22.5.12

Animales Sueltos

Ricardo Gutman

Me gusta el nombre del programa. Animales sueltos. No es un programa que sigo ni que mire, de vez en cuando lo dejo un rato. Me gusta ver como Fantino actúa el interés genuino por algo que no le importa. Esa es la espina de todo periodista, de todo entrevistador: hacer notas que no le mueven el amperímetro. No de la gente, que de última es discutible, sino del que entrevista. Me ha tocado en su momento y es muy feo. Claro que por un buen sueldo lo hacés. No era mi caso. Pero la producción de Fantino estuvo certera en entender que el rubio es uno de los mejores entrevistadores del país. Si no cabe recordar ESPN Estudio, un excelente programa donde Fantino demostraba aptitudes excepcionales para la entrevista. En Animales Sueltos han decidido ir a la entrevista, exprimir eso. Y lo celebro. aunque pase gente como Aldo Rico. Otras veces tenés la suerte de que vaya gente como Gabriel Rolón. No sé si midió o no, pero la entrevista dejó cosas muy copadas.
“Lo que se interpone entre nosotros y la muerte es el deseo” dijo Rolón, que para mí es un tipo con una sensibilidad muy grande, a modo de justificación terapéutica del deseo, del deseo como motor de la vida. De acuerdo a lo dicho por el psicólogo el que no desea es el que cae en un estado depresivo. El depresivo no desea porque percibe la futilidad de las cosas: “para que voy a hacer esto si en realidad me voy a morir”. Y esto para cualquier psicólogo es síntoma de una enfermedad, que de hecho lo es, clínicamente hablando. Pero no por eso es menos realista. Ni menos sincera.
De esta manera la depresión se convierte en algo peligroso. No tanto como anomalía clínica sino más bien como secreto develado. Alguien encontró que la vida que vive, en mayor o menor medida, no tiene mayor sentido. Es decir, así planteada, la vida no tiene sentido. El depresivo plantea eso. Puede no decirlo o no saber como decirlo en palabras pero definitivamente lo expresa.
Entonces nos encontramos ante una verdad: nos pasamos la vida interponiendo cosas entre nosotros y la muerte, como si esas cosas cumplieran la función de alejarnos de la muerte. De hecho vivimos como si fuésemos inmortales; biológicamente hablando. Planificamos, proyectamos, accionamos, todo con la certeza de que vamos a llegar a hacerlo. Y todo lo hacemos sin ninguna garantía de que podamos, cronológicamente, cumplirlo. Y lo hacemos con la intención de no pensar, en definitiva, en nuestra finitud, para alejar esa tensión de nosotros. Pero igual nos morimos.
Lo que expresa un depresivo no es otra cosa que el dolor de la existencia. Porque vivir es otra cosa. La vida es otra cosa. Una cosa de la cual la mayoría de nosotros no tiene ni idea, tan inconmensurable en todas sus expresiones que no nos alcanzaría nuestro diminuto cerebro para entenderlo. Existimos, no vivimos. Y existir nos pesa, nos duele, nos agobia, nos oprime. Y para escaparnos de todas esas sensaciones creamos un millón de cosas en el medio cuya función es distraernos, ocuparnos en otra cosa, no sentir eso que no queremos sentir.
En realidad no hemos hecho en otra cosa en todos estos años de existencia en el planeta que inventar cosas, mecanismos, para evadirnos de esa sensación. Esa es toda la respuesta que hemos dado hasta el momento. Es por eso que cuando un ser cae en un estado depresivo tratamos de asistirlo de alguna manera, es por eso que los psicólogos hablan de un desequilibrio en esos casos. Es verdad, el desequilibrio está, pero la respuesta que damos es tratar de hacerlo volver al estado que tenía antes, al estado de deseo evasivo que tenía antes de darse cuenta del dolor de la existencia. Porque todavía no sabemos que hay más allá de eso. Y tenemos miedo de saberlo, de averiguarlo, porque todas esas respuestas nos llevan a nosotros mismos. Todas nuestras respuestas, incluso de aquellos que quieren ayudar al sujeto en cuestión y hacen todo porque se recupere no son más que respuestas a ese mismo miedo. En realidad lo que dice la respuesta no es queremos que estés mejor sino no trastoques nuestro “equilibrio” que tanto nos cuesta mantener.
El depresivo, en definitiva, nos está diciendo la verdad y el resto se ocupa en que deje de hablar. Como la experiencia de los monos y la banana. Lo que para unos es el estado emocional más bajo para mí es un stand by emocional, algo más bien en espera que definitivo. Como que el depresivo se transforma en una oportunidad, lo que nos diferencia es la respuesta que le damos. Hasta ahora lo único que hemos hecho es tratar de devolverlo al estado en el que estaba.
Como si el estado en el que estaba fuese el mejor. De hecho no sabemos si es el mejor, es el único que conocemos y con eso nos basta. Nos hemos pasado millones de años haciendo lo mismo. Eso es miedo. No digo que sea malo, digo que es lo que hay. Digo que sería bueno que lo reconozcamos de una vez ya que esa es la oportunidad de ir por otra respuesta. Es un desafío de la especie toda o alguien me va a venir a decir que tiene algún sentido lo que hacemos. Todo lo que hacemos. No sé si soy claro. Pregunte lo que pregunte las respuestas serán justificaciones a la situación. Puras excusas. Quiero que alguien me diga si existe alguien, cualquier humano, que no tenga el derecho a comer. Y que después me explique porque hay gente que no puede comer si es un derecho alimentarse. Y allí lloverán millones de excusas. Pero nadie dirá que estamos haciendo mal las cosas, que nuestro sistema no es sustentable, que nos vamos al carajo y que encima lo permitimos. Y si lo reconocen lo justificarán como algo que está más allá de sus límites.
Y mientras tanto nuestra única respuesta es tratar de rescatar al depresivo trayéndolo precisamente al estado evasivo que tenía antes, ese estado que lo llevó a estar depresivo. Alguien me dirá que nadie quiere tirarse un tiro en el pie. Pero no es tirarse un tiro en el pie, es reconocerlo, es verlo. Tenemos miedo de que por verlo nos demos un tiro en el pie. Tenemos miedo del miedo. Y existen millones de agentes dispuestos a hacer su trabajo para que la situación no se prolongue demasiado. Hace falta que uno solo cuestione algo para que el resto lo discipline. Ni siquiera hace falta establecer una corriente de opinión, un pensamiento más o menos elaborado. Simplemente preguntar algo, con eso ya basta para que todo ese mecanismo se ponga en marcha.
Desear no es malo. De hecho es inevitable. No está mal desear porque en definitiva se necesita combustible, combustible para llevarnos de un lado a otro. Y llegado el caso el deseo no tiene la culpa de que lo usemos como lo usamos. Podríamos usarlo para otra cosa. El tema es que es lo único que hacemos en definitiva. Viivimos y sufrimos por eso. El balance entre nuestros deseos cumplidos y los no cumplidos determinaría la felicidad de una persona. Así, a la larga, vamos a terminar teniendo más en el debe que en el haber porque siempre interpondremos algo  que alcanzar una vez hayamos logrado nuestro objetivo, que es satisfacer el deseo. Siempre. De esa manera convertimos a la felicidad en un ente inalcanzable. De hecho nos esforzamos en que así sea. Es evidente que hay algo que hacer entre nosotros y nuestro deceso. Algo hay que encontrar, que descubrir. Algo más que simplemente desear por deporte. En vez de decir Sí, moriré y mi cuerpo se pudrirá en algún lugar pero es evidente que estoy para otra cosa (porque para algo se está, si no no se estaría), ¿qué es lo que tengo que hacer?  seguimos levantando tapiales, cada vez más gruesos, cada vez más altos.
Están aquellos que dicen que eso no es posible, que si se cumpliesen todos los deseos y necesidades del hombre todos terminarían pegándose un tiro porque se aburrirían. Como ven, siempre hay algún ortiba que en nombre del sentido común te tira abajo todos los gorriones. Con argumentos eximiamente esgrimidos. Faltaría más. Discúlpenme, pero esa excusa de patrón la escuché antes en algún lado. Eso es, lisa y llanamente, roca mental. Es aceptar la posición del depresivo pero careteándola. Es como el idiota que te discute cuando sabe que no tiene razón pero sigue discutiendo a los gritos porque quizá así acalle eso que suena. Es lo mismo que decir Sé la verdad, solo quiero que no me la digas. Puedo imaginar a depresivo pensando en nosotros como una manga de estúpidos, pobres estúpidos que se divierten, se drogan, se televisan. Y todo por nada. Creer que no existe nada más allá del deseo es reconocer que no se sabe, es ignorancia en última medida. Pero no querer saber que hay del otro lado es reconocer la cobardía pero maquillándola con miedo. Es la excusa del miedoso. No hay nada de malo en tener miedo, lo malo es que el miedo te paralice, te cristalice, te ahueque por dentro y te quiebre. De que te convenza de que estás mejor así que intentando pispiar una opción mejor. Valiente es el que a pesar del miedo avanza.
Es hora de hacer lo correcto. Para dejar de ser animales sueltos.

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