29.6.11

Las rebeliones controladas


Ricardo Gutman
La foto la saqué antes de que empezase la función porque no quise pasar por esos desubicados que sacan fotos en medio de la función. Por vergüenza y por respeto. Se me ocurrió titularla El idioma analítico de John Wilkins, ese cuento de Borges que le rompe la cabeza a los semiólogos, filósofos, diseñadores gráficos  y empleados de Vialidad. Siempre hay tipos que piensan cosas que vos no podés abstraer. Sacale el plano a las cosas y vas a ver que te pasa, vos, que eras tan guapo. Terminás llorando en la falda de tu mamá. Lo loco es que tu mamá nunca va a poder entender porque llorás y lo peor de todo es que nunca te lo va a poder explicar. ¿Quién te hizo esto hijo? Tipos de no mataban una mosca. Borges quizás nunca salió de una biblioteca aunque caminase en un calle cualquiera pero a vos te dejaba tirado en el piso. Y Foucault, que era puto, te dejaba peor que perro en cancha de bochas. Y vos creías que las cosas eran tan fáciles.

Llegué a Santa Fe a las tres de la tarde, recién empezado el partido de River. Siempre me va a gustar Santa Fe, no sé por qué. Tenía un hambre atroz. Me senté en uno de esos bares nuevos de la terminal y pedí una pizzeta. Toda la gente miraba el televisor. River ganaba 1 a 0. Cuando me fui River seguía ganando y Pavone se había comido un gol. Encaré por Suipacha, por donde entraba un poco más de sol. Santa Fe se ha convertido en la capital nacional de la caca de perro. No creo equivocarme al afirmar que es caca de perro de departamento, esos que confunden cemento con pasto, vereda con patio. Seguro que prefieren ir a hacer caca a la casa de Carlitos. Por lo demás, ahora hay un bar cada media cuadra. Cuando doblé por 9 de Julio volví a ver ese mastodonte
de nunca terminar que ya es una postal de Santa Fe. Yo abogaría por no demolerlo, si es que alguna vez se dignan a demolerlo. Queda lindo como palomar. Desde la casa de mis hermanos se ve lindo.
Caminar por Santa Fe indefectiblemente me trae sensaciones encontradas, recuerdos y remordimientos. Las cosas que quisiese haber hecho en su momento y no pude, esos tiempos cuando viví Santa Fe, las hago ahora, de grande, y si bien me saco el gusto no puedo evitar pensar que hubiera sido mejor antes, como el domingo. Durante un tiempo largo viví a dos cuadras de El Taller pero nunca pude entrar. Y eso que quería. Hoy, a 175 kilómetros, entro por primera vez. Y con plata para pagar la entrada. No me pregunten donde está la lógica porque no la encuentro. Quizás simplemente no hay que querer, desear a lo sumo, pero muy poco. O estar lejos. Que se yo.
La excusa fue el Guille, que actuaba en dos obras de Griselda Gambaro, Acuerdo para cambiar de casa y El despojamiento. No sé por qué pero a mi hermano le dan esos papeles duros. Quizás es por sus cejas cortas y filosas y su rostro anguloso. Igual, tiene uña de guitarrero. Raro el teatro independiente, actividad under frecuentada por burgueses. Porque sí, no voy a faltar a la verdad, eramos todos burgueses en un escenario de dos frentes. Lo vi en las pilchas. Y en la manera de sentarse de cada uno, poco acostumbrados a esa clase de intimidad. Y en la satisfacción del acondicionador de aire. Adentro estaba calentito, lindo. Afuera helaba.
Le salen bien esos papeles de jodido al Guille. Era el director de un loquero. Podría decir director de un instituto de insanos mentales pero después de ver la obra es más acertado decir director de un loquero. Porque así se ve. Texto denso de Gambaro que explora las relaciones y el abuso de poder dentro de ese microclima tan particular. El tipo quiere vender el edificio para hacer un negocio y avisa a las internas de la decisión. Resulta que por hache o por be las internas se rebelan ante la decisión de la administración. Para no tener problemas el director empieza a negociar con las internas. En un momento es posible creer que la rebelión de las locas dará resultado pero todo es ficticio, todo está perfectamente controlado. El director concede cosas que nunca dará. Dentro de ese microclima alienante –no sé hasta qué punto microclima es la palabra adecuada- todo está medido, todo es parte de una puesta en escena, solo hay que sentarse a esperar, generar las condiciones y las cosas siempre salen a gusto y piacere de los que manejan la cosa. Siempre nos encuentran la vuelta. Y nosotros que nos creíamos tan vivos.
Una obra muy foucaultiana. Corrijo: ambas son obras muy foucaultianas, un lugar desde donde ver los mecanismos de reproducción y control de poder, todo muy panóptico, no sé si se entiende. Todo muy planificado, manipulado, paciente, sin fisuras aparentes, todo muy cerrado, no por eso menos real. El hombre como conejillo de indias en una jaulita.
Pero hasta a Foucault se le escapó la tortuga.
La tortuga más conocida de Michel es el caso de la nota “La Rebelión de las manos vacías”, que hizo para el diario L´Osservatore Romano con motivo de la destitución del Sha iraní por parte del pueblo iraní, que enfrentó a la fuerza sin armas. La verdad no sé si la tortuga es la nota o la rebelión pero dejémoslo así. Esa rebelión llevó al ascenso en el poder del ayatolla Jomeini, que a la postre terminó siendo un hijunagransiete. Dentro de su lógica, esa rebelión es inexplicable, de ser así es menester esperar que el poder hubiese encontrado una manera de encauzar las cosas. No podemos pensar contrafácticamente, si en ese entonces hubiesen sabido que Jomeini terminaría siendo una porquería capaz que no hubiesen dicho, hecho ni escrito nada. Quizás Jomeini fue una mutación destinada a encauzar los mecanismos de control. Pero bue. A Foucault se les escapó la tortuga en esa.
El problemita radica en la ilusión, que no es más que una esperanza vaga o un débil deseo. Creer que una revolución por sí sola garantiza las cosas es ser cuanto menos fabulesco. Creer que la libertad es posible mediante un solo hecho preciso es irrisorio. No es otra cosa que un pico de iluminación, píspiar el estado si se quiere, pero no por eso alcanzarlo. El tema es que nos prendemos demasiado de esa esperanza, de ese hecho aislado pero no por eso menos real. El poder es paciente. Yo también soy paciente, pero eso no quiere decir mucho. El poder tiene el lujo de esperar y ser paciente porque tiene todos los movimientos controlados, todas las fichas de su lado. Nuestra paciencia se asienta en la esperanza. Y con la esperanza sola no basta. Por eso las locas creen que viajan a Córdoba cuando en realidad ni siquiera salieron del manicomio. Y encima quedan contentas.
La obra es buena, para ser sincero los chicos estuvieron un poco mecánicos pero creo que el mensaje de la obra llegó. Cuando terminó salí con Gerardo y Daniela, que se tuvo que morir de frío mientras nosotros dos charlábamos de política bajo la helada que recién empezaba hasta la esquina. Los dejé y volví para la casa de mis hermanos, por 9 de Julio, a la vuelta del taller. Una rara sensación de ¿hasta acá llegó? me invadió la cuadra y media que caminé hasta la puerta de entrada. Toqué timbre y me abrieron. Adentro estaba calentito.

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