18.4.12

La humedad

Por Ricado Gutman

Es la humedad, no es otra cosa. Creo que el Puma Goyti dijo que el calor degrada al ser humano. Se equivocó. Es la humedad, que empieza a ponerse calurosa a eso de las 10 de la mañana. Porque no es al revés, no no, es la humedad que se pone calurosa no el calor que se pone húmedo, lo que hace que el día se vuelva insufrible. Es así que el estado de ánimo de la gente empieza a cambiar; aquél que era un amor hace diez minutos se transforma en una porquería atómica. Y todo porque la ropa se le pega a la piel. Llegado el caso la humedad puede hacer renegar de la condición humana. Debe ser que por eso existe la depilación definitiva, beneficio al cual la mayoría de los mortales estamos lejos de llegar, más que nada porque nos sale muy caro. Dan ganas de salir a matar gente. Por eso lo que mata es la humedad. La humedad ambiente. No conocí peor lugar para eso que Santa Fe. Deben existir los trópicos y las selvas y de seguro deben ser insoportables pero al menos tienen árboles. Árboles como la gente. Santa Fe te destroza, con el río ahí al lado. Pocas cosas deben ser más insufribles que Santa Fe en enero. Santa Fe en enero sin un mango en los bolsillos.
En esos tiempos la gente se las arreglaba para pasar el verano, la siesta sobre todo. El primer verano fue una tortura total, paraba en la casa de un pariente, no me sabía cocinar, comí lentejas durante una semana hasta que me animé a tirar una milanesa a la plancha y como si fuese poco la media era de 45°. La casa tenía un patio de dos por dos, puro cemento, la cuadra entera, que era prácticamente una cortada, no tenía un solo árbol, por lo que la casa estaba expuesta al sol todo el día. Arrinconados por el sol quince horas al día. Fue la primera vez que creí que no iba a aguantar. Pero en ese entonces era flaco y no chorreaba sudor como ahora. Estuve unos 20 días en la casa del pariente, que apenas pudo me subió el valor del alquiler cosa que le diga que me iba y me fletó. Es comprensible, el vago vivía sólo y no iba a aguantar a un pendejo que ni siquiera se sabía cocinar una milanesa. Es comprensible, sí, pero siempre es preferible decir las cosas sin rodeos que buscar la mejor manera de rodearlas. Por ese entonces yo tenía menos idea de nada que ahora. Así me recibió Santa Fe.

Nunca soporté ver a mi hermano tomar mate a las dos de la tarde en pleno verano y no sudar ni una gota de transpiración. Debe ser por el hecho de que es flaquísimo, y porque la genética me enchufó a mí las glándulas sudoríparas exacerbadas de mi familia. Mientras yo sudaba de sólo estar sentado mirándolo, el guille tomaba mate hervido como si fuese tereré. Después me enteré que en el barrio El Pozo la hacían mucho mejor. Como frente al barrio estaba el Cinemark, los vagos se cruzaban en plena siesta, donde el precio era ínfimo, creo que dos pesos, sacaban la entrada para cualquier película y se metían en la primer sala con aire acondicionado para dormir la siesta. Siempre pensé que si hubiese vivido en el barrio El Pozo la poca plata que tenía disponible se me hubiese ido en el cine. Me hubiera hecho amigo de los cajeros y los acomodadores porque, aunque no parezca, cuando no me conoce nadie soy encantador. Hubiese dormido la siesta todos los veranos y me hubiese empechado de películas. Y capaz que el alquiler me salía más barato. Qué se yo.
Yo no estuve muy lejos. En el colmo de mi peladura monetaria me fui a vivir al primer piso de una pensión en La Rioja y 1° de Mayo. Eran los tiempos en los que decía que estudiaba Letras. Decía, pero lo único que hacía era trabajar en la fotocopiadora de la Facultad, 160 pesos por mes, y militar en política universitaria. En la Franja. Gran experiencia que sirvió de mucho. No me arrepiento, aprendí muchas cosas pero hoy estoy en otro lado. Continuemos. La Rioja y 1° de Mayo. Pensión de mala muerte. Terminé ahí viviendo con otro vago que necesitaba alquilar con otro pibe para seguir estudiando. No me acuerdo cuanto tiempo viví, creo que dos años. Cuando rescindimos el contrato no podía irme porque no me alcanzaba para alquilar nada.  En la primera de cambio mi compañero se tomó el palo y me dejó sólo con el alquiler y los gastos. Fueron meses terribles, que hoy agradezco aunque en su momento padecí como nunca antes.
El primer verano en esa pensión estuvo dominado por Sabina, el arroz, Musimundo y el turno de Febrero que terminé rindiendo casi en Marzo. La mañana se pasaba dentro de los apuntes. No sé porqué en ese entonces me había poseído una furia por rendir, quizás era porque me quedaba el último llamado de Introducción a los Estudios Literarios. A las doce comía arroz, a la siesta continuaba en los apuntes que se mojaban del sudor de la frente y así hasta las cinco de la tarde, hora en que enfilaba para la peatonal porque sabía que a esa hora abría Musimundo. En ese entonces Musimundo era el verdadero paraíso de mis tardes de Enero porque al fondo del local estaban los reproductores de CD disponibles para todo aquel que quería escuchar el compact que el negocio promocionaba. Música gratis. Comercialmente direccionada, pero gratis. Lo que menos podía hacer era quejarme. Como si esto fuese poco tenían aire acondicionado. Ojalá hubiese sido posible llevarse los apuntes a Musimundo, era lo único que faltaba. Por primera vez en mi vida tenía un Plan de Estudio, me sentaba horas a estudiar y tenía planificado un examen, sabía y tenía los apuntes que tomaban en el examen; lo único que la jodía era el calor, porque ni ventilador tenía.  
Me pasé el verano escuchando el Acústico y el Eléctrico de Nos Sobran Los Motivos. Hasta los empleados me saludaban. Dos horas por día en medio de esas luces extremadamente blancas. Musimundo en ese entonces era muy blanco. Siempre tuve suerte porque llegaba temprano y usualmente monopolizaba el reproductor. Cuando lo cola se ponía heavy –fue por ese entonces que a todos se les dio por escuchar a Sabina- o las rondas de las caras de ratas iguales que yo se ponían repetitivas me pasaba al otro reproductor a escuchar Rage Against The Machine. Siempre fui versátil. Y si Rage estaba ocupado en el tercer reproductor había un compact de música clásica, de esos tipo grandes éxitos. Cuando ya me dolían las piernas de estar parado deambulaba por los bateas revolviendo los discos, viendo lo que había, lo que conocía y lo que no conocía, seleccionando mentalmente los discos que me iba a comprar una vez que tuviera plata. Me decía a mí mismo, mentalmente, “cuando tenga plata me voy a comprar este disco, y este disco, y este y este” mientras los removía e imaginaba algo que bien sabía no iba a pasar. Peor era pensar que nunca los iba a tener porque no tenía veinticinco mugrosos pesos. La colección completa de Nirvana salía unos 200 pesos, un poco más, por ese entonces. Nunca pude comprarme ninguno. De hecho cerró Musimundo creo y yo nunca compré un CD. Después volvía a casa, pegaba un repaso a los apuntes, me hacía un arroz y si daba me iba para lo de Fabio.  
Así fue hasta que llegó el día de rendir, que se pospuso unas semanas, no recuerdo bien por qué. La mesa estaba prevista para las cuatro de la tarde, bien temprano, y el examen era escrito. No tenía un mango partido por la mitad y hacía un calor de morirse. Comí temprano, tipo 12.30, cosa como para tener tiempo de bañarme, prepararme, no olvidarme nada y salir caminando hacia la facultad. Yo vivía en La Rioja y 1° de Mayo, la Facultad quedaba en Ciudad Universitaria. Cuarenta cuadras más o menos. Cosa rara, estaba extremadamente confiado. Hice todo lo que tenía que hacer, con los tiempos acordes y cronometrados. Para las 14.30 ya estaba aceitadísimo y para no correr riesgos decidí salir a las tres menos cuarto, cosa de ir tranquilo hasta la Facultad y llegar con tiempo. Pocas cosas ponen más nervioso a alguien que llegar con el horario justo a un examen. Cómo que es necesario aclimatarse un poco, entrar en contexto, fundirse en el ambiente, desapercibirse.
Ni las iguanas había en la calle cuando salí. Mejor, me dije. Caminé hasta Boulevard por 1° de Mayo con el sol en la nuca, quemando, y al doblar en la esquina de Chrysler empezó a diluviar con sol. Santa Fe tiene esas cosas. Yo no lo podía creer. Justo el día del examen. Empecé a acelerar el paso, como hace el común de la gente que piensa que así se va a mojar menos. Pensé que la lluviecita iba a pasar, cosa que hizo, pero a la altura de la plaza Pueyrredón. Los árboles tapaban el sol y yo me di cuenta al llegar a la costanera que estaba peor que antes. Encima yo estaba mojado, crucé el puente carretero en cuero, con el torso desnudo, secando la remera gris que parecía un trapo de piso. Parecía sacada de un balde. Antes de entrar al predio de la Ciudad Universitaria me puse la remera, enfilé para el baño de planta baja de la FHUC sin saludar a nadie y me quedé unos diez minutos estrujando la remera, que seguía despidiendo chorritos de agua. Así tenía que entrar a rendir. Y así entré, con un trapo de piso por remera y, como si fuera poco, paspado. Cuando vi las preguntas del examen me quería morir. Todo al revés. Nada que ver. Y yo que me había fumado la Poética de Aristóteles, 18 páginas de texto original y 72 de comentarios y anotaciones al pie. Me empecé a reír solo. El profesor me preguntó si me pasaba algo y yo le dije que no, que no pasaba nada. No le dije que no podía responder una sola pregunta, que había estudiado con los apuntes cambiados y que la humedad del aula me pegaba la remera al cuerpo. Estuve unos quince minutos mirando la hoja en blanco. Escribí unos veinte minutos de corrido un texto de por qué yo consideraba, después de haber leído Foucault, que Foucault no tenía razón respecto a sus posiciones sobre el autor, pero no respondí ni una sola de las preguntas del examen porque simplemente no podía responderlas. Le entregué el texto y me fui con unas ganas de llorar terribles. Me volví caminando a la pensión. Alguna que otra lágrima se me escapó al cruzar el Oroño. Siempre es más fácil cuando las lágrimas caen a la laguna. Me bañé. Lavé la remera. La puse a secar al sol. Me quedé en la pensión escuchando la Más, tirado en la cama el resto de la tarde, leyendo algo, me dormí con la trasnoche soft de la radio y no volví más a Musimundo.          

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