8.10.10

Las formas y el lejano oeste



Ricardo Gutman
@rickygutman


Siento la tentación de decir que San Cristóbal es único, tiene cosas que no se si pasan en otros lados pero como pasan acá no le importan a casi nadie, entonces, disculpen la redundancia, pasa. Si total. Dejamos pasar cosas, oportunidades únicas, como el desarrollo turístico. San Cristóbal tiene mucha potencialidad. Pero para hacerlo habría que hacer una mínima crítica de nuestras prácticas y realidades, modificar algunas y aceptar otras.

El turismo, esa industria sin chimeneas, puede ser nuestra salvación. Si alguna vez ocurriese la improbable oportunidad de que algún gobierno de cualquier signo me nombrase como Secretario de Turismo o algo por el estilo la primera medida sería cambiar el cartel de entrada. En vez del “Bienvenidos a San Cristóbal” instalaría uno más sincero que dijese “Bienvenidos al lejano oeste”. Un lugar inhóspito, al que nadie conoce (haga la prueba de explicarle a alguien, un rosarino de unos treinta años digamos, donde queda San Cristóbal) donde no rige la ley. Hasta la tierra en las calles tenemos. Y eso que tenemos asfalto. Podríamos venderlo como territorio virgen, un lugar donde, literalmente, está todo por hacer. Un lugar de absoluta libertad donde todo da igual. Una excelente oportunidad para inversores.
La cuestión de las formas siempre se encuentra en desventaja porque siempre el que impera es el criterio pragmático. Son pocos aquellos que dan a la forma el valor organizativo que tiene y lo que, en definitiva,  muestra de cada uno. Porque lo importante es hacer, hacer como sea, aunque sea a los ponchazos,  pero hacer. No es casual que esto ocurra, durante mucho tiempo las formas predominaron sobre la acción, mucho pedido de informe, mucha solicitud,  mucho telegrama informando la gravedad de las situaciones que han dormido el sueño de los justos en anónimos cajones y que no les ha importado a nadie. Se hacían las cosas de esa manera porque se entendía que para realizar algo había que previamente seguir unos pasos, una fe en que las cosas se hacían de cierta manera y si no no se hacían. Cuando la gente se cansó de de tanta formalidad exigió respuestas concretas, más ejecutividad. Como sea. Entonces las formas quedaron a un costado, sumamente anexas porque lo importante era, y sigue siendo, no perder tiempo.
El ejercicio del periodismo, entre otras cosas,  me ha dado la posibilidad de escuchar cosas que nunca creí escuchar. He sido testigo en este corto tiempo de furcios, contestaciones y respuestas impensables en dirigentes políticos de los que uno espera, al menos, argumentaciones lógicas y formales, de cassette si se quiere, aburridas por repetitivas, vacías de convencimiento. He escuchado, por ejemplo, que no es necesario reglamentar cierta cosa porque el municipio ya lo viene haciendo de costumbre, como si la reglamentación en la cosa pública no fuese necesaria para respetar al menos ciertos parámetros. Lo peor de todo no es eso, la banalización de lo formal bajo la idea de innecesario, lo peor es que están convencidos de que debe ser así.
En última instancia, a riesgo incluso de subestimar lo esperado, razonamientos de ese tipo pueden ser esperables en personas desapegadas de la cosa pública, de la política,  en el común de la gente que se maneja dentro de un sentido común muchas veces contradictorio pero flexible, que tiene diferentes necesidades a las de los dirigentes políticos y cuyos tiempos corren acuciados por otros problemas pero no de dirigentes políticos. Porque además hay cosas que no se deben decir si se quiere tener al menos cierto futuro en los rumbos de la política.
Un dirigente político que se precie de tal jamás va a decir algo que piensa y sabe que no está bien, como en el caso de enumerar los puntos flacos de su gestión, ni aunque le pongan una nueve milímetros en la cabeza. Lo sabe, le pesa, pero a lo sumo lo discute para adentro, evalúa cuanto puede estirar los tiempos sin que las cosas se compliquen demasiado pero jamás te va a decir que se está equivocando en lo que hace por más que se lo muestres frente a sus ojos.
Por eso las declaraciones de Aldo Possi sobre el tan mentado camión trucho incautado en Rafaela son cuanto menos desafortunadas. Tristes a mi criterio. Tristes porque muestran una manera de hacer las cosas demasiado generalizada. O sea, muestra que es común no apegarse a ciertas cosas.
No pongo en duda la probidad de Possi, no me atrevería a decir que lo que dijo lo dijo de mala fe y puedo llegar a entender que las autoridades del SAMCo hayan sido estafadas en su confianza. Puedo entender que haya sido un gato por liebre. El problema es minimizar lo ocurrido,  el problema es admitir que en realidad no se encuentran aceitados los mecanismos de controles necesarios y si esto ocurre con un camión cualquiera el riesgo de generalizar -cosa que no cuesta mucho ya que es lo primero que se suele hacer- que es lo que ocurre en otros ambientes más serios bien puede preocupar.
La importancia de esas declaraciones radica en que son las primeras hechas a un medio local sobre el tema por una persona comprometida con la institución, de ahí la importancia de las palabras. Si la estrategia hubiese sido despegarse del tema, aducir el no conocimiento del estado del vehículo en cuestión, trasladar la responsabilidad al titular de la empresa y asegurar que se tomarían las medidas necesarias para que esto no volviese a ocurrir las repercusiones se hubiese morigerado. No hubieran pasado de largo, pero se hubiesen reducido.
El problema es que no se haya reconocido el error y que quien lo dijo es una persona altamente reconocida por su labor en instituciones locales, que ha sido concejal, que preside el SAMCo, que integra la Comisión Directiva de la COPOS y que es funcionario político municipal. De lo dicho por Possi ni siquiera queda en claro si habrán sanciones para el prestador de servicios. No da lo mismo. No es igual. Respetar las formas es respetar la orgánica, seguir una reglamentación, criterios mínimos de organización y funcionamiento, si eso no se cumple hay que tomar una medida concreta que corte de raíz eso, como por ejemplo garantizar que el prestador ya no brindará el servicio por incumplimiento. Para empezar. Sino desgraciadamente voy a tener que confirmar mi hipótesis de que vivo en el lejano oeste.

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