar a una reunión con los profesionales de la salud locales para tratar este tema.

No es necesario destacar que la presión ejercida por los profesionales tuvo sus resultados y que nadie quiso pagar los costos políticos de la instalación de una planta de tratamientos de residuos patológicos a gran escala en nuestra ciudad. Si eso hubiese ocurrido, nuestra denominación de puerta del norte santafesino habría cambiado a basurero del norte santafesino, leyenda que no hubiera quedado bien en los carteles de ingreso.

Esto empezó en febrero de este año cuando una delegación sancristobalense viajó a San Luis para gestionar la instalación de una planta de tratamiento de residuos peligrosos en la ciudad. De hecho la empresa cita en su página web, en la sección eventos, la visita de la delegación municipal y el beneplácito por parte de la comunidad con la instalación de una planta "para el tratamiento de residuos peligrosos y optimizando la recuperación de recursos reutilizables y dar la disposición final correcta a  aquellos que no puedan ser recuperados". Algo cambió en el camino.

Pensando en el desarrollo de la ciudad el concejo había decidió ceder en comodato un predio a la empresa para su instalación. Nadie dijo mucho, algunas voces se hicieron oír en los medios de comunicación locales pero no pasaron de ser opiniones aisladas dentro de un marco que impresionaba por su indiferencia.  Un paso en el desarrollo de San Cristóbal se había dado, o por lo menos así se vendía. El tiempo pasó y poco se dijo en estos últimos meses. El tema no estuvo en la agenda de debate político de ninguna fuerza en una campaña que no se caracterizó precisamente por abundar en propuestas y fomentar el debate de ideas.

La aprobación del estudio de impacto ambiental por la Secretaría de Medio Ambiente aceleró la preocupación de la opinión pública y las opiniones se dispararon en el éter. No quiero caer en teorías conspirativas por así decirlo, pero llama poderosamente la atención que la firma provincial fuese dada a conocer semanas después de las elecciones a concejales y presidentes comunales de septiembre pasado, quien sabe que hubiese ocurrido si el tema se destapaba en el transcurso de una campaña electoral bastante alicaída por culpa de la gripe A. Aplausos para los operadores. 

Un germen
No sé si debo felicitar a quienes ejercieron esta facultad ciudadana de opinar y cuestionar, si debo reconocer que si bien no fue a tiempo cuando el cinturón apretó reaccionaron en los últimos segundos que quedaban. Se logró lo que se quería y se fue más allá, se planteó la necesidad de abordar de una buena vez los problemas sanitarios como el tratamiento de residuos patológicos de manera seria y planificada; se instaló una agenda.

Esto es parte de algo mucho más profundo, un tema que, como la instalación de una planta de residuos patológicos, merece un debate urgente y serio por parte de la comunidad: el desarrollo productivo y económico de la ciudad. Discutirlo profundamente y tenerlo bien en claro sino cualquier cosa como ésta puede venderse como desarrollo para la ciudad porque provee diez puestos de trabajo. Más que el simple desarrollo, es necesario especificar qué tipo de desarrollo, qué perfil se le quiere dar a la ciudad. Nadie discute la necesidad de un perfil con especificidades propias, nadie parece saber muy bien qué es lo que quiere, a qué se apunta.

Todos concuerdan con el hecho de que San Cristóbal necesita un perfil industrial. Muy bien, de acuerdo, discutamos que perfil industrial debe tener la ciudad. Miremos el caso del Área Industrial,  un ejemplo de ello. Más allá de que pasa el tiempo y no hay empresa que decida trasladarse al predio, cuando se consulta sobre que empresas pueden instalarse en el predio  la respuesta es siempre la misma: “cualquier empresa que esté interesada”. Con ese criterio una maderera puede estar al lado de un frigorífico como de una empresa metalúrgica sin respetar criterio alguno de zoonificación. Es verdad, no estamos en condiciones de elegir, pero al menos podríamos planificar algo serio. Fomentar la incipiente industria metalúrgica que se desarrolla en San Cristóbal, por ejemplo. O industrializar la producción agrícola ganadera de la región. En otras localidades del departamento es una opción que produce sus frutos, ¿por qué aquí no?  

Generar riqueza. Distribuir riqueza. Eso es lo que necesitamos, ese es un modelo. Es cierto que en San Cristóbal cuesta caro producir. La falta de infraestructura acorde a las necesidades del desarrollo del sector es crítica; basta nombrar la ausencia de gas natural para que una empresa de envergadura piense en radicarse. Pero hay ejemplos de empresas locales que están en regla, que crecen, que invierten, honrosas y destacables excepciones, todo esto producto de una organización empresarial eficiente y un sólido circuito de comercialización. A pesar de las dificultades se puede, de a poco, pero se puede. Algo es algo.

Es deber nuestro, como sancristobalenses, generar espacios donde estas cosas se discutan, de tomar la iniciativa, no solo de oponerse a la instalación de una cárcel o una planta de tratamiento de residuos sino proponer salidas viables y sustentables. Creo que se ha inoculado un germen, un buen antecedente que debe ser promovido, enriquecido y cuidado, una posibilidad, al fin y al cabo. Saludo la iniciativa.

9.10.09

Simplificaciones



Por Ricardo Gutman


El país se mece al ritmo de una canción popular, harto conocida. Un elefante se columpia sobre la tela de una araña y como ve que resiste llama a otro elefante que acude en su ayuda. Ambos ven que la tela continúa resistiendo y llaman a un tercero pero como no pueden cortarla hacen la más fácil, llaman a otro elefante para ver si ahora pueden cortarla pero como sigue resistiendo vuelven a llamar a otro elefante y así hasta el infinito. Yo no sé que tiene esa tela de araña pero los elefantes no pueden vencerla por más elefantes que llamen.

Podemos seguir contando y cantando hasta que nos cansemos, hasta el infinito mismo si se quiere. No culpemos a los elefantes, son elefantes y piensan como elefantes, tienen mucha memoria, mucho archivo pero piensan como elefantes. Juntan peso, cada vez más, pero la tela hace lo posible por resistir. La incertidumbre pasa porque nunca se sabe cuántos elefantes puede soportar la tela de araña, o bien porque nos cansamos de cantar y porque el infinito es infinito y no hay vuelta que darle.

Ser políticamente correcto es necesario, necesario para la convivencia, para la democracia, para la vida. Pensemos en las dificultades que nos acarrearía no serlo, los conflictos permanentes, los disgustos, si no fuera por la tan mentada hipocresía rutinaria. Un mínimo es necesario. Pero el hecho de que todo el mundo quiera ser políticamente correcto aburre. Y enerva. Y se convierte en otra cosa, en una exacerbación de la mentira como herramienta de cohesión, la hipocresía como vehículo social. De vez en cuando es necesaria una dosis de sinceridad brutal para sacudirnos la modorra y pensar un poco del otro lado. Y tratar de comprender, en resumidas cuentas.

Actualmente existen al menos treinta conflictos sindicales en el territorio argentino, es decir, al menos uno por cada provincia, todos por reclamos salariales o mejoras en sus condiciones laborales. No importa lo que pase en las provincias, importa lo que pasa en Capital Federal. Ya estamos acostumbrados, y eso que venimos alterados por una nueva Ley de Medios.

Debe ser que el país está explotando. Por lo menos eso dicen los medios. O quizás la mecha está empezando a consumirse y lentamente se acerca al barril. Quizás explotó hace mucho pero no nos habíamos dado cuenta porque no lo dijo la televisión. Quizás no nos importa porque no nos toca directamente, por creer que nos pasa por al lado, que le pasa a otro. Quizás las cosas estén cambiando, pero no nos damos cuenta.

Es una cuestión de óptica; usted decide. El problema del país no son los reclamos salariales, por lo visto; el problema son los cortes de tránsito que impiden la normal movilización de la gran masa de porteños que necesitan hacerlo por esta gente que reclama salario, becas, planes sociales o piquetes porque en el mejor de los casos el sueldo no les alcanza para llegar a fin de mes sin importar el derecho del otro a circular libremente. Así de simple. Usted decide por donde pasa el eje de la cuestión.

Correr el eje de la información desvirtúa a priori el análisis de la situación, desenfocando núcleo de la cuestión. Pero como información es interpretación y por lo tanto construcción, es válido desde un punto de vista editorial; la configuración del mundo de un cronista no es ajena a su ideología, por lo tanto es otra construcción del mundo válida como cualquier otra. El valor radica en decirlo, en decir desde donde se dice lo que se dice. Hasta ahí estamos de acuerdo.

Pero parece que nadie quisiese decir lo que piensa. Por ser políticamente correcto, demasiado correcto. Porque hay que comprender. Y comprender es ponerse en el lugar del otro. Y negarse a comprender es negarse a la otra realidad, es, simplemente, individualismo. Piden a los cuatro vientos que se solucionen los problemas de tránsito como si eso fuera la gran preocupación.

La “legitimidad” de la cámara, el poder de manejarla, de darle a la voz a quien yo quiero, parece otorgar la razón. Y si repetimos muchas veces la misma opinión la sensación de unanimidad es abrumadora. Pero no lo dicen. Lo dicen solapadamente, entre los pliegues del discurso, de la corrección política. Le hacen decir al otro, a la gente común, lo que ellos no quieren decir.

Probablemente peque de ingenuo y el hecho de creer que el problema es otro, que pasa por otro lado quizás lo demuestre. Creer que alguien que corta el tránsito o participa de un piquete tiene un motivo para hacerlo quizás sea una demostración. No niego que existen presiones políticas e intereses creados de por medio, pero a la hora de preguntarme qué haría yo si no pudiese darle de comer a mi hijo, no tengo mucho en que pensar.

Ocurre que del otro lado no me ofrecen soluciones sino reducciones, simplificaciones que no alcanzan para abordar el problema ni medidas que lo solucionen más allá de llamar al orden, una actitud represiva de los conflictos sociales que no pretende su solución sino que simplemente no estorben, que se queden ahí, que no jodan y que si joden que los lleve la policía.

Es que el corte de tránsito es sólo coyuntural, por más que afecte a muchos, no es central. El centro pasa por otro lado. Pasa por trabajo digno, vivienda, educación, seguridad social, salud pública; pasa por los problemas de fondo hasta ahora no resueltos. La gente que protesta lo hace por sus derechos. No simplifiquemos porque sino terminaremos razonando como elefantes. Y si terminamos pensando como elefantes aunque no tengamos nada en común con ellos devendremos en funcionales.

Lo cierto es que los elefantes están empecinados en cortar la tela de araña. Eso me preocupa un poco porque hasta donde cuento yo la tela siempre soporta. El problema es que si se sigue contando el número de elefantes es infinito. Pero tengo fe en la tela. Siempre resiste. No sé porque.

28.5.09

Soñar San Cristóbal

Ricardo Gutman

Para hablar de esto habría que ser, lisa y llanamente, hombre de mundo. Saber, conocer, recordar, explicar, aprender, poder comparar con autoridad. No desde el simple cuestionamiento de la inefable Doña Rosa, tan volátil y superflua como su mismo inventor. Sino hablar desde las necesidades, desde las faltas, desde lo que no tengo y lo que me gustaría tener.

A veces sueño San Cristóbal como un lugar grande, desarrollado, con vida, sustentable, con muchos y frondosos árboles en sus plazas y veredas, con edificios de altos pisos y balcones, una ciudad con mucha luz, empuje, empresas, comercios, museos, cines, teatros, artistas callejeros y mucha gente en las calles.
No hay cables, el cielo no se ve cruzado por esa maraña de hilos gruesos que nunca se saben muy bien para que son o que hacen y que lo único que genera es un entredicho burocrático para saber de quién es, a quién corresponde, quién se hará cargo si se corta. No hay cables porque se ha decidido entubar la red eléctrica, una mejora realmente notable en una ciudad que no corre peligro de inundación, y porque una empresa ha decidido invertir en satélites para las líneas telefónicas.
Cuando sueño San Cristóbal veo al ferrocarril funcionando como un verdadero elemento de integración social y económica, trasladando la producción local hacia los puertos y los viajeros viajar y conocer el país sin mucho gasto. Sobre todo sueño con viajar en un camarote particular, esos con sillones y ventanas que son como pequeños departamentos y ver pasar el paisaje tranquilo, sin apuros, mateando o fumando, sólo o acompañado, no importa, pero viajar en tren. Porque soy de San Cristóbal y nunca viajé en tren.
Pero cuando sueño el ferrocarril no lo veo en el lugar donde está, lo veo más allá, mucho más allá de su lugar de siempre, dividiendo a la ciudad, sino emplazado en el oeste de la ciudad porque a alguien se le ocurrió trasladarlo para integrar esa franja de San Cristóbal y permitir un desarrollo urbano más armónico e integrador.
En el lugar donde ahora está el ferrocarril no están las vías (porque ahora las vías están del otro lado) sino un parque inmenso que recorre la ciudad de punta a punta, con árboles y senderos para caminar y muchos bancos para sentarse a hablar o a no hacer nada si uno tiene ganas y un anfiteatro al aire libre donde todos los fines de semana hay algo y fuentes de agua y juegos para los pibes y si me dejan seguir sueño hasta un lago artificial frente a mi casa.         
Caminar por San Cristóbal es un verdadero placer porque sus veredas están pobladas de árboles gigantes que no se tienen que podar porque los cables obligan y la siesta es algo más que el sol calcinando el asfalto y los boulevares le hacen honor a su nombre; los pibes juegan en la vereda sin molestar a los vecinos y los padres duermen tranquilos porque se sienten seguros.
En mi ciudad hay un par de clubes inmensos con campings que están llenos de familias los fines de semana. Incluso hay equipos que compiten profesionalmente en las primeras ligas del país y la gente asiste a los estadios para ver a los equipos de la ciudad y es socia de las entidades y deposita la plata en sus mutuales porque ya no se roban la plata y nadie tiene miedo de perder los ahorros.
Algo realmente digno de orgullo es el desarrollo industrial que ha logrado el lugar luego de años de anemia económica. Gran parte de ese desarrollo se debe a la implementación efectiva de un Parque Industrial que ha permitido repatriar a una inmensa cantidad de jóvenes expulsados en los últimos años hacia otras localidades en busca de una mejor perspectiva.
Y gran causa de esto proviene de los debates que se dieron entre las instituciones locales que vieron la necesidad de implementar una identidad industrial definida con objetivos claros y concretos.      
Mi ciudad creció pero no perdió algo que la caracterizó: aquí, en San Cristóbal, lo público siempre es mejor que lo privado y por eso las escuelas públicas funcionan mejor que las privadas y nadie le da vergüenza hacerse atender en el hospital porque es un hospital modelo que fue creciendo no sólo con el aporte de la provincia sino también de la gente que fue entendiendo que lo público es de todos y nos beneficia a todos y entre todos lo equipamos como se debe.
Y en vez de competir con el hospital público los privados entendieron que deben apostar a las especializaciones y por eso hay clínicas de las más diversas afecciones y no hay que viajar a otro lado porque acá hay una terapia intensiva y ya nadie se muere en el camino.       
Como no podía faltar, en el San Cristóbal que sueño (sobre todo de siesta, a esa hora en que la ciudad parece no moverse) abro la canilla y el agua que tomo es potable. Prendo la hornalla de la cocina y el gas sale más barato y ya no tengo que realizar la horrible tarea de cambiar la garrafa, de cerrar bien la entrada de gas, de embardunar el tubo con detergente para ver si hay alguna pérdida ni de tener cuidado con el alambrecito de cobre que se puede quebrar en cualquier momento. Y cuando saco la basura en los días en que me dijeron sé que tengo que hacerlo porque el reciclado de basura en mi ciudad genera mano de obra y se abastece el alumbrado público con el gas que generan los residuos orgánicos.
Sobre todo lo que me enorgullece de mi ciudad es que la gente tiene ganas de hacer, de movilizar, de crecer, entre otras cosas porque las inquietudes se escuchan y nadie se enoja por una crítica constructiva.
A grandes rasgos este es el San Cristóbal que sueño siempre a la siesta. Pero no sé porqué lo sueño ni porque lo escribo si solamente lo sueño y sobre todo no soy eso que llaman un hombre de mundo.

18.5.09

Respuestas

Por Ricardo Gutman
I
El libro dice:”Así cómo el giro copernicano revolucionó nuestra comprensión del espacio, Einstein hace que el tiempo ocupe un lugar distinto en nuestra imagen del mundo, volviéndolo a relacionar más estrechamente con el espacio y convirtiéndolo en la cuarta dimensión (después de la línea, el punto y el cuerpo).
La clave para comprender esta revolución está en la posición del observador. Antes de Einstein, el observador había sido excluido de la ciencia para impedir que la objetividad de los datos científicos se viese alterada por factores y puntos de vista subjetivos. Einstein reintroduce al observador en la ciencia y observa como observa el observador- en cierto modo Einstein es el Kant de las ciencias-.
Para él, la condición esencial de la observación es la velocidad de la luz, que no puede superarse, pues de lo contrario los fenómenos ocurrirían antes de que pudiésemos observarlos. En otras palabras: la observación de cualquier objeto requiere tiempo, tanto cuanto más alejado esté de nosotros. Cuando miro una estrella situada a un año luz (la distancia que recorre la luz a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo), la veo como era hace un año, es decir, no puedo verla como es “ahora”. O dicho de otro modo: cuando la veo, estoy mirando al pasado, lo que desbarata la idea de simultaneidad. Esta es sumamente extraña. Imaginemos que estoy sentado en una estrella situada exactamente a medio camino entre dos estrellas gemelas, en cada una de las cuales una bomba atómica hará explosión en cuanto yo dé la señal. Si pulso el botón, dentro de diez minutos veré una explosión en las dos estrellas, de este modo contemplo fenómenos simultáneos, pero solamente desde esta posición. Si yo programase la explosión para dentro de dos horas y me dirigiese con una nave espacial hacia una de las estrellas gemelas, después de dos horas de viajar vería una explosión antes que la otra, aunque tuvieran lugar “al mismo tiempo”. La expresión “simultaneo” es, pues, relativa al punto de vista del observador. Sin esta referencia al que observa, esta expresión carece de sentido”.
La verdad, una pinturita. Una explicación cómo la que todo maestro busca. Clara, sencilla, oceánica, aprehensible, simple y general. Un maestro el alemán este. La verdad que sí.
No sé si es verdad pero podría serlo. Uno me dirá que en verdad es un hecho, yo prefiero, cuanto menos, desconfiar, por eso de los paradigmas, por eso de que lo que hoy es verdad es lo aceptado por la mayoría con autoridad para reconocerlo y que cualquier día (léase centurias) la cosa cambia y la verdad es otra y entonces resulta que lo que creíamos estaba un poco equivocado. Pero la explicación es buenísima o lo suficientemente buena para que un absoluto orate como yo que reconoce que cuando mira el cielo le da vértigo entienda que lo que en realidad miramos, en este caso una estrella, no es la estrella que creemos que es sino la que vemos. Algo así como la fe.
II
Siempre lo sentí o siempre lo supuse, no sé bien que fue primero. Siempre creí que las cosas eran un poco más complicadas de lo que realmente son y que cuando miraba algo estaba mirando algo más que, oculto, no se me daba a conocer o que no sabía que era.
Eso me ocurría con mis árboles. Yo he tenido mis árboles, en otro tiempo, mis árboles de pibe pero un buen día alguien los arrancó dejando una molesta claridad a toda hora. El árbol del frente de mi casa tenía una particularidad: en ciertos días, a ciertas horas, la luna se encuadraba entre las ramas más gruesas, convirtiéndose en todo un espectáculo. Recuerdo esperarla, reloj en mano, los mismos días en distintos meses, como si ella me visitara sólo para mostrarse, como hacen ciertas mujeres, para que sólo la mirara yo y en un diálogo sordo pensáramos en las distancias, en el espacio, en la deslumbrante comprensión de saberse testigo de algo más allá de lo evidente, algo mucho más grande de lo que podía imaginar pero que mis ojos de joven no podían alcanzar.
En las noches en que la luna no venía me sentaba a mirar por el recuadro de las ramas, simplemente por hacerlo, y la pregunta de qué era lo que estaba mirando me asaltaba cada vez que lo hacía, perdiéndose en una respuesta oscura. Ahora sé que la única persona capaz de adjetivar esa mezcla de duda e inmensidad era Borges.
En ese entonces no lo sabía, pero había noches en que el recuadro mostraba estrellas que a la noche siguiente no aparecían. Era muy pibe para saber que estaba viendo la muerte de una estrella, si lo hubiera sabido quizás nunca más hubiera mirado por el recuadro de ramas.
Sabía que nunca encontraría la respuesta a lo que estaba mirando pero era la promesa de algo, una promesa, pero los municipales cortaron el árbol un mediodía de enero y desde ese día ya no recuerdo donde se encuadraba la luna y vivo con dolor de cabeza producto de las insolaciones. Esta noche la luna está detrás de mí y no puedo evitar sentirme vigilado, ya no existen marcos de madera y esa costumbre de mirar lo insondable sin saber qué es lo que hay más que pánico me reduce a la conciencia de lo mínimo que soy.
III
Un paradigma es el marco de referencia en el cual se estructura una época. Algo es verdad porque las personas capacitadas para decir que es verdad dicen que lo es, es decir, el corpus de respuestas aceptadas como tales, no por puro capricho sino por una serie de consensos en la que la comunidad científica se pone de acuerdo. Por más didáctica que sea la explicación del alemán, no llega a convencerme. El problema es el punto de vista. Si todo depende del punto de vista hay cosas que pasan y cosas que no pasan simplemente porque el espectador está o no está en el lugar donde pasan las cosas, como sí las cosas ocurriesen en la medida en que uno las presencie o no; entonces como un nene malcriado puedo desechar las cosas en la medida que las vea, las presencie, las viva, y lo demás no existe. Puede que no me convenza pero es una respuesta. Al fin y al cabo todos buscamos nuestras respuestas de la manera que queremos. O que nos conviene.
IV
La tarde se me pasó sin darme cuenta entre las páginas de este libro que, básicamente, trata de recorrer lo que es la cultura occidental y cómo se ha estructurado con el correr de los tiempos. Un solo repaso de su índice alcanza para cansarse. El mensaje me llegó en el momento en que llegaba a hastiarme del libro, unas cincuenta páginas después de la relatividad, y me avisaba que esta noche había asado en la casa de M. a las 22, que lleve carne.
Llegué temprano, tipo 21.30, sabiendo que el asado se demoraría como siempre y que la previa no tardaría en comenzar. Fui demasiado puntual. En la casa sólo estaba el anfitrión preparando el fuego, nos saludamos y el amigo fue para la cocina a buscar una cerveza. Cuando volvió yo estaba mirando una estrella. “¿Qué te pasa?”, preguntó, mientras llenaba el vaso. Tuve que responderle: “¿Alguna vez te pusiste a pensar qué esa estrella que estamos viendo en realidad no es la estrella que creemos, qué es una imagen retrasada que nos llega después de recorrer años luz hasta llegar a nosotros? Si esto fuera así en realidad estaríamos viendo el pasado y si de todas las posibilidades existentes fuera así entonces ¿qué somos?, ¿el futuro de esa estrella o el pasado de otros que no podemos ver y qué viéndonos no saben que somos su pasado y que ellos son el futuro nuestro?”.
Durante unos segundos eternos M. no dijo nada mientras yo seguía con la mirada fija en el punto cada vez más brillante del espacio y esperaba su respuesta. “¡Dejá de joder, Ricón, y tomate un porrón!” me respondió, mientras me acercaba el vaso. Yo le acepté el convite y me prendí un pucho, cómo suelo hacer en esos casos.

13.5.09

Tom Cruise



Por Ricardo Gutman
I
Es excesivamente seductor no pensarlo. Pareciera ser que siempre hay un hijo de puta suelto dispuesto a joderte la vida por varias razones pero la mayoría de las veces es dinero; sólo que este malnacido no es un sicópata común, por así decirlo, un agente del servicio secreto de un país dispuesto a destruir a la humanidad porque ha sido traicionado, un terrorista bien vestido o un loquito suelto cómo nos ha enseñado Hollywood. Es quizás un poco más complicado.
La noticia da cuenta de ello. Es realmente espeluznante. Roche y GlaxoSmithKline han decidido retirar de las farmacias los medicamentos que cuentan con las drogas oseltamivir y zanamivir, relativamente probadas contra la gripe porcina, para “evitar la automedicación” y ya están negociando con los gobiernos del mundo para vender estas drogas que sólo se pueden recetar bajo estricta vigilancia médica.
En el caso de Argentina las tratativas ya han comenzado y México ha anunciado la compra de un millón de dosis. Nadie sabe por cuanto.
La industria farmacológica viene de tres meses muy duros, recesivos, con recortes en las ganancias para los accionistas. Esta nueva peste oficiaría de salvavidas de estas empresas que están entre las primeras de su rubro a nivel mundial. Que suerte.
Puede parecer azaroso pero las acciones de Glaxo subieron un 2,25% el martes 28 y superaron los 31 dólares tras haber tocado un piso de u$s 27 el pasado mes de marzo. Roche no registró movimientos significativos pero lleva acumulada una ganancia del 14 por ciento la semana pasada y todo esto por la especulación de que los antivirales se usen de manera masiva antes de que se elabore una vacuna que pueda combatirlo. 
II
Imagino la situación. En alguna oficina de Berna o Londres alguien descorcha champaña. No está solo, en estas cosas nunca se está solo. Los televisores anuncian todos al mismo tiempo la misma noticia. Paulatinamente la oficina se va llenado de amigos, socios, cómplices, que se saludan, se felicitan. Las camareras, nerviosas, sirven la champaña a medida que llegan y los puros van enrareciendo el ambiente poblado de trajes y corbatas. Están exultantes, se creen genios, dueños del mundo o pelotudeces por el estilo.
Festejan porque los yanquis han dado la noticia y la pandemia avanza. Un muerto es dinero y muchos muertos es mucho más dinero.  A quien le importa.
Festejan. Especulan. Es lo que saben hacer. Para eso les pagan. Quizás más tarde se reúnan en algún restorante étnico, paguen con sus tarjetas de crédito gold y se vayan a dormir sin pensar en que el tipo que vieron servirle la comida puede estar muerto una semana después por su culpa. “Es nuestro trabajo” dirán tratando de excusarse. Son profesionales.
III
He aprendido algo: cuando uno cree que no se puede estar peor algo pasa que empeora las cosas. Cansado de que me empeoren las cosas decidí no decir la fatídica frase “lo único que falta es que…” porque aprendí que siempre algo llena los puntos suspensivos. Creo que me fue bastante bien. Pero siempre algo falla.
Algo huele mal en Dinamarca. Algo huele mal en Dinamarca, México, EE.UU, Alemania, España, Austria, Suiza, Honduras, Inglaterra, Argentina, Israel, Costa Rica, Nueva Zelanda y Perú. Hasta el momento. Y quien sabe cuanto más puede avanzar.
Es que se huele en el aire y el olor es nauseabundo. He dejado de lado el pensamiento especulativo porque nunca quise convertirme en un paranoico, en un perseguido, en un tipo que ve conspiraciones en cualquier lado; he tratado de entender, a mi modo, la multicausalidad de las cosas. Parece mentira pero porqué no pensarlo. Demasiada casualidad. Demasiada para mi gusto. Pero la tentación es muy grande. Demasiado grande.
Algo anda mal. Muy mal. Digámoslo sin eufemismos: el mundo se está yendo al carajo. Y desde hace rato. A esta altura de las circunstancias ser pesimista se ha convertido en algo inevitable. No quiero ser pesimista pero no puedo dejar de serlo y no quiero pensar lo que pienso pero no puedo evitarlo.
Es que llegado el caso no se puede vivir así, pendiente de todo lo que no se puede controlar, de lo que pasa en otro lado y no se sabe. Pero hay que estar muy loco para pensarlo. Hay que ser jodido, jodidamente jodido, una verdadera basura nuclear para siquiera pensar esto. Pero es imposible no pensarlo culpa de Tom Cruise, Quimera, Tomb Raider, Soy Leyenda, 28 días, los zombies, 12 Monos (esa es buena), los conquistadores españoles, la peste bubónica. Ciencia ficción las pelotas.
IV
Es oficial: ya no se puede respirar sin que te vigilen. La paranoia se apodera de la gente y los aeropuertos se llenan de máquinas que controlan la temperatura del cuerpo. El control del cuerpo, del que viene de afuera, dice que se debe aislar. Y los preceptos médicos no mienten, lo que pasa es que a nadie le importan hasta que de verdad importan. O hasta que Estados Unidos lo diga. No quisiera ser mexicano.
Asistimos asustados al inicio de la era de la esterilización. Quizás todavía no lo percibamos pero poco a poco los escáneres poblarán los lugares más recónditos del espacio público. Lo aceptaremos para evitar los riesgos de un contagio, lo aceptaremos como un mal menor. Todo deberá estar limpio y desinfectado, hasta los tubos de teléfono.
Nos irán inoculando poco a poco con medidas extremas y una vez dentro del sistema,  como quien no quiere la cosa, las iremos asimilando. Es fácil: un shock, una medida extrema, otro shock y otra medida extrema y así sucesivamente. A medida que se sucedan la primera parecerá una nimiedad y naturalizaremos porteros eléctricos con escáneres térmicos, igual que en los aeropuertos, para ver quién entra a nuestro hogar. Habrá que elegir bien con quien nos juntamos. Un sinsentido asimilado. La vida en cuarentena.
Dicen que el hombre es un animal de costumbre y cómo los tiempos cambian así también cambiaremos. Habrá que olvidarse de ciertas cosas como jugar, saludar, besar, comer con los amigos. Los barbijos no serán posesión exclusiva de los médicos. Los pobres morirán como insectos. La selección natural se expondrá sin mayores tapujos cómo la justificación de lo que ocurre. Ojalá sea un mal sueño. O una mala película. No importa el director. Veremos quien escribe el guión.  







12.5.09

El mosquito

Por Ricardo Gutman
“(…) y así, encallados a mitad de camino entre esos abismos y esas costumbres, fluctuaban, más bien que vivían, abandonados a recuerdos estériles, durante días sin norte (…)”
Albert Camus. La Peste
Nunca se supo bien pero cuenta la leyenda (una de las tantas) que Alejandro Magno fue muerto por un mosquito. Alejandro Magno, el hombre incomparable, el conquistador por excelencia, el que extendió la cultura helénica hacia rincones nunca explorados, el que todos los ególatras que alguna vez tuvieron poder quisieron emular, muerto por una de las criaturas más diminutas.
Es que el hombre cuando se envalentona pierde noción de la realidad y tiende a creer que la realidad es lo que él construye y se olvida de las miles de variables que no puede controlar, en este caso un mosquito. Alejandro no era griego, era macedonio, una raza más bien impura dentro de la construcción social helénica pero cómo buen reflejo de su tiempo no ignoraba las costumbres griegas ni era ajeno a ello. Pero al parecer a Alejandro se olvidó de una cosa.
Doy por descontado que Alejandro habrá escuchado más de una vez la historia del talón de Aquiles, ya sea por boca de Aristóteles, su tutor, de Filipo, su padre, o bien de algún sirviente o amigo pobre que los reyes suelen tener antes de ser reyes. Es probable que el joven Alejandro haya sufrido lo que los educadores denominan síndrome del conocimiento frágil o, en todo caso y lo más posible, es que haya sido un niño con desórdenes de atención o hiperkinético.
La cuestión es que se le olvidó. El mito es bellísimo. Más allá que sea la historia de amor de una madre hacia su hijo y la búsqueda desesperada por evitar que ese hijo sufra los avatares que le tiene reservados la vida, es un relato basado en las limitaciones y en la esperanza: nada existe que no tenga su punto débil, su fisura. No existe nada que no pueda derrotarse.
El mito es el primer intento del hombre por explicar los fenómenos que lo rodean y los cambios de la naturaleza con rasgos sobrenaturales, fantásticos, mágicos. Es también una herramienta pedagógica porque educa al hombre para comportarse en sociedad inculcando conductas y valores comunes, modos de ser, ejemplos de vida y una manera de ver el mundo; algo en que creer.
Un mito es un relato que lleva mucho tiempo construirse aunque por los tiempos en los que transitamos este tipo de construcciones parezcan mucho más fácil de materializarse por el vértigo en el que vivimos y la inundación constante de discursos a los que estamos expuestos. Lo cierto es que siempre un relato predomina sobre los otros transformándose en el oficial, en el aceptado, en el compartido por el conjunto social, convirtiéndose en una visión de la realidad, imponiéndose sobre relatos menores, menos difundidos, más relegados, pero no por eso menos reales.
Volvamos al mosquito. Ya sabemos que un mosquito puede matar a Alejandro Magno pero el poder del mosquito no radica en su picadura, ni siquiera en el virus que transporta. El poder del mosquito radica en su capacidad de revelar, mostrar, exhibir, desnudar los aspectos más escondidos, tapados, ocultos del relato, del mito dominante y que no es posible mostrar sin afectar la cualidad de dominio.
Pero es más que eso. El mosquito ha se vuelto una especie de ángel delator, exponiendo sin tapujos nuestras miserias más grandes, las deudas internas nunca pagas y siempre postergadas. Es que el mosquito siempre estuvo cerca nuestro, lo que ocurre es que nunca lo habíamos visto y parece que ha llegado para confundirnos a todos o bien para mostrarnos una realidad que nunca quisimos ver.  
Con el correr de los días hemos podido comprobar la ineficiencia de la clase política ante este tipo de asuntos, la cuanto menos descarada política de ocultar información decisiva, la ignorancia manifiesta de los medios capitalinos sobre el otro país, ese que estamos acostumbrados a vivir, la paranoia social ante la desinformación o el bombardeo informativo poco claro o confuso, la intencionalidad de los medios masivos de comunicación de agravar esto aún más, la falta de infraestructura en todos los niveles y no hablemos de la oposición, que nunca está a la altura de las circunstancias.
Atónitos asistimos a una oleada de charlas preventivas que no previenen nada porque el dengue está a la vuelta de la esquina, a la inconsistencia de un sistema sanitario que llegado el caso no podrá asistirnos porque los hospitales que debiesen estar abiertos no están abiertos y los que están abiertos no dan a basto con las camas. Como si esto fuera poco la viveza argentina lucra con la necesidad y encontrar un repelente o un tafirol se ha convertido en una verdadera aventura. Mientras tanto el mosquito avanza. Y la epidemia también.
Pero el problema no es el mosquito y su irreverencia de avanzar sobre el territorio sin pedir permiso. Ni siquiera el dengue es el problema. El problema es la epidemia de la pobreza, la pobreza estructural, la peor de todas, la que se construye con intención de que se reproduzca, esa que parece de la que no se puede salir.
Es que la realidad es demasiado compleja. La gobernabilidad es la capacidad de un gobierno de dar respuesta en el tiempo más corto a los reclamos de un sector y eso no se logra con subsidios a empresas capitalinas o concesiones a ciertos sectores de poder con la intención de comprar lealtades. Eso sólo tapa el problema convirtiendo esa salida para adelante en una olla a presión. Hay que pagar las deudas. No estamos tan bien o por lo menos no lo suficientemente bien si un mosquito alcanza para destapar todo. Un mosquito, un díptero, un ser diminuto, pequeño, un animalito de Dios o, llegado el caso, una flecha que vuela con destino al talón de un héroe.            






on line

Blogger news

Las entradas a tu correo:

Un servicio de FeedBurner