16.6.11

Deudas con Borges

Ricardo Gutman

I
En retrospectiva, lo digo sin miramientos, fui un estúpido. Todavía recuerdo aquellos tiempos y me inunda la vergüenza. Lo peor de todo es que yo creía que era original, que la respuesta era una respuesta copada ante la asunción pública de mi ignorancia. Hasta ese entonces, estoy hablando de mi tierna edad de diecinueve años, yo no había leído Borges. Un poco por vago, un poco por miedo, un poco por desconocimiento personal –en ese entonces confiaba mucho menos en mí- había llegado a los 19 años, a la carrera de Letras, sin haber leído Borges. En realidad había llegado a la carrera de Letras sin haber leído lo que había leído la mayoría. Y no era que no había leído. Ocurre que mi biblioteca personal era demasiado outsider del canon académico. Era buena –sigue siendo buena- pero totalmente outsider. Y yo nunca había leído a Borges.
Recuerdo enumerar autores -actividad literaria ególatra si las hay, totalmente autocomplaciente- que nadie conocía. Yo al menos conocía los que los otros habían leído, al menos de nombre y figura, de pasada si se quiere. Pero ellos nada. Es decir, esos autores no les decían nada y por lo tanto no decían nada de mí. En resumen, yo no les decía nada.
Yo respondía que el postre era para el final, frase estúpida si las hay, que a la vez que reconocía no haber leído a Borges de cierta manera complacía al resto, que pensaba que había llegado al final de algo. Creo que por eso no me molieron a trompadas. Lo cierto es que era una frase estúpida, demasiado estúpida, muy de esos años, que a su vez conserva una secreta admiración al genio. A Borges, sin nombres adelante. Él será su apellido para la eternidad. Y si por esas casualidades compartís el apellido lamento decirte que te cagó para el resto del viaje, vas a tener que hacer algo mucho más grande para que la gente no tenga que decir tu nombre antes del apellido.

Hasta que lo empecé a leer y confirmé que mi estupidez no fue solo mía, quizás la culpa también fue de los profesores de secundaria que en vez de cuentos nos daban poemas de Borges y nos mataban para el resto del viaje. Nos decían que Borges era difícil y nosotros les creíamos. Quizás para ellos era difícil, acostumbrados al academicismo y al intelectualismo del discurso literario. Mataron a varios así, no muchos habrán leído a Borges. No murió nadie pero yo me salvé, otros no.
Fue Ficciones lo primero que leí. Una patada en la cabeza. No encontré justificación alguna por haberme tardado tanto en leerlo. No le eché la culpa a nadie, la responsabilidad era toda mía. Después fue un viaje de ida que agradezco haber comenzado. A riesgo de olvidarme de semejante favor, no recuerdo muy bien quien me prestó el libro, horrorizado con mi ignorancia. Creo que fue Ana. O quizás lo pedí prestado de la biblioteca de la facultad. Las dos cosas pueden ser ciertas y probables. No importa al caso.  La espina se clavó.

II
Fue en junio, como siempre pasan las cosas, con frío húmedo de Santa Fe. Lo recuerdo siempre como un acto pleno de conciencia, un acto de afirmación, irracional desde el punto de vista de la supervivencia, superlativo desde lo personal. Lo sentí así. Supe que podía hacer esas cosas. Hacía un frío de morirse, un viernes a la tarde, a eso de las siete. En el bolsillo tenía los últimos 10 pesos del sueldo. En una semana cobraba de nuevo. En la pensión tenía media bolsa de polenta. Y yerba. Si no miraba no pasaba nada, pero tuve que mirar. En el Mauro Yardín de San Martín, no el de la peatonal sino el que está al lado del bazar El Entrerriano, el cartel se bamboleaba tímidamente. La oferta era irresistible: Un libro 5 pesos, dos libros 9 pesos. Lo menos que ameritaba era pasar a ver. Y pasé. Compré dos libros sin pensar, una edición sobria, de Emecé creo, cubierta negra con letras doradas. Compré Ficciones y El informe de Brodie. Sabía perfectamente lo que me quedaba de vuelto. Antes de llegar a la pensión pasé por el Bienestar y me compré una bolsa de un kilo de arroz con el peso que me sobró. Comí toda la semana con ese peso y me devoré los dos libros. Todavía no me habían cortado la luz.

III
Siempre fui una rata de biblioteca, no sé por qué, quizás porque tengo la sensación de que en medio de esos anaqueles me puede pasar algo, descubrir el nombre secreto de Dios o alguna de esas maravillas. Desde pibe. Las noches eran largas y frías en el kiosco, después del Negro Dolina había que leer, sí o sí. En la librería de la facultad estaban las Obras Completas que sacó Emecé con motivo del centenario del nacimiento de Borges. Imposible de comprar para mí en ese entonces, ni siquiera con la tarjeta de crédito. Después, cuando la cosa mejoró económicamente, nunca los pude conseguir. Ironías de la vida.
Ninguno de los ocho tomos tiene desperdicio, no me atrevo a decir que uno es mejor que el otro, pero de los ocho tomos el número 3 es el que quiero conseguir a cualquier costo. Si la memoria no me falla el número 3 colecciona en un solo tomo las obras escritas en colaboración; de hecho el tomo se titula Obras escritas en colaboración, mayoría de ellas académicas o ensayos. De esas obras hubo dos que me fascinaron: ¿Qué es el budismo? con Alicia Jurado y Literaturas Germánicas Medievales, una revisión y corrección del tratado Antiguas Literaturas Germánicas con María Esther Vázquez. Creo que en esos textos se puede ver una pizca de la sabiduría de Borges, esas cosas que necesitan ser confirmadas. Los libros los encontré sin querer, hurgando, en la biblioteca de mi pueblo. Tuve suerte, en ese momento salían a domicilio. Hoy no.

IV
Releí esa edición de Ficciones en oferta al menos un millón de veces. Como siempre ocurre, de lo único que hablaba por ese entonces era de Borges. Tamaña campaña proselitista, absolutamente militante, llegó a los oídos de Lucho, que por ese entonces estudiaba Letras. Me pidió en innumerables ocasiones que le preste el libro. Yo siempre me negué porque se cómo terminan esos préstamos. Los libros nunca se devuelven. Cansado de pedirme que le preste el libro, el Lucho me hizo una propuesta, si yo le prestaba ese libro el me prestaba dos. La única condición que puse fue ver que libros.
La transacción se hizo casi inmediatamente al ver los libros, demás está decir que nunca recuperé esa edición de  Ficciones y jamás volví a ver al Lucho. Todavía conservo como excepcionales rehenes los libros que obtuve por el intercambio. Dejo para otros la valoración de la transacción, cosa que considero imposible de hacer. El tiempo me dio la oportunidad de adquirir una edición de Obras Completas, por lo que bien puedo decir que Borges me abrió las puertas a otras realidades. Los libros que obtuve por ese intercambio son Historia de dos ciudades de Dickens y 62/modelo para armar de Cortázar. Yo, que querés que te diga, eternamente agradecido.  


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