11.4.12

Los burócratas somos así

Por Ricardo Gutman

Durante mucho tiempo pedí el trabajo que tengo. Para los que no saben, soy oficinista. Administrativo es mi categoría laboral. Al menos eso dice en el recibo de sueldo. Para otros soy un ladrón. Algo que es lícito de pensar. Para otros debo ser un hijo de puta, y también comprendo eso. Porque de última no me importa y no es problema mío. Que se arreglen los otros por lo que son sus pensamientos, que se hagan cargo de lo que generan. Bastante tengo con lo mío. Durante mucho tiempo no solo lo pedí, sino también que lo deseé porque para ser sincero, estaba cansado de estar atendiendo un mostrador o hacer notas periodísticas, las dos cosas por míseras monedas. El tiempo pasó, desocupación incluida, hasta que llegó. De manera impensada aunque no por eso menos lógica. Se puede decir que tuve suerte si se quiere, pero como la suerte no existe es posible explicarlo de otra manera: en algún momento, en algún lugar, dije las palabras justas en el momento indicado a la hora señalada enfrente de la persona correcta y esa persona, a la hora de decidir por el puesto que hoy tengo pensó en mí. Así de simple. ¿Por qué pensó en mí? Por todo lo expuesto anteriormente y porque tenía que pensar en mí en ese momento. Comprendo si parece una explicación algo sacada de los pelos y carente de lógica pero es absolutamente cierto. No hay mayores méritos, por así decirlo.

Semejante hecho sirvió para afirmar un pensamiento que siempre tuve en la cabeza y que a medida que pasó el tiempo fue tomando la forma de axioma, por decirlo de alguna manera: Señoras y señoras, los Currículum Vitae no sirven para un carajo. Como todo, el mundo y tu vida se rigen por las relaciones que tengas, más precisamente la calidad de las relaciones que tengas. No sirve de nada salir a dejar CV como loco por las ciudades si no te conoce nadie. Porque a la hora de decidir la gente decide en base a la confianza, y la confianza es, básicamente, saber si te conoce o no. Y cómo físicamente nos es impedido conocer a todas las personas por más que la tecnología se esfuerce terminamos preguntando a otro por alguien que no conocemos. El viejo sistema de referencias. Porque siempre será más confiable una persona que un papel. Con esto no quiero caer en la simplificación silogística de la generalización. No, no, no es mi intención, simplemente me atrevo a decir que en la mayoría de las veces las cosas ocurren así, está lleno de casos particulares que contradicen lo que digo y los acepto pero para ser sincero yo diría que si quieren encontrar un buen trabajo vayan fijándose en la calidad de las relaciones sociales.
El noble oficio de oficinista que ejerzo lejos está de ser un trabajo aburrido; aunque sea un trabajo aburrido. Convengamos que si solamente me atuviese a las acciones hace rato que me hubiera pegado un tiro en el pie. De hecho es un trabajo que enseña, aunque parezca que librar órdenes de consulta y mandar faxes no sea una actividad altamente educativa. Si algo enseña la burocracia a los burócratas es que el control es una ilusión. Y no solamente que el control es una ilusión sino que hacerse mala sangre por eso es al pedo. Puede sonar raro porque precisamente la burocracia moderna se creó para controlar y administrar las distintas relaciones entre los individuos de un lugar determinado, y de hecho esa es la imagen que ha llegado hasta nuestros días, pero no hay nadie más conciente que el burócrata de que el equilibrio de las cosas depende de sutiles acciones que no manejamos ni a las cuales se nos permite acceder.
Esto es así porque estructuralmente la ficción es, para el que no es burócrata, que todo tiene un sistema de relaciones ajustado que predetermina un resultado. En criollo, si usted hace las cosas así el resultado es A y no otro, para que le resultado sea B el método tiene que ser otro, no puede obtener B con el método que obtuvo A. Esta es una verdad aceptada socialmente, de hecho una definición muy común de locura es hacer las cosas de una misma manera esperando resultados distintos, definición acorde a lo que venimos exponiendo. Definición que hasta comparto. Hasta acá toooooodo lo dicho no sorprende a nadie. El tema es cuando seguís la recetita y la torta se te quema. No hay choto con que explicarle al otro.
Con el correr del tiempo nosotros los burócratas nos hemos acostumbrado al funcionamiento de las cosas. Sabemos, al igual que el resto de los mortales, la mayoría de las cosas se hacen con rectas y procedimientos, modos establecidos de hacer las cosas, que conllevan a un resultado. Eso es lo que compartimos con el común de la gente. A diferencia del resto nosotros sabemos que las cosas nunca suelen salir siempre de la misma manera, ni siquiera de manera satisfactoria. Sabemos que es muy posible, más que los porcentajes de lo que el resto maneja, de que las cosas pueden complicarse por simple boludeces. Por eso no nos complicamos la vida al pedo, porque si nos complicásemos la vida por las cosas que no salen como queremos ya estaríamos internados y empastillados hasta la coronilla. Por eso la tenemos esa cara de nada que hace enervar a la gente. Porque cuando decimos que quiere que le haga sabemos lo que decimos. Por eso la gente llega a odiarnos. Se puede decir que vivimos en el estado del Gato de Schrödinger permanentemente.
Para los que no saben lo que es El Gato de Schrödinger es un experimento imaginario postulado por Erwin Schrödinger en 1935. La cosa es más o menos así: una caja cerrada y opaca que contiene un gato, una botella de gas venenoso y un dispositivo que contiene una partícula radiactiva con una probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo dado, de manera que si la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere.
Al terminar el tiempo establecido, hay una probabilidad del 50% de que el gato esté muerto y la misma probabilidad de que el gato esté vivo. Según los principios de la mecánica cuántica, la descripción correcta del sistema en ese momento (su función de onda) será el resultado de la superposición de los estados "vivo" y "muerto" (a su vez descritos por su función de onda). Sin embargo, solo cuando abramos la caja podremos comprobar si el gato estará vivo o muerto.
Hete aquí el quid de la cuestión. Mientras que en la descripción clásica del sistema el gato estará vivo o muerto antes de que abramos la caja y comprobemos su estado, cuánticamente hablando el sistema se encuentra en una superposición de los estados posibles hasta que se observa. El paso de una superposición de estados a un estado definido se produce como consecuencia del proceso de medida, cuando se lo mide se congela el resultado pero mientras tanto no puede predecirse el estado final del sistema: sólo la probabilidad de obtener cada resultado. Es decir, sólo se puede especular. Y si se especula no es ciencia. Y si no es ciencia no es seguro. Si abriésemos la caja habríamos “interferido” y definido la situación, pero mientras tanto no podemos hacer nada.
Casi como lo que me viene pasando desde hace unos días. La gente suele enojarse y no quiero poner como ejemplo en la explicación el Gato de Schrödinger porque parecería que le estoy tomando el pelo. Pero hay cosas que no se pueden manejar. O al menos cosas, variables, que yo no puedo manejar. Como el olvido de una empleada a la cual no conozco, el mal funcionamiento el fax que hace que la orden sea ilegible o la goma que se pinchó del camión que traía los medicamentos y por eso la demora de dos días. O que simplemente el chofer se haya tomado un descanso, se haya fumado un pucho en medio de la ruta y eso hizo que llegue dos minutos tarde a la farmacia, que ya había cerrado. La verdad que no sé como explicarlo, pero pasa. Y si te ponés media pila vas a poder comprobar que la mayoría de las cosas que te ocurren te ocurren así, aunque no te des cuenta. Yo ahora estoy llamando por teléfono y no me contestan. Ya no me fio de los contestadores. Si te hacés mala sangre es peor.

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