13.6.11

Palermo, ese tipo que hace goles


Ricardo Gutman

Estoy futbolero. Sí. Es que el fútbol genera muchas cosas, entre ellas, escribir. Es un buen momento para escribir. El ambiente está tranquilo, por lo menos por acá. Yo hago tiempo para que el café llegue justo cuando empieza el partido. No podría haber sido otro día. Tenía que ser un domingo. Me llama la atención que todavía no haya nadie. Rose mira desde el fondo y Carlitos espera a reaccionar. La bombonera explota. Palermo juega su último partido. Acá parece que nadie se enteró. O seguro que la mayoría está en sus casas. El mundo lo está esperando y el insufrible de Araujo no para de repetir su apellido. La gente empieza a corear el nombre del ídolo. Una cámara se cola en el túnel y lo muestra al esperado a punto de salir. Está nervioso y se nota. Está emocionado. Es mucho para cualquiera, por más que seas un Titán. Es mucho para cualquiera.
La mayoría de nosotros, simples mortales, nunca vivirá algo parecido. Nunca moveremos multitudes con solo pisar el césped  de una cancha. Nunca nuestro nombre sonará en el aire coreado por miles de voces fundidas en una sola voz. Esos lugares están reservados para las leyendas, héroes modernos de otras arenas, más modestas pero igual de épicas. Porque aunque parezca menor las épicas existen porque alguien las cuenta, haciendo que el relato perdure a través del tiempo. Nuestra ventaja es que nuestra modernidad ofrece la garantía del relato, la imagen, el archivo, que muchas veces se convierte ella misma en la leyenda misma. Porque hay cosas que no se pueden creer por más que te las cuenten un millón de veces. Si no las vivís no es lo mismo. Y si no pensemos en el gol del Diego a los ingleses, si te lo contasen no lo podrías creer.

Ayer Palermo jugó su último partido en la Bombonera y miles de fanáticos fueron a despedirlo. Otros tantos millones lo habrán visto sentados en su casa o en la mesa de un bar. No importa. La gente estaba expectante de Martín. Y Palermo se lo merece. Por más que lo discutan o lo alaben, Palermo se lo merece. No es un capricho o cierto delirio multitudinario. Me atrevo a decir que nada es desmedido en estos casos. Este tipo le dio algo a la gente y la gente lo sintió. Fueron más que goles. Incluso ayer, en el partido de despedida en el club que le dio sus mayores logros. Fue otro partido donde Palermo estaba en la cancha y cuando Palermo está en la cancha cualquier cosa puede pasar. O también no puede pasar nada y la vida sigue. No me atrevo a decir que Palermo en la cancha derrocha magia pero con Palermo adentro de una cancha se pueden ver cosas ilógicas, inesperadas, que terminan sorprendiendo al más incrédulo. El tipo te puede errar tres penales en un partido o meterte un gol de cabeza desde la mitad de la cancha. Y lo peor es que las dos cosas son verdad.
Nótese que en contra de lo que manda la noticia, el hecho, estoy escribiendo en presente. Es que todavía es muy fresco para darle la entidad de pasado, es una presencia muy grande. El tipo es grande, muy grande y se fue haciendo el sólo a medida que pasaron los años. Pocos futbolistas han suscitado el grado de polémica sobre las habilidades futbolísticas como Martín Palermo. Los de Boca lo adoran sin ningún filtro, sin ninguna prescripción. Los de River no se cansan de denostarlo. Pero para todos el tipo hace lo que tiene que hacer, está donde tiene que estar, metiendo goles. De eso vive. Él y mucha gente. Y muchas veces nadie se explica como la pelota toca la red. Pero el tipo hace goles y nadie lo puede discutir.
Horrible. Perro. Burro. Caballo. Me he cansado de escuchar esos adjetivos respecto a Palermo, que le pese a más de uno es uno de los goleadores históricos del fútbol argentino. Imagino que si yo no puedo recordar las veces que lo he escuchado menos que menos Palermo lo hará. Intuyo cierta inmunidad, cierta terquedad, cierta sordera ante los insultos que habrá escuchado durante toda su vida. Dicen que los que son grandes hacen monumentos con las piedras que les tirás, algo parecido al burro que se sacude la tierra y sale del pozo. Palermo hizo algo parecido, construyó su propio pedestal con las piedras que le tiraron toda su vida, quizás por eso llegaba a todos los cabezazos, por estar más alto que el resto. Porque no es fácil explicar como un deportista que no se caracteriza por habilidades atléticas superiores descolla como lo hizo Palermo. Maradona, Messi, es otra cosa, uno espera la magia, uno la ve. En Palermo uno no ve una cintura prodigiosa, un quiebre espectacular, un dribbling de película. Veo a un tipo porfiado en hacer goles. Como sea. Con o sin magia. No en vano es el optimista del gol.
Ayer el partido terminó en empate y Palermo no pudo hacer un gol. Y eso que lo buscó. No haberlo hecho no hubiera sido digno. Son cosas que pasan. Pero la expectativa era enorme. Podía pasar cualquier cosa, no sé, que terminase dirigiendo el partido o que hubiese pateado un corner y después ir a buscar el cabezazo. Es loco pero los sentimientos confluyen: la gente cree que Palermo le dio mucho y el apoyo de ayer seguro que para el hincha fue poco, seguro que para Palermo lo de ayer fue demasiado, su trabajo solamente era hacer goles y en esas deudas de uno para con el otro se construye la historia de amor del ídolo con su gente, de la gente con el ídolo. Se despidió con capa real, aunque más de uno habrá esperado verlo salir a Palermo volando. Porque no. Como si fuera poco, al tipo le regalaron el arco de la Bombonera. Llevatelo a tu casa, ponelo donde quieras le dijeron. Supongo que cuando se retire Riquelme le regalarán el vestuario y a Viatri el banco de suplentes. Cada uno tiene lo que se merece. No todos son iguales.     

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