Ricardo Gutman
@rickygutman
Tuve tiempo para pensarlo. Hacía rato que Andrea me había contactado vía Facebook para concertar una entrevista. Andrea está realizando su tesis de Sociología sobre la identidad de San Cristóbal después del cierre del ferrocarril. Interesante. Tema resonante desde el punto de vista analítico de una herida que todavía no se ha cerrado. Accedí a la entrevista aunque todavía no entiendo muy bien porqué yo. Gracias igual porque me permitió pensar. Y mucho.
Los grupos se cohesionan mediante cosas en común, códigos, pautas y comportamientos propios que los identifican como tales, que los diferencian unos de otros. Cultura, para ser sintéticos, con todo lo que el término encierra. Pensar una identidad colectiva implica pensar qué somos y cómo cada individuo se inserta dentro de ese cosmos. Esa identidad colectiva es un producto histórico que se transmite y se institucionaliza por medio de un relato oficial, el dominante, el aceptado por la mayoría que lo inscribe en su subjetividad como propio.
Es posible pensar nuestra ciudad como un no lugar. No lugar es una categoría académica que identifica a esos lugares de paso que no generan en el individuo una identificación real. Son, por lo general, los espacios de la posmodernidad. Shoppings, aeropuertos, autopistas, terminales, son ejemplos conocidos de no lugares. Se está, pero tranquilamente se podría no estar.
Puede parecer raro, hasta contradictorio quizás, pensar las cosas desde esta perspectiva pero creo que puede ser un aporte a lo que todos estamos buscando. Es duro, crudo si se quiere, pero es imposible evitarlo, el mero intento de pensar estar ciudad dice también que hay algo aquí que hace que me ponga a escribir lo que escribo. Algo arraigado hay, existe, que me obliga a pensarlo. Espero se entienda.
Pensar San Cristóbal luego del cierre del ferrocarril es pensar en el quiebre del relato estructural cohesionador del conjunto, en la pérdida de identidad colectiva. Es pensar en un vacío y en la falta de proyección que eso genera. Es central discutir que somos, si no discutimos que somos no sabemos dónde vamos. Es desde ese lugar donde me permito pensar a San Cristóbal desde un no lugar, una ficción de lugar.
La falta de dirección es la expresión física del síntoma y en este caso el síntoma es la ausencia de un proyecto colectivo. El cierre del ferrocarril dejó a la ciudad sin un relato de cohesión capaz de organizar las expectativas sociales de futuro. Desmembró el factor organizador de la Puerta del Norte Santafesino y eso hizo que le quitase identidad. Dentro de ese contexto cada uno hizo lo que pudo, cada uno eligió salvarse a su manera. A algunos les fue bien, a otros no. Esa y no otra fue nuestra bienvenida al neoliberalismo. Posmodernidad pura y sin rebajar.
Esa falta de una respuesta colectiva a la pregunta de qué somos no solamente es palpable en las generaciones posteriores al cierre y en aquellas que cómo uno crecieron con el cierre sino también a aquellas que vivieron las glorias de una época dorada. Para aquellas gentes que vivieron la época de esplendor el qué somos es un bello recuerdo, la cosa se complica para gente como uno que lleva ese conflicto desde la infancia más temprana, por así decirlo. Aquellos que vivieron con el ferrocarril no entienden la violencia simbólica de explicarle a otro santafesino, no nos vayamos tan lejos, nuestro origen y comprobar que a duras penas logran situar el espacio geográfico donde nos emplazamos.
Para hacerlo más simple, ese relato cohesionador se expresa como orgullo de pertenencia, algo que hace que el sujeto se sienta orgulloso de una característica que si bien puede ser particular es colectiva, compartida y estructurante al mismo tiempo. No está demás decir que ese relato es el relato dominante y que como expresión histórica es el resultado de una batalla cultural que ubica a otros discursos en lugares relegados en cuanto a legitimación social si se quiere pero que laten y coexisten con ese relato dominante. La diferencia entre este relato y los otros es que el estructurante es masivo y palpable, los otros están agazapados y expectantes.
Ese elemento identitario se rompe cuando cierra el ferrocarril y desde ese tiempo a esta parte San Cristóbal deambula en busca de un significado. No es que los otros relatos no hayan querido ocupar su lugar, de hecho lo intentan y lo siguen haciendo, uno de ellos en particular, el problema es que la realidad le da la espalda, esos elementos identitarios están tan sacados de los pelos, es tan artificial su construcción que su intento de imposición choca con la vida misma. Es así que tenemos un relato social disociado de la realidad. Es que es poco lo que se comparte, lo común y colectivo, dentro de ese esquema.
Es que el primer indicio de su aceptación es que sea común. Uno puede repetir como un autómata lo que considera correcto y si se es lo suficientemente necio hasta puede creérselo. Pero eso no quiere decir que en última instancia sea real. En la construcción de la identidad no solamente importa esa polifonía, ese espejo enfrentado a otro espejo, esa falsa proyección al infinito, esa supuesta referencia a la cantidad, es condición necesaria que ese relato sea identificable, visible e internalizable. Y si bien hay una cosa no existe la otra. Es, en definitiva, un intento manifiesto de colonización del pensamiento.
Será poco demagógico plantearlo pero San Cristóbal carece de identidad y por eso de un proyecto común estructurante. Ni siquiera hemos saldado el debate de que fue lo que pasó con los ferrocarriles. Cada año que huele peor. Y ese es un pescado podrido del que nadie quiere hacerse cargo, por eso se lo tira de un lado a otro. La culpa siempre la tienen los otros y nunca el nosotros. Es que es horrible darse cuenta que la culpa fue de todos. Nos hemos acostumbrado a vivir sin los talleres pero eso no quiere decir que hayamos superado el trauma. Lejos estamos de eso. Si no saldamos este tema no podremos ni siquiera imaginar que podríamos ser, los sueños no dejarán de ser nada más que enunciados o una simple expresión de deseo. Nada más que eso. Una ciudad a la deriva. Desgraciadamente.
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