14.9.11

Amor en alta definición


Ricardo Gutman
Quien no ha hecho locuras por amor. Mejor dicho, quien no ha hecho pelotudeces por amor. Lo primero que pensé fueron locuras pero queda mejor pelotudeces, y de hecho son más pelotudeces que locuras. Pelotudeces que rayan la locura o cosas que de tan locas son una absoluta, inmensa, oceánica pelotudez. Y porque la locura es otra cosa. Por lo menos el noventa por ciento de las veces lo son. Igual las hacemos, a sabiendas de lo que se viene, de lo que se sabe y de lo que no está en los cálculos.
El negro Dolina había hecho un cálculo: de mil personas que pasan por el frente de tu casa una sola puede tener ese efecto demoledor de enamoramiento en uno. De la misma manera de las mil personas que pasaron por tu casa a solo una podés haber flechado, persona que en la mayoría de las veces no es precisamente aquella que te flechó. O sea que las posibilidades de un amor correspondido son de una en un millón. Para empezar a contar. Después de todo no está tan mal. Dentro de ese plano, el de pararse en el frente de tu casa a esperar a que pase el amor de tu vida (que puede durar unos meses, no importa, lo importante es encarar la cosa como si la intención fuera esa), cosa que no va a ocurrir porque como es sabido nadie se va a quedar en la puerta de su casa a que llegue el elegido las opciones de lo posible aumentan sideralmente. Entre ellas; declarar tu amor en el programa de Andrea Politti, la nueva moda entre los enamorados porteños y del conurbano.

El amor, como todas las cosas, no está exento de las modas. De vez en cuando alguna técnica tiene más preferencia que otras, como colgar pasacalles o escribir grafittis frente a la casa de la amada(1). Moda sería cuando todos hacen lo mismo durante un tiempo determinado. Recuerdo que en un tiempo nos había pegado la moda de dejar rosas robadas en los frentes de las casas de las chicas que nos gustaban. Era una guerra por los rosales. Entre amigos nos pasábamos los datos: “tengo un rosal en calle Ituzaingó que es espectacular” y cosas por el estilo. Las hordas nocturnas de pibes choreando rosas pelaron los rosales de San Cristóbal. No se encontraba rosas en ningún lugar, salvo en lo del Peto, pero pagar no era una opción. La otra opción era entrar a los patios de las casas pero eso ya era demasiado.
Hubo otra costumbre que se trilló rápido porque se esparció como reguero de pólvora entre las chicas más grandecitas, más precisamente en el espacio del instituto del profesorado sancristobalense. Durante varios meses, me atrevo a decir que todo el año académico, el Peto Spano se pegaba una vuelta por el instituto para hacerle llegar a algunas de las estudiantes un ramo de rosas por parte de su amado. Como cuando algo pega lo copian todos el Peto se había vuelto Sandro, el hombre de la rosa. Las chicas suspiraban por sus Casanovas locales que quedaban como duques no sólo con su amada sino con las otras pibas del curso. Y en el medio uno, quedando indefectiblemente como un gil.      
Los tiempos han cambiado desde Roberto “Que rica la mocosa” Galán, eximio representante del amor televisivo que armaba parejas en sesenta minutos y después las casaba. En tiempos de alta definición la onda parece ser declarar el amor en el programa de Andrea Politti. Cabe destacar que si bien es una idea que se le puede ocurrir a cualquier ser humano andante es mérito entero de la producción. Y que últimamente sea una escena repetida la declaración de amor en un programa de televisión es prueba de que la cosa funciona, por lo menos en rating, lo que no necesariamente se traduce en un final feliz para los implicados.
Hasta ahora todos los que han ido a declarar su amor, por lo menos los que yo he visto, han sido hombres. Como corresponde. O como estamos acostumbrados. La verdad que pocas veces he visto a una mujer declarar su amor a un hombre públicamente, salvo en casos donde las mujeres acaparaban toda la atención de la vía pública en unas escenas que ni te cuento y la mayoría de las veces no eran declaraciones sino más reproches, echadas en cara en plena calle. Los tipos agachaban la cabeza y llegado el caso hasta se dejaban golpear. Supongo que lo tenían merecido.
Pero sigamos. Es clásico, común y aceptado que sea el hombre el que declare su amor, de alguna manera, en la medida que pueda, a su amada. Si el caso es al revés suele llamar la atención y si bien es admirable que eso ocurra pocas veces pasa. En el ínterin en el que EL AMADOR planifica las diferentes estrategias para lograr el amor de LA AMADA, consume su tiempo y su cerebro tratando de encontrar un resquicio por donde encender esa llama de cariño, puede ocurrir, sin temor a equivocarme, cualquier cosa; sobre todo si las negativas y el rechazo de LA AMADA hacia su pretendiente son constantes y regulares. Uno puede intentar cualquier cosa, pasar desde regalar una docena de rosas a regalar una docena de empanadas, todo bien empaquetado por supuesto, sin el menor prurito y vergüenza. Todo sirve, todo suma, esa es la premisa. Y los vagos se agarran de cualquier cosa que de resultado, o que le haya dado resultado a otros. Algo así como si sirvió para otro porque no a mí.
Pero salir en TV declarando el amor a una mujer que no sabe que vas a declararle su amor, o por lo menos que no tiene ni idea quien es el que va a declararle su amor, es realmente temerario. La verdad que el tipo que se anima a hacer algo así tiene unos huevos de ñandú pero al mismo ya está en las últimas. Si tenés que declararte en programa de televisión es que ya estás entregado, es que ya no te queda otra, porque evaluar esa opción es admitir que es la última opción. Después de esa no se vuelve macho, no hay tu tía. Porque puede pasar que la chica se conmueva y corresponda el esfuerzo o que te mande olímpicamente al carajo con todo el derecho del mundo.
Menos mal que existe Andrea Politti, que debe tener una piedad inmensa en ese corazón televisivo y le hace la onda a los vagos que van entregados de pies y manos. Como el caso de ayer, del pibe que si no me equivoco es sodero y se enamoró de una morocha llamada Sol. Al parecer el pibe ya venía haciendo un trabajo previo y la piba dijo que había un sodero que le arrastraba el ala. La morocha estaba buena, linda mina, un poco gato para mi gusto. A los cinco minutos de estar en cámara se creía Norma Jean Baker y cuando le tiraron unos piropos era Mata Hari con guitarra eléctrica. Para ser sincero yo se la veía fea al vago, que era facherito pero un laburante como uno y la experiencia dicta que los gatos no son para cualquiera, sobre todo porque son caros. Me hizo acordar a un amigo que me dijo que no era difícil levantarse una mina en La Divina, lo difícil era tener plata.
Pero hete aquí que la mina arrancó con el sodero que no si no hubiese sido por la onda que le hacía la Politti con las preguntas esas que les hacen a los protagonistas (iba a decir participantes), como supuesto test de compatibilidades, en el que Andrea (siento que puedo tutearla) metía el perro por el vago sin ningún problema porque lo que el pibe esperaba de una mujer no era ni ahí lo que decía LA AMADA, ni siquiera lo que prefería la mina. Da para otro post el papel de la mentira en el proceso de seducción pero la verdad que hay pocas chicas como Andrea que te hagan la gamba en esas situaciones. Y siempre.

De ahora en más
Los talkshows como formato en sí son producción total más un buen conductor. Para que un talkshow funcione, es decir, mida, tenga rating, indefectiblemente va a tener que elevar la apuesta en el corto y el mediano plazo. Si bien pueden explotar un tiempo un tema, como el de las declaraciones de amor en vivo y en directo por cadena nacional, a la larga o a la corta el tema termina por aburrir por esa propiedad de la televisión de naturalizar todo de manera acelerada porque el minuto a minuto manda en la tele abierta. La cosa se va a terminar radicalizando.
Es evidente que el tema sigue garpando porque una vez por semana hay uno que se declara pero creo que pegarle una vuelta de rosca va a ser la evolución natural. Van a ir por más. Declaraciones de amor homosexuales, de un chico gay a otro chico gay, de una mujer lesbiana a otra mujer lesbiana. Otra opción es la de un chico gay a otro que no es gay o la de una mujer lesbiana a otra heterosexual, amigas de toda la vida y una le confiesa a la otra lo que siente por ella. Si las condiciones se dan hasta se podría armar un programa sin la necesidad de las declaraciones de amor, todo corrido, de una. La verdad es que nunca vi que haya pasado eso en la televisión abierta. Pero ya aprendí a que nunca se dice nunca. Y menos en el amor. Sobre todo si está Andrea.

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(1) No recomiendo grafittis como este 

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