11.5.12

Volver



(...) Billy Pilgrim bajó las escaleras con sus fríos y marmóreos pies. Se dirigió a la cocina, y allí la luz de la luna le llamó la atención sobre una botella de champaña medio vacía que había sobre la mesa de la cocina. ¡Era todo lo que quedaba de la fiesta! Alguien había tapado otra vez la botella. Y parecía decir: "¡Bébeme!"
Por lo tanto, Billy la destapó con los dedos, sin sorprenderse de que no hiciera ruido alguno. El champaña estaba muerto.
Billy miró el reloj que había sobre la cocina de gas. Tenía una hora de tiempo para matar hasta que llegara el platillo. Se fue a la salita, balanceando la botella como si fuera una campana, se sentó en una butaca y puso en marcha el televisor. Entonces, tras de haberse aislado ligeramente del tiempo, vió la última película, primero al revés, de fin a principio, y luego otra vez, en sentido normal. Era una película sobre la actuación de los bombarderos americanos durante la Segunda Guerra Mundial y sobre los valientes hombres que los tripulaban. Vista en retroceso, la historia era así:
Los aviones americanos, llenos de agujeros, de hombres heridos y de cadáveres, despegaban de un aeródromo de Inglaterra. Al sobrevolar Francia, se encontraban con aviones alemanes de combate que volaban hacia atrás, aspirando balas y trozos de metralla de algunos aviones americanos destrozados en tierra, que alzaron el vuelo hacia atrás y se unieron a la formación.
La formación volaba al revés hacia una ciudad alemana que era presa de las llamas. Cuando llegaron, los bombarderos abrieron sus portillones y, merced a un milagroso magnetismo, redujeron el fuego, concentrándolo en unos cilindros de acero, que aspiraron hasta hacerlos entrar en sus entrañas. Fueron almacenados con todo cuidado, en hileras preparadas para ello, los recipientes de fuego. Pero allí abajo, los alemanes también tenían sus propios inventos milagrosos, consistentes en largos tubos de acero que utilizaron para succionar más balas y trozos de metralla de los aviones y de sus tripulantes. Pero todavía quedaban algunos heridos americanos, y algunos de los aviones estaban en mal estado. A pesar de ello, al sobrevolar Francia aparecieron nuevos aviones alemanes, que solucionaron el conflicto. Y todo el mundo estuvo de nuevo sano y salvo.
Cuando los bombarderos volvieron a sus bases, los cilindros de acero fueron sacados de sus estuches y devueltos a Estados Unidos de América en barcos. Allí las fábricas funcionaban de día y de noche, extrayendo el contenido peligroso de los recipientes. Lo conmovedor de la escena era que el trabajo lo realizaban, en su mayor parte, mujeres. Los minerales peligrosos eran enviados a especialistas que se encontraban en regiones lejanas, cuya tarea consistía en enterrarlos y esconderlos bien para que así no volvieran a hacer daño a nadie.
Los pilotos americanos mudaron sus uniformes para convertirse en muchachos que asistían a las escuelas superiores. Y Hitler se transformó en niño. Todo esto lo imaginaba Billy Pilgrim, en la película no estaba. Porque Billy extrapolaba. Y se imaginó que todos se volvían niños, que toda la humanidad, sin excepción, conspiraba biológicamente para producir dos criaturas perfectas llamadas Adán y Eva

Kurt Vonnegut. Matadero 5

on line

Blogger news

Las entradas a tu correo:

Un servicio de FeedBurner