10.4.12

Joaquín

Ricardo Gutman

I
Las herramientas que el ser humano implementa con tal de ganar dinero son muchísimas. El arte de convertir atractivo algo y venderlo es quizás una de los tesoros más preciados, tanto como encontrar un nicho de mercado. Algunos de ellos tienen sus efectos inmediatos y son copiados por la mayoría hasta hacerse costumbre, cagando cualquier nicho de mercado y posibilidad de crecimiento. Por poner un par de ejemplos, la fotocopiadora en San Cristóbal durante los 90. Otro de ellos es el de la cena show. De los dos, el que me rompe soberanamente las pelotas es el show musical a la hora de comer. Es algo que no soporto, sobre todo cuando se pasan de mambo con el volumen de los amplificadores y hacen que la comida te haga explotar los intestinos. La cosa se complica y empeora si el cantante desafina, cosa que ocurre la mayoría de las veces.  Es por eso que cuando voy a comer a algún lado me fijo de que no haya escenario. Si ya hay una banda tocando automáticamente me espanta. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que te toquen mientras comés cuando no querés que te toquen. Que te obliguen a escuchar algo que no querés cuando precisamente te sentaste ahí porque no había show. Es muy lindo todo y comparto que haya que apoyar a los artistas locales y al folclore nacional pero por mí te podés meter el siku en el centro mismo del orto si me venís a romper las bolas cuando como. Y menos cuando estoy sentado. Me importa tres pitos que sea una práctica burguesa de alimentación. Quiero comer tranquilo la concha de tu hermana. No sé si soy claro.

II
Al tipo ya lo habíamos visto la última vez que pasamos por Capilla. Seguro que hace años que está en el lugar, es deber reconocer que el nuevo en Capilla soy yo. Estaba un poco más gordo si se quiere la última vez que lo vimos. O más alegre. De todas maneras llama la atención, al menos los primeros dos minutos. Para muchos es más que suficiente. Supongo que para él también. No tengo idea como se llama pero lo bautizamos Joaquín. Aramos dijo el mosquito, digo lo bautizamos por haber estado en el mismo momento en que el Ale le puso el nombre. El nombre no salió de mi cabeza. Para mí era el flaco de la peatonal de Capilla. Como tantos otros flacos de la peatonal de Capilla. Le puso Joaquín porque la primera vez que lo escuchamos estuvo tocando canciones de Sabina cada vez que lo cruzamos. Y cuando lo volvimos a ver terminaba de cantar Contigo y empezaba 19 días y 500 noches. Todas sonaban igual.
Sin temor a ser exagerado y con la tranquilidad  que me otorga la sinceridad es deber decir que como músico Joaquín es horrible. De hecho es muy malo tocando, tan malo como cuando canta. Toca muy mal, o al menos toca como se le canta. Todas las canciones suenan igual en su guitarra, desde Loco tu forma de ser hasta Cantares. Y la voz que tiene hace que hasta incluso yo con mi voz de graznido perpetuo parezca afinado. Desde que lo vi lo destrocé en críticas, no sólo por su aspecto, que hasta podría calificarse de pasayesco, sino por la poca prestancia para cantar. Sentencié que era horrible, cosa que musicalmente hablando de hecho es, y por lo bajo pensé que este tipo estaba quemado de tanto faso para hacer lo que hacía. Digo por lo bajo aunque es muy probable que lo hay hecho a viva voz y ahora no lo recuerdo y hasta me haya reído de mi ocurrencia. Me faltó el dedito índice apuntando para arriba.

III
El sábado por la noche salimos a comer. La calle techada estaba a full. Gente por todos lados, caminando, comiendo, comprando. En el comedor del medio de la peatonal estaba hasta la maceta de gente, con cena show incluida. Gracias pero no. Caminamos hasta la esquina de Diagonal Buenos Aires, que no está techada, y nos pedimos unas pizzas de rúcula y muzzarella. Antes de que nos llegue la rúcula un flautista se apertrechó en la esquina y tocó unos tres temas, pasó la gorra y se fue. Ladri. Tres temas con la flauta. Tres temas. Tocaba bien el vago, te caía simpático pero tres temas, ¿entendés? Ni quince minutos estuvo. Se levantó unos mangos y se fue, así no más. Me indigné como buen burgués que soy pero por lo menos no había llegado la pizza y el vago nos entretuvo. El Negro le dio unos pesos, no tengo idea cuántos, y se fue.
La moza llegó con la pizza humeante y verde. Ana empezó a cortarla y repartir las porciones para cada uno y mientras la pizza se repartía por mi espalda cruzó Joaquín, que sin decir agua va se instaló contra la pared, se sacó su saco amarillo, abrió la funda de su guitarra, la dejó en el suelo a modo de gorra y saludó a los presentes. Lo miré al Ale para avisarle que Joaquín y su voz de whisky iban a empezar el recital. El loco saludó a los presentes y se largó con una de Charly, la del vago al que la novia lo echa porque no tiene profesión. Cuando terminó confirmé que la canción era autobiográfica, al menos él lo dijo.
La gente está llena de dolor por más que lo maquille, por más que lo quiera disimular. Joaquín no podía disimularlo, se le notaba en el rasguido de la guitarra, seco y fuerte, con rabia, como queriendo cortar las cuerdas de una vez por todas, como alguien cansado de algo, cansado de todo. Recordaba mucho el tiempo en que fue hermoso y en que fue libre de verdad. La verdad que en estos momentos no podría decir si hacía lo que hacía porque había decidido hacerlo de esa manera o porque simplemente la vida lo fue llevando hacia eso, a clavarse en una esquina a cantarle a gente que no quiere escuchar. Creo que lo hizo porque no le quedó otra y que porque quizás no sabía hacer otra cosa. A veces la vida pasa y uno se esconde, tratando de que las cosas lo rocen lo menos posible. Otros la enfrentan con lo único que tienen y hacen lo que pueden. Creo que Joaquín es de estos últimos.
Quizás sea la viveza que te da la calle o quizás las canciones fluyeron solas, lo concreto es que el tipo tuvo el buen tino de elegir bien las canciones. Buenas, llevaderas, de esas que sabemos todos y que de hecho hacían que uno siga la canción, que la cante, a pesar de la voz terrible de Joaquín y de los monótonos y calcados acordes repetitivos. Creo que él sabe que rasga horrible la guitarra y que canta mucho peor pero no dejó pasar la oportunidad de meter bocadillos cada vez que terminaba una canción, sea recordando otros tiempos o contextualizando. Se lo notaba ronco de tanto cantar y de tanto hablar. Se le escuchaba muy poco pero el tipo hablaba igual. Quizás para eso hacía lo que hacía. Que se yo.
Pero no fue hasta que terminó que no vi el cuadro, the big picture. Eligió Cantares para despedirse. La cantó igual que las otras. Pero Cantares es Cantares. Cuando terminó aprovechó para pegarle a la Iglesia y les dijo a todos que él creía en Cristo y no en la Iglesia, que esperaba que todos celebrásemos a un Cristo resucitado y no a un tipo clavado en una cruz y que nos deseaba Felices Pascuas. Cuando tomó la funda de la guitarra miró hacia las mesas para ver quien lo llamaba y nadie lo llamaba. Su cara mostró lo que no había podido mostrar, cara de cansancio, de desencanto, de siempre lo mismo, de predicador en el desierto, cara de que les cuesta. La cara de decepción de Joaquín era imponente. Un deseo de que prescindir de todos nosotros deambulaba en medio de su barba sucia. Nos paneó un poco. Yo lo llamaba y el loco no me escuchaba. Yo no tenía más que 10 pesos pero quería dárselos. Quizás el loco no comió ayer. La cara de Joaquín decía muchas cosas, pero sobre todo decía hasta cuando. Hasta cuando todo esto, hasta cuando aguantar, hasta cuando hacer lo que se hace, hasta cuando soportar a esta manga de boludos que no me escuchan. Hasta cuando.
Lo llamaron dos mesas, el vago fue, recibió la colaboración  y agradeció. Yo tuve que gritarle para que venga a la mesa. Le dejé los 10 mangos en la funda sin que los vea y cuando lo tuve cerca le agradecí las canciones. Joaquín sonrió y dijo gracias. Sonó sincero. Y se fue.
Yo me quedé pensando un rato más mientras se me terminaba el agua y la muzzarella en Joaquín. A pesar de todo era admirable. Estoy plenamente seguro que el vago sabía que era musicalmente horrible pero lo hacía igual, no se quedaba con ganas de cantar lo que quería y decía lo que sentía, sin pedirle permiso a nadie y quizás sin esperar ningún rebote aunque con la secreta esperanza de que a alguien llegue el mensaje oculto entre las canciones y las opiniones, fuese el que fuese. Lo hacía igual, aunque pareciese que a nadie le importaba. Pagamos y nos fuimos. Volvimos caminando por la peatonal. En otro restorán se había anclado Joaquín, que cantaba una de Sabina. El tipo nos vio venir, nos fichó y nos saludó con la cabeza mientras pasábamos. Me interrumpió justo mientras pensaba que el tipo se merecía un post.      

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