2.6.11

Cero negativo



Ricardo Gutman
@rickygutman

Vuelvo a decirte, una vez más, para que te quedes tranquilo: estoy bien. Es que no parezca no quiere decir que así sea. Estoy mejor que antes, medilo en años luz si querés. Quisiera poder explicártelo pero no puedo. Juro que no exagero. Es que ya no me como los amagues. Estos días han sido fructíferos en amagues. Todos tienen algo para decirte, todos te susurran algo y siempre te quedás con el que le acierta al diario del lunes. Porque ese es el que hace el diario. Es que ha sido todo tan previsible. Siempre es más fácil con el diario del lunes. No repitas lo que yo dije. Pero hay cosas que se ven venir y yo soy cronista, es mi obligación ver venir las cosas. Y es hermoso. Porque mientras estás a vos no te ven, un extraño privilegio que pesa. Y como.
Pero no siempre te pasan las cosas por el costado. Como esa vez que me abrí la mano de punta a punta por buscar mielcitas. Todavía tengo la cicatriz en la mano izquierda. Casi me desangro. El médico me dijo que estuve a punto de perder la movilidad de la mano. Yo ni cuenta me di. Tenía que buscar esas mielcitas, entendés. Estaban en un árbol a una cuadra de la casa de mi abuela y a tres de la escuela. Era antes de ir a la escuela, en el camino. Las había probado pero conseguirlas era todo un desafío. Era de siesta, antes de ir a la escuela, después de comer. Yo iba con un compañero de grado del cual ahora no recuerdo el nombre. Para llegar a la rama tenía que subirme a un tejido de alambres, de esos tejidos que terminan en punta, oxidados por el tiempo. Estaban altas. Trepé al tejido y para agarrarme bien me sujeté de los alambres que salían para afuera. No eran grandes pero mi mano era chiquita. Hasta el día de hoy me miro la cicatriz, a mano siempre, y me pregunto lo que habrá sido en ese entonces esa cicatriz en esa mano pequeña, siempre ahí, en el medio de la palma.
Alcancé las mielcitas y me fui chorreando sangre hasta la escuela en vez de volver a lo de mi abuela. Mi compañero se asustó, yo le dije que no pasaba nada, lo tranquilicé diciendo que tenía un método para tratar las cortadas que me hacía, que por ese entonces eran considerables y seguidas. Un caminito de gotas nos delataba y yo adelante de cada gota. Siempre fui torpe. Me envolví la mano en papel higiénico y así fuimos hasta la escuela. Igual sangraba. Yo le decía que el agua iba a hacer que parara el sangrado apenas llegásemos a los baños de la escuela. Sabía lo que decía. Ya varias veces había probado el método, lo que pasaba era que las heridas anteriores eran pequeñas, nada comparadas a esta. Yo no sentía nada, simplemente me preguntaba porque no paraba de sangrar mientras la sangre se seguía yendo. El bebedero se inundó de agua ensangrentada, las porteras llamaron a mi mamá urgente y a los gritos y en dos patadas estaba en el médico. Me cosieron a lo guacho, tanto que hoy todavía puedo ver los puntos. Estuve quince días con la mano vendada. Parecía un yeso. Pero las mielcitas estaban riquísimas.
Todo por unas mielcitas. Nunca fui un niño audaz, por eso eso sorprendió. Una conducta inesperada, incomprensible. Como evitar la tentación si todas las tardes, antes de tomar la leche en lo de mi abuela viendo Robotech todos saltaban a las ramas y se llevaban sus mielcitas. Yo también quería. Después, durante mucho tiempo, pasé respondiendo preguntas que me hacían desde la familia. Yo respondí con la sinceridad brutal de un chico de seis años. Algunas respuestas gustaron y otras no. Todo tiene su costo. Incluso las mielcitas. Y esto también es parecido. Estoy bien aunque no lo parezca. Es como esa vez. Así, bastante parecido para serte sincero. Me he vuelto a caer, a raspar, a cortar, pero nunca como esa vez. Esa vez sirvió, fue un aprendizaje real. Fue mucha la sangre que se me fue pero no pasó nada. O por lo menos no me di cuenta.  Desde ese día he tenido una relación amor odio con la sangre. Esa misma sangre que se iba sin pedir permiso es la que doy a todo el mundo cada vez que puedo o me lo piden, aunque pocos puedan darme a mí. No es jodido, a veces te toca una enfermera primeriza y te destroza el brazo y otras veces te tocan enfermeras a las cuales les darías toda tu sangre por esa sonrisa que te ofrecen mientras te exprimen. Que bellas vampiras. Doscientos setenta mililitros, creo que es lo permitido. Soy cero negativo, a mí me sacan medio litro. No te asustes. Estoy acostumbrado.

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