14.7.11

Carteles

Ricardo Gutman
I
Voy a fabricar una bandera pa que sepan lo que pienso sin decirlo nunca más. Así de imple, así de duro, Cordera resume una posición. El tema es si la bandera alcanza. Llegado el caso no estaría tan mal probar, para ver qué onda. Una bandera inmensa que diga… no sé… Puto el que lee esto. Algo va a generar. Supongo. Una cosa importante sería decidir donde se cuelga la bandera. Otra cosa importante a evaluar sería si nos dejan colgarla. La otra cosa sería si nos animamos a colgarla a pesar de que no nos dejen.

Siempre me llamó la atención esa costumbre inglesa de que cualquiera pueda despotricar contra quien se le cante siempre y cuando lo diga en un banquito, sin pisar el suelo del imperio. Uno puede putear a quien quiera, a la reina, al primer ministro, al vecino de última o al policía de gorrito llamativo de la esquina, pero siempre en un pedestal. Parece una costumbre elegante, cuando no es otra cosa que gritar las cosas en el aire, sin sustento. Eso es lo que te permiten. Igual la gente grita porque tiene que gritar.
En 1969 John y Yoko comenzaron una campaña antibélica en distintas ciudades del mundo. Estos dos alquilaron espacios publicitarios en varias ciudades, tanto en la vía pública como en revistas, donde instalaron la leyenda WAR IS OVER (if you want it). Nueva York, Londres, Tokio, Roma. Nunca Huanqueros, La Lucila. Bue, no importa. Sigamos como sea. Recordemos que en ese entonces el repudio a la guerra de Vietnam es generalizado en todo EE.UU y, por lo tanto, en el mundo. Después de eso John escribió una canción llamada HappyXmas a finales de 1971 que como es obvio tiene un miles de versiones, convirtiéndose en un clásico de los discos navideños de fin de año.
Otra de las campañas que nos tienen acostumbrados a decirnos cosas son las campañas de Benetton a cargo del fotógrafo publicitario Oliverio Toscani. Durante mucho tiempo Toscani centró las campañas en mensajes como la paz, la unidad racial y la concientización sobre enfermedades como el SIDA. El marketing publicitario ideado por Toscani llevó a Benetton a lugares de vanguardia en cuanto a publicidad e imposición de marca se refiere. El tema es que cuando se terminó la campaña con nenes que tanto vendía – porque ya se sabe cuáles  son los íconos que más venden: niños, mujeres y animales- y Toscani quizo hacer otra cosa las ventas empezaron a caer pero Benetton lo bancó. Toscani es Toscani. Hasta que las ventas bajaron demasiado y prescindieron de Toscani. Cosas que pasan.
Shepard Fairey pasará, sin dudas, a la historia del diseño. Su apellido figurará en cada apunte académico, se convertirá en lectura obligatoria para todos los estudiantes de Diseño Gráfico. Shepard Fairey ha sido clasificado como un creador de íconos, Shepard Fairey no es otro que el creador del tan famoso cartel de Obama, Hope, que en solo unos meses pasó de 700 impresiones a 300 mil. Una capacidad de síntesis asombrosa. En un mismo espacio combinó a Obama en una mirada épica con un mensaje contundente y los colores nacionales de Estados Unidos, movilizando masas. Simple, efectivo y contundente. El sueño de todo semiólogo. Una marca registrada. Un capo.

II
Todos soñamos con el dinero. Es muy difícil no hacerlo, tanto que no concebimos otra manera de vivir, desgraciadamente, que no sea mediante el dinero. Durante mucho tiempo fantaseamos hasta el hartazgo sobre cómo serían nuestras vidas si fuésemos millonarios. Personalmente he pergeñado miles de cosas que haría con dinero, desde alquilar un yate lleno de trolas en la Costa Azul francesa o en Las Bahamas hasta no hacer nada. Con el tiempo fui reduciendo las opciones. Hoy viajaría por el mundo, aprendería idiomas, mantendría fundaciones o fuentes de trabajo deficitarias sólo por el simple hecho de ayudar. En resumen, haría cosas que me hagan sentir bien, aunque me conformaría con viajar y escribir un diario de viaje.
No hablo de un millón de dólares, hablo de mucho dinero, algo así como el equivalente en contante y sonante de la deuda griega. Llegado el caso es baladí tener tanto dinero si todo eso no se traduce en beneficios colectivos. El mundo no es así, ya lo sé, pero sería impagable producir semejante dinero sin estar preso de la lógica de acumulación. No digo ir en contra del sistema, simplemente ir con otra lógica. Hacerlo, por poner un ejemplo, al estilo de Charles Foster Kane, que ante el consejo de sus asesores financieros de vender el diario porque tiene un déficit de un millón de dólares al año la respuesta es que no importa, que su fortuna asciende a 60 millones y puede bancar el diario así unos sesenta años. Y reírte.
Si bien Kane es un personaje de ficción, todo el guión de la película está basado en la vida de William Randolph Hearst, creador de la prensa amarilla, mecenas de la historieta moderna y dueño de un poder multimediático inconmensurable en los Estados Unidos de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la primer encarnación real del cuarto poder en tanto poder. De esos personajes que en la opinión pública generan rechazo o aceptación, amor u odio, sin media tintas. Digo, por si faltaba algún anclaje real.
No tengo otra manera de aprehender el mundo que sea leyendo. Cualquier cosa. Hasta la composición química de una mayonesa fabricada en San Luis. Soy así. No es importante lo que se dice sino como se lo dice, aconsejaba mi abuelo Antonio desde su sapiencia, que era mucha gracias a la vida. Sé que no todos internalizan el mundo de esa manera, según Howard Gardner hay muchas más que ahora no viene al caso nombrar pero que bien ameritan un post. Por eso amo los carteles. Son maravillosos. Y simples. Los carteles están para decir cosas, para eso, y la mejor manera de decir las cosas genera mayor impacto que decir cualquier cosa de cualquier manera. No hablo de un cartel de publicidad, de esos que no existen para otra cosa que no sea  vender algo. Hablo de un mensaje, de un acto de fe en que las palabras pueden cambiar algunas cosas.
Supongamos que tengo el dinero. Supongamos que un día me levanto y mi cuenta de AdSense me marca que tengo unos 5 mil millones de dólares por canjear, disponibles todos ellos producto del ingreso en las publicidades en los post. Eso también es suponer que el blog revienta de entradas y que todo va perfecto, al menos para mí. Es mucha plata, algo hay que hacer. Supongamos que no es un sueño, que es real, por lo tanto debo hacer algo urgente. Darme un gusto.
La plata permite hacer cosas además de comprarlas. Contrataría a Shepard Fairey y a Oliverio Toscani, con el simple objetivo de tenerlos dentro del equipo y dejarlos que piensen. Yo también haría algo. Alquilaría espacios en las principales ciudades del mundo, como lo hicieron John y Yoko, para montar carteles, carteles que digan cosas en medio de carteles que venden cosas, carteles simples con mensajes directos en los lugares más exclusivos. Nueva York, Tokio, Berlín, Londres, Nueva Delhi, Buenos Aires, San Pablo, Roma, Toronto, Madrid, Shangai serían algunas de las ciudades elegidas. Pero la lista sigue. Me reservaría el derecho del primer cartel, que sería exactamente igual que los de John y Yoko en el 69, fondo blanco con letras negras, la misma tipografía. El primer cartel diría Todo esto es mentira. Grande, inmenso. Y lo dejaría así un tiempo considerable, al menos un año, un poco más. Lo más probable es que nadie se dé cuenta aunque esté a la vista de todos. Cuando eso ocurra ahí los pongo a trabajar a Shepard y a Oliverio. Para eso les pago.  



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